lunes, 30 de enero de 2012

Amigos para pensar la vida

por Sebastián Stavisky

Los amigos hoy más que nunca sirven para pensar la vida

En una de las primeras páginas de un libro amigo del libro de Pablo que, a su vez, me regaló un amigo, dice algo así como que los amigos hoy más que nunca sirven para pensar la vida. Creo la palabra amigo es una de las palabras más hermosas que hay.  Es maravilloso el modo en que la usan los nenes para referirse a un otro, al que muchas veces no llaman por su nombre, tal vez porque incluso ni lo saben, porque lo acaban de conocer y aún no le preguntan cómo te llamás, pero ya lo reconocen como amigo. ¿Querés ser mi amigo?, le preguntan a veces. Otras, ni siquiera hace falta. Algo similar sucede con otros no tan nenes –si es que ser nene sea una cuestión de recorte etario y no simplemente, como la amistad, una forma de vida- que, en el reconocimiento de un modo de ser en común, se dicen entre sí amigo.
Una de las potencias de la palabra amigo es que, a mi entender, no carga con oposición. A diferencia de lo que ciertos usos de la filosofía política aún sostienen, el enemigo no es la antinomia del amigo, no es el anti-amigo. El anti es otra cosa. El anti es el que no quiere ser amigo, el que no se engancha, el que no se copa. Pero no por ello se ubica en las antípodas del amigo. Antes que ello, se vuelve indiferente. En el libro de Pablo hay un apartado muy lindo que habla justamente sobre la dinámica actual de los movimientos sociales como una dinámica de amigo/indiferente. Con el enemigo –si vale el juego de palabras- la cosa es muy diferente. El enemigo no puede ser indiferente. No pasa desapercibido. La intensidad del vínculo que une a dos enemigos sólo es comparable con la que une a dos amigos. Con los amigos todo, con los anti nada, contra los enemigos la muerte. Pero un anti, un indiferente, incluso un desconocido, no puede convertirse así como así en enemigo. Un amigo, como decía, puede ser amigo a primera vista. Un enemigo no. Al enemigo es necesario antes conocerlo. Saber su nombre, conocer sus mañas, sus vínculos, sus costumbres, sus traiciones. Y sólo se puede conocer tanto así a alguien habiendo sido antes su amigo. Habiendo sido su amigo hasta que, en algún momento, aquella amistad se haya roto por medio de una traición. El enemigo es el amigo que traiciona. No el que no se copó, el que se cortó. Con el que se corta la intensidad de los vínculos se diluye. Con el enemigo se mantiene, quizás incluso se fortalece, aunque de un modo muy distinto al que era. No de un modo opuesto, sino tan sólo diferente.
En un ensayo de la antropóloga Mary Douglas, la autora trabaja con el uso que suele hacerse de las metáforas en ciertos discursos y encuentra su fundamento en, lo que propongo llamar, una política de la similitud. Si nos apresuramos un poco, podríamos decir que la conclusión del ensayo es que la similitud es una farsa, no existe. La similitud no es una cualidad intrínseca de los objetos. Dos objetos nunca son esencialmente similares entre sí. El que una ballena sea similar a una vaca más que a un tiburón ballena depende de las categorías con que pensamos a la ballena y a la vaca en cuanto mamíferos, y al tiburón ballena en cuanto pez. Ahora, si utilizáramos otra categoría, bien podríamos sostener que una ballena y una vaca no son para nada similares, o que una ballena es mucho más similar a un tiburón ballena –por el modo en que se nominan, por el ambiente que habitan- que a una vaca. Al igual que la metáfora, la representación contiene a una política de la similitud como fundamento. Cuando decimos que alguien nos representa estamos diciendo que pensamos de modo parecido, que su palabra es similar a la nuestra. Pero la representación va un paso más allá. No mantiene la similitud entre dos objetos, entre los que aún se abre cierta distancia pues el hecho de que sean similares no implica que sean idénticos. La representación es, en este sentido, mucho más violenta que la similitud en cuanto borra la distancia y, con ella, los objetos mismos. Identifica uno con el otro y, a partir de allí, ya no hay más dos objetos sino apenas uno. Ya no hay más dos palabras sino apenas una.
Realizar una crítica a la similitud es, al mismo tiempo, realizar una apología de la diferencia. Creo ésta es una de las cosas más lindas que tiene el libro de Pablo. Que marca una diferencia. Una diferencia que está abierta. En una de las presentaciones del libro, uno de los invitados decía que el libro de Pablo es un boceto. Lejos de molestarse por el comentario, creo debería tomarlo como uno de los mayores halagos que le hayan hecho pues implica que el libro es coherente con aquello que propone, un pensamiento que abre, una diferencia que no cierra. Y qué difícil es pensar la diferencia. Requiere despojarnos de las categorías no sólo con que pensamos sino, incluso, con que percibimos. Despojarnos como un andrajoso para descubrir nuevamente el mundo como un niño. Olvidarnos de lo aprendido. Saborear la inmanencia. Tantear las cosas. Caminar a tientas. Ensayar cada paso. Escribir bocetos. Como diría Paolo Virno, hacer que lo familiar devenga extraño. Siniestro. Es como la amistad, que no tiene un contrato previo que la estipule, que la dicte. Dos amigos no son similares, son comunes. Y la amistad entre ellos está siempre en juego. En cualquier momento puede romperse. Puede alguno convertirse en un anti y dejar que el vínculo se diluya o, incluso, traicionar y convertirse en enemigo para luego, quizás, quién sabe, volver a ser amigo. Porque si las traiciones no se perdonan, es mentira que no se olvidan.
Desde que el movimiento de los indignados se convirtió por aquí en producto mediático, rápidamente asistimos a toda una serie de comparaciones con el 2001. Allí hay algo similar a lo que ocurrió aquí, nos decían las imágenes. En uno de los programas de 678, luego de mostrar un informe sobre el 15M, uno de los panelistas se preguntaba –porque él nunca pregunta, siempre fiel a su muletilla me pregunto- si en algún país de Europa asomaba el nombre de algún líder capaz de traer un poco de orden al caos que el movimiento expresaba, tal como aquí hubo sucedido –supuesto que no estaba en cuestión, los supuestos no se preguntan- con Néstor Kirchner. Lo interesante, a mi entender, de la anécdota, es el modo en que el nombre Kirchner fue convertido en aquella operación discursiva en una categoría con la cual pensar cualquier movimiento, cualquier salida del conflicto, cualquier superación del caos. Representante universal y concreto del supuesto retorno del Estado.
Algo similar ocurrió cuando en la presentación al libro de Pablo a que hacía referencia, aquel mismo que hablaba de bocetos, trazando una suerte de tradición mortuoria para la ocasión, comparaba a los pibes de Crogmanon con los del bombardeo del ´55 a Plaza de Mayo. Y es que, si la muerte es irrepresentable, no sucede lo mismo con los muertos. La ausencia de su palabra abre paso a que cualquiera pueda decir lo que quiera sobre ellos. Cualquiera hable en su nombre. Y qué fácil es. Otro de los conceptos que aquí componen máquina de aplanamiento junto a la similitud y la representación es el de la tradición. Que suena tan parecido a traición. ¿Es posible trazar una tradición de los muertos? O, mejor aún, ¿es posible comparar muertos? ¿Compararlos sin traicionarlos, sin volver a matarlos quitándoles su nombre, dejándoles consigo apenas la categoría de muertos? Y como resistencia contra tal violencia post mortem, en este régimen de imaginalización como le llama Pablo, pareciera que lo único que nos queda son las imágenes. Los únicos nombres de los muertos que hoy se recuerdan son los que portan imagen, los que tienen foto. A Darío y Maxi nadie los olvida. Pero los nombres del 19 y 20, ¿quién los recuerda? Mariano Ferreyra, su nombre, su imagen, están bien presentes. ¿Y los del Indoamericano, que además de no tener foto llevan apellido extranjero? Estoy seguro que, dentro de poco, si no lo hicimos ya, nos olvidaremos también de quién fue Cristian Ferreyra. O lo confundiremos con Mariano y acabaremos pensando que no son dos sino uno. Y no santiagueño sino de Avellaneda. Por ello sería prudente que, si queremos que luego de muertos no se olviden de nuestros nombres, revolvamos el cajón de las fotos y dejemos a mano una en que hayamos salido bien parecidos –en lo posible no cuatro por cuatro, pues ellas nos remiten a muertes otras. O inventemos modos alternativos de activar la memoria. Sin necesidad de recurrir a cualidades fotogénicas –que, por lo demás, seamos sinceros, no todos las tenemos-, pensemos qué hacer para que después de que sepultureros entierren el cuerpo de un amigo, no caigan detrás otros adalides de cementerio a querer enterrar también el nombre de nuestros muertos.


jueves, 5 de enero de 2012

Las continuaciones de 2001

Versión completa de la entrevista publicada en Cruz del Sur el 21/12/2011


-En el libro señalás que está la creencia de que el 2001 no sirvió para nada, de que “no echó a nadie”. Y advertís que en realidad gestó una transformación del Estado que debía cambiar, porque la relación representativa del Estado con la sociedad se había tornado “inviable”. ¿Qué fue lo que transformó ese 2001 y qué quedó de ese estímulo de transformación?
-2001 transformó, cuanto menos, a la clase política, al Estado argentino y a los mismos nosotros (o movimientos infrapolíticos) que lo protagonizaron. La clase política se encontró con, digámoslo así, la fuerza de los de abajo, ahora capaz de voltear gobiernos y servirle de contrapeso a las exigencias del capital transnacional; ahora podía abandonar la genuflexión, lo cual explica el pasaje de Néstor de menemista a progresista y confrontativo. Debemos imaginar el armado kirchnerista como surfista que para subirse a una gran ola debe dejarse llevar por ella y que finalmente aparece como liderándola pero que además puede –a diferencia de los surfistas reales– limitarla, reencauzarla, contenerla.
El Estado, por su parte, debió desarrollar técnicas de gobierno nuevas que le permitieran ponerse en relación con una sociedad sustancialmente distinta a la nacional: compuesta de consumidores más que de ciudadanos; movilizada en colectivos autónomos (como las asambleas, los piquetes y las empresas recuperadas) y no en partidos o sindicatos. La gobernabilidad de una sociedad así no se asegura “interpretando la voluntad popular” sino “resolviendo los problemas de la gente”, o sea, no representando sino gestionando, no argumentando sino seduciendo, no mandando sino satisfaciendo.
Pero la transformación más importante es la nuestra, la de los nosotros: tiene mil tonalidades, pero en breve aprendimos formas nuevas de compartir los problemas y las tareas, sin bajadas de línea (se difunden las asambleas), y modos no-institucionales de organización (proliferan los colectivos), y también modos nuevos de relación con el Estado: ya no delegándole todo, ya no fiándonos del funcionario sino confiando en nosotros. La carta a los políticos de Giros de Rosario es clarísima: “Esto que venimos a decirle es lo que vamos a hacer. Podemos hacerlo con usted, si tiene la voluntad política, y también podemos hacerlo solos.”
-Señalás que el “que se vayan todos” se alzó como una consigna de autonomía y no de enfrentamiento.
-Sí. Ni de guerra ni de resistencia ni de reclamo. A la vez que impugnaba a la clase política, “que se vayan todos” potenciaba a los nosotros como instituyentes. El enunciado “negativo” conllevaba una práctica constructiva. A la desolación neoliberal se la trabajó con colectivos, con avecindamiento y piquete, y no con Estado. La práctica de que se vayan todos decía “que venga nosotros” (y no “que venga el Estado”). Este plus práctico es el que los relatos mediáticos y estatales nos impiden ver, separándonos de la potencia nuestra. Las condiciones sociales contemporáneas (lazos precarios, consumismo, desolación, etc.) contribuyen a dificultar que el individuo vea el plus colectivo del sujeto 2001, por supuesto, pero desde el punto de vista político, la invisibilización es producto del régimen kirchnerista (que, por lo demás, alienta, con su desarrollismo, el desarrollo de esas condiciones sociales).
-Vos decís que el kirchnerismo es un hijo directo del 2001, una especie de “alfonsinismo con vigor sexual”. ¿Cuál fue la clave kirchnerista para interpretar el momento?
-Fueron muchas, pero la principal tal vez se resuma en: hay que reinventar el pacto de dominación. El manejo de Kirchner fue poner “que vuelva el Estado” donde decíamos “que venga nosotros”, y eso se lo agradece también la derecha. El nuevo arreglo debía asumir tres condiciones: imposibilidad de reprimir (recurso que había llevado a abreviar su mandato a Duhalde), imposibilidad de hacer ajustes (que había precipitado el final de De La Rúa) e imposibilidad de representar (planteada por la irrupción de los nosotros). Todo esto obligaba a satisfacer, aunque fuera parcialmente, las demandas que pudieran amenazar la gobernabilidad (y no las que no). A esa satisfacción hoy se la llama inclusión.
-Decís que el kirchnerismo ancló su atención en la infrapolítica. ¿En qué se reconstituyó esa infrapolítica hoy? Por ejemplo, cierto sector del movimiento piquetero.
 -En micropolítica, que, como decía, no es siempre integración institucional ni pérdida de la autonomía, salvo en ese sector que señalás. Por otro, no todos los colectivos son como Giros, por supuesto, pero la diferencia cualitativa es que hoy la micropolítica debe estar pendiente de lo que hace la macro, que ahora es ineludible y hasta parece de confianza.
¿El Estado posnacional empieza a perder el “pos” en la nueva gestión de Cristina?
-Al contrario, se consolida como megadispositivo de dominación social en tiempos de globalización. Si no vuelve el ciudadano (el que tenía derechos y obligaciones) y permanece el consumidor (que tiene solo derechos), no puede volver el Estado-nación. Vivimos en un híperindividualismo de masas. El Estado actual no es un crisol como el nacional, no funde lo heterogéneo. El Estado une por vía de la imagen lo que dispersa con sus prácticas de gobierno.
Por lo demás, las técnicas de gobierno kirchneristas (punteraje, represión tercerizada, espectáculos populares, redistribución selectiva, transversalidad) se expanden al resto de las fuerzas. En este sentido, el macrismo no se quedó en los ’90: parece un kirchnerismo de derecha, bien del presente. El Estado posnacional se consolida porque las prácticas de gobierno, en algún momento distintivas del kirchnerismo, quedan a disposición de cualquier actor estatal.
¿Con la ocupación de la plaza cercana a Wall Street y los indignados y la crisis financiera internacional estamos ante un 2001 global?
-Disculpá, pero esa es una analogía fácil de las que inhibe el pensamiento colectivo y favorece la dominación. Tal vez la analogía sea muy didáctica para explicar el costado económico de la crisis, pero boicotea la posibilidad de hacer un aprendizaje político de los movimientos de indignados. El gobierno dice “miren qué mal que está Europa que no aprende de nosotros”, como forma de legitimarse. La inoculación estatal del miedo (particularmente del miedo a la pobreza) evita la cooperación social. Justamente esto es lo que exploran los indignados. Sztulwark dice que “no se plantean tanto el problema del gobierno como el de la participación política post-representativa. No advertir que el movimiento de los indignados trabaja sobre problemas que nos son comunes sería una pérdida de oportunidad política.” No están haciendo un 2001 sino un 2011; están capitalizando lo que hicimos en 2001 y 2002 para llevarlo más allá. Ir más allá es lo que queremos aprender los que buscamos la creación y no la conservación.

viernes, 2 de diciembre de 2011

2001: un retrovirus

Versión completa de la entrevista publicada en Noticias Urbanas el 24/11/11
-Planteás que el 2001 afectó la política y lo sigue haciendo, ¿en qué la sigue afectando?
-Es una gran incógnita. La pretensión estatal (digo: tanto la del kirchnerismo como la del antikirchnerismo, incluidos los medios de comunicación) es que no la afecta en nada. La pretensión oficial es que fue un infierno que ya pasó. Ahora solo quedaría esperar ver cómo Cristina “profundiza” y nos acerca al cielo, o, a lo sumo, temer ver cómo la calamidad vuelve de la mano de una corrida cambiaria o de la crisis económica internacional. En un caso o en otro (digo: tanto con expectativas optimistas como pesimistas), se nos invita a una posición expectante. Es como si nos dijeran “sigan ustedes consumiendo a rolete y trabajando a destajo, ocúpense de sus propias vidas individuales, que de todo lo que tiene que ver con vivir juntos se ocupará Cristina”. Pues bien: si terminamos de creernos eso –lo cual veo, afortunadamente, muy lejano–, entonces 2001 dejará de afectar la gran política.
2001 fue un momento en que vivir individualmente se hacía imposible si no se lo hacía con otros. Lo que llamamos 2001 no es una fecha y no es solamente una crisis. 2001 es un principio activo y virósico: los más diversos colectivos sociales asumiendo los problemas que plantea el vivir juntos sin esperar que el Estado los resuelva, sea en la forma de empresas recuperadas en (Zanón, 2001, Brukman, 2002) sea en la forma de piquetes (Tartagal, 1999), puebladas (Cutral-co, 1996), escraches (HIJOS, 1993) y rondas (Madres, 1977), asambleas (ciudades capitales, 2002, Gualeguaychú, 2006, etc., etc.), entre muchos otros. Un principio instituyente que, como un fermento, leuda, organiza y produce, y como un retrovirus, muta.
Ahora bien, estamos en una época en la que, al parecer, el Estado resuelve todo, incluso lo que no resuelve. Pero si el Estado actual (tanto en su versión kirchnerista como macrista) se ha organizado para satisfacer casi cualquier demanda (desde alimenticia hasta internética, desde habitacional hasta securitaria), si busca siempre satisfacer a los votantes, eso no lo hace con el objetivo que declara sino para asegurar la gobernabilidad. 2001 mostró que la gobernabilidad podía ser jaqueada por las organizaciones colectivas extra-estatales (lo que yo llamo la infrapolítica o los nosotros) y colapsar. El Estado posnacional es justamente la reorganización de la política estatal en función de lo político extra-estatal. Esto explica el alto grado de “informalidad” del aparataje kirchnerista, pero también el de los gobiernos nacional o capitalino.
-En 2001, según tu relato, se agota el ya corrompido Estado-nación neoliberal y en 2003 comienza el Estado posnacional, ¿qué sucede entre 2001 y 2003?
-Son fechas de referencia, no más. Si bien diciembre de 2001 es claramente un quiebre, la arquitectura de un aparato estatal que pueda gobernar sobre esa pluralidad de colectivos no se consuma el día de la asunción de Kirchner. En 2002, Duhalde había dado importantes pasos en ese sentido, que luego fueron premisa de “el modelo” K: tipo de cambio alto, planes asistenciales, énfasis en la economía extractiva y las retenciones. Pero también Duhalde ofreció un pifie que sería básico para Kirchner: la masacre de Avellaneda, que obligó a Duhalde a adelantar las elecciones y a Néstor a evitar la represión abierta de los conflictos sociales. 2002 fue un año donde todo podía pasar, y “que se vayan todos” era un enunciado cuyo sentido, aun abierto, dependía del antagonismo entre la clase política y los colectivos dosmiluneros o extra-políticos. Hoy, en cambio, el Estado, con ayuda por supuesto de los medios, ha logrado que ese enunciado no signifique nada constructivo y, muchas veces, que nosotros mismos olvidemos todo lo que podíamos hacer convocándonos con él. Hoy necesitamos otro.
-La forma de "Estado posnacional", ¿es la definitiva o cuál puede sucederle?
-Nada es definitivo en la historia, y menos en tiempos de tanta precariedad como estos. Pero que quede claro: la precariedad no es “culpa” de ningún gobierno en particular sino un rasgo del funcionamiento actual del capitalismo; también a este rasgo se adapta el Estado posnacional con su alto grado de informalidad y repentización.
-Planteás una tercera visión, más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, es algo que suele suceder después de varios años de superada la coyuntura, ¿cómo fue pensar el proceso kirchnerista mientras éste se continúa desarrollando?
-No ha sido fácil: cada nuevo suceso obligaba a reescribir varios conceptos del libro. Sin embargo, la dificultad principal no estriba en que se continúe desarrollando el proceso en cuestión sino en que los medios de comunicación y los políticos siguen cacareando sobre el proceso, recubriéndolo de imágenes inútiles para pensarlo (o mejor dicho: útiles para no pensarlo). Esas imágenes ponen el énfasis de toda la cuestión social en las discusiones de los políticos y las medidas de los gobiernos, invisibilizando la potencia colectiva nuestra de hacer sociedad. Del mismo modo, ponen toda la cuestión en las coyunturas y nos evitan ver las tendencias profundas que informan cualquier actividad. Una y otra invisibilización hacen que veamos todo “más acá” de kirchnerismo y antikirchnerismo. Los historiadores podemos distinguir entre épocas –por ejemplo, entre el pasado y el presente, que comenzó en 2001 y no en 2003. Como historiador, quise aportar a ver más allá de lo que el Estado y los medios visibilizan.
-¿En 2011 los gobiernos siguen siendo destituibles como en 2001?
-No parece (y en el mundo de hoy, ser y parecer son muy difíciles de distinguir). Un dato crucial: desde 1999, la suma de votos blancos y ausentes nunca bajaba del 30-32%; en cambio, el 23/10 no llegó al 26%. Si digo que Néstor y Cristina han sido estadistas, constructores de un Estado posnacional, es porque lograron que la mirada y la expectativa social vuelvan a posarse en el Estado (o más bien en los funcionarios) y que a eso se lo llame política. Aun así, me preguntaste qué sigue después: durar y obtener votos no son sinónimos de institucionalidad sólida (como la del Estado-nación, que, mal que mal, rigió más de un siglo).

lunes, 21 de noviembre de 2011

El Estado de las cosas


Desde que murió Néstor Kirchner salieron varios libros sobre la era política signada por su nombre con "ismo"; el de Beatriz Sarlo, el de Horacio González, el de J.P. Feinman y en buena medida el último de Caparrós, por nombrar algunos. Este, primer libro publicado de Hupert, historiador porteño nacido en 1972, probablemente sea el mejor. Exento de oscurantismos expresivos (que elitizan el pensamiento), salvado de la agenda mediática, alejado de rencillas binarias estériles, no busca criticar ni defender; busca comprender. No resuelve "el dilema del kirchnerismo" (ni los obstáculos para su profundización, ni él mismo como obstáculo para los contras), sino que lo enmarca -como ocupante en principio contingente- en una lectura de la mutación en la naturaleza del Estado, con un hito de condicionamientos populares en 2001, y una capacidad "creativa" y de "aprendizaje político" para, en los años siguientes, modificarse, sobrevivir y reproducirse –ahí sí el kirchnerismo perfila como nombre singular.
Hupert es un historiador sin vínculo con la universidad, aunque escribió un libro inédito sobre la toma de Filosofía y Letras de mayo del 99 junto al antropólogo Andrés Pezzola y al también historiador Ignacio Lewkowicz, cuyo pensamiento y obra (Sucesos Argentinos, o el fundamental Pensar sin Estado) sitúan el punto de partida de El Estado posnacional. No solo a nivel conceptual y de narración histórica, sino también de la política práctica del historiador, como oficio que estudia no tanto el pasado, sino –con el pasado como taller- el cambio, y la distinción del presente. Es una dimensión ética, porque implica totalmente a quien estudia en lo que piensa; la colección editorial inaugurada por Hupert se llama Pie de los hechos, que -dice en solapa- "no hace biblioteca, edita lo que se piensa ignorando".
Hupert no tiene vida académica; tampoco mediática. La foto de solapa –sonrisa escuálida y simpática, un ojo mucho menos abierto que el otro, nariz y orejas que dan judaísmo al nerd humanista posando junto a su colección VHS de Cosmos y las Grandes Obras del Pensamiento Universal- invita a pensar en algún tipo de freak, mas o menos encerrado, que coordina un taller, desde 2007, en el que basa el libro, manteniendo el registro conversacional, y elabora una red de nociones para pensar ateamente al Estado que se acabó pero en realidad no, que volvió pero reinventándose, que toma como reconstrucción propia los valores impuestos por la "infrapolítica" de una sociedad movilizada. Ciento veinte paginas de aire fresco para las inquietudes que quedan fuera de la verdad dicótomica de la época, con una apuesta nunca del todo clara pero a la que se le va despejando el terreno: la "política del nosotros".

viernes, 7 de octubre de 2011

El libro en la radio

  • En el blog de Los Ludditas (Domingos de 11 a 13 por FM La Tribu 88.7) escriben: El libro de Pablo "nos cuenta sobre las formas de pensar el 2001 más allá del discurso oficialista que niega todo lo constructivo que tuvo ese proceso y del discurso antikirchnerista que es un pedido de mayor institucionalidad." Entrevista aquí
  • Conversación con Ciudad Clinamen en FM La Tribu (Natalia Gennero, Diego Skliar, Diego Stulwark y Pablo Hupert): Hay un afuera de k y anti-k. Un 28,5% no votó en las Primarias. ¿Hay política más allá de k y anti-k? ¿Volvió el Estado-nación? ¿Volvió el ciudadano? ¿Se fue 2001? Entrevista aquí

miércoles, 21 de septiembre de 2011

De la coyuntura a la situación

De la coyuntura a la situación. De la noticia a la experiencia.

¿Cómo hablar del presente sin quedar pegados a la coyuntura y perderse en sus laberintos? La cuestión es pasar de la coyuntura a nuestra situación, ir más allá de la coyuntura para encontrar la situación en la que estamos, ir más allá de la noticia y encontrar la experiencia que estamos haciendo.
No buscamos dar cuenta de las incoherencias o los zigzagueos del gobierno, tampoco de los conflictos entre el gobierno y sus adversarios, sino mostrar esas incoherencias, esos conflictos, esos zigzagueos como índices de la modalidad de funcionamiento de un tipo de Estado que ha debido forjarse luego de la crisis de 2001. Buscamos no quedar pegados al cotilleo cotidiano al que alientan los medios, en el que sin duda colabora el mismo gobierno, y llegar a ver el marco, las bandas entre las que se mueven la política contemporánea, el cotilleo mediático, el conflicto llamado político. Ni siquiera se trata de dar cuenta de un reparto de poder, de un “quién es quién en la Argentina”, para explicar por ejemplo por qué de repente Moyano salió en defensa de Venegas, el de la UATRE, cuando lo procesaron. Es decir, no se trata de dar cuenta de todas las sorpresas que el noticiero cotidiano nos puede brindar sino de las tendencias que la macropolítica ha llegado a consolidar luego del pasaje por el Estado de la Dictadura, del menemismo y de que se vayan todos.
El conjunto de esas tendencias es lo que llamamos 'posnacional', un concepto que nos permite tanto despegarnos de los pronósticos y las sorpresas, como de las indignaciones y las esperanzas que permiten desbrozar el terreno y habitar la situación, para detectar dónde podemos operar, pensar, habitar, hacer, protagonizar. La búsqueda es dejar de ser los analistas políticos en los que nos hemos convertidos al leer los medios y opinar y opinar, dejar de ser consumidores y ser los demócratas radicales y desocupados trabajadores en que nos hemos convertido al recuperar fábricas, al hacer asambleas, al practicar que se vayan todos: al componer nosotros.
El concepto de posnacional es un concepto en construcción. A medida que el estado posnacional se despliega y se construye, quiere caracterizar una época de la política argentina para abrir el paso a un sujeto autónomo, que necesariamente no será el mismo que fue en otra época de la política argentina –por mucho que el gobierno actual agite héroes y fantasmas del pasado. Quiere así abrirle paso a una mirada y a una actividad más situacional, un pensamiento más mordiente de lo real, un pensamiento más pensamiento, es decir, configurante, activo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Mirar hacia arriba o mirarnos

por Sergio Lesbegueris

 

El libro de Pablo Hupert nos muestra de manera lúcida las mutaciones sutiles pero fundamentales que han ocurrido sobre todo a partir de los últimos 10 años, y nos enfrenta con nuestras propias cegueras y dificultades perceptivas para poder “ver” de manera compleja este momento, donde la simplificación binaria se ha instalado entre los “anti” y los “pro”.

La irrupción del “nosotros” dosmilunero, marca un punto de inflexión no solo en las políticas neoliberales, sino también en las formas tradicionales de gestión de lo “estatal”, a partir de ahora insoslayable, imposible de “ningunear”, y los Kirchner han aprendido esa lección.

Dicen los psicoanalistas que hay dos formas de no ver al otro (o al “nosotros”), una es abandonándolo (tal puede ser la metáfora de los noventa) y otra es sobreprotegiéndolo (como metáfora del actual estado pos-nacional, tal como lo define Pablo).

Una nueva manera de desoír el “nosotros” se da en la actualidad mediante la gestión casi obsesiva de esas multiplicidades pos-representacionales, reconfiguradas en un entorno “imaginal”.

La operación es sutil pero eficaz, hemos vuelto a mirar para arriba, y en esa operación hemos descuidado el mirarnos (el mirarnos a “nosotros”).

Lo difícil, lo extremadamente difícil, es no intentar ver este momento con las gafas del viejo modelo representacional (o Estatal-Nacional, al decir de Pablo), asumiendo que hemos sido formados para percibir desde esa lógica, y también por qué no, la añoramos, no tanto por deseada sino por conocida en un tiempo de una gran desorientación y fragilidad existencial.

La sutileza de la operación de Pablo es la de percibir en esa añoranza un mecanismo de dominación tenue, no por vía repositiva tout court, sino por vía de las imágenes que nos referencian hacia allí, imágenes del pasado, pero con dispositivos novedosos de captura de esas multiplicidades irrepresentables, casi artesanales y por qué no, obsesivas por el control del desborde siempre a la vuelta de la esquina.

Si el fantasma del “nosotros” es parte impostergable de la agenda estatal posnacional, la construcción de “imágenes del presente” se nos impone al nosotros como manera de eludir esos cantos de sirena que intentan diluir esas potencias multi-expresivas indóciles que emergieron hace ya 10 años.

 

 

viernes, 9 de septiembre de 2011

Un comentario

por  Ricardo Cuasnicú

Los análisis que constituyen lo medular de este libro nos permiten acceder a algunas de las notas más claras del fenómeno kirchnerista, en tanto destaca algunos de sus logros interpretándolos como neutralizaciones de un impulso liberador que vuelve a irrumpir a fines del 2001.
Como señalan sus prologuistas su intención más conspicua es “hacer justicia” a ése impulso, sin embargo, a mi entender también queda al desnudo la impotencia de un poder que reclama lo imposible, más allá de las reminiscencias románticas del 68.
Uno de los grandes aciertos del ensayo ha sido levantar la noción de imaginario o, más precisamente, imaginal, como consustancial a la gestión postestatal del kirchnerismo que posibilita las identificaciones multitudinarias con las que gobierna y gana elecciones.
El autor se posiciona en sus análisis más allá del binarismo que caracteriza al kirchnerismo, en “la desconfianza y el rechazo de los valores” estatales y mercantiles, en una zona neutra que reclama para sí lo positivo sin dejar de operar negativamente sobre la apatía, la despolitización, el individualismo que se le achacan a toda neutralidad.
Su posición enfrenta la “parcialidad subjetiva” que señala en “el gesto noble del militante”, al que no interpreta como voluntad de afirmación de una tradición sino como mera mistificación del pasado, situándose así en una parcialidad objetiva propia del historiador del “nosotros”.
Como señalan los prologuistas la posición subjetiva del autor es del que desconfía de lo consolidado y de lo meramente posible, ya que presuponen un sentido derivado del mito y la tradición, como si lo simbólico admitiera la exclusión de su articulación con lo imaginario.
En mi lectura destaco la importancia del desarrollo que se hace de algunas categorías indispensables como posnacional, imaginal, infrapolítico, no-representable, porque permiten una nueva lectura sobre el acontecer en tiempos de revueltas y normalizaciones como el que vivimos.
Una de las tesis centrales que Hupert sostiene es que el “Nosotros” es la condición de posibilidad de lo político y no el Estado o la política, condición que es la fuerza positiva de lo destituyente o, dicho de otro modo, “la potencia del no-poder (destituyente-creativo) del acontecimiento”, en el supuesto que acordemos que el 2011 “es” un acontecimiento.
El Nosotros como condición de lo político implica que no se ocupa de problemas “naturalmente estatales” sino colectivos y autónomos, en cuanto sitúa lo social, lo micropolítico, en oposición a la figura impar del Estado, cuyo objeto no es el mero gobernar o gestionar sino el distinguir antagonismos en medio de la guerra civil mundial.
Una categoría a destacar es la de no-representable, que presenta la devaluación de la representación como delegación, mediación o referencia.
No-representable es lo autonómico, lo autogestionario, lo colectivo o, lo que es igual, lo que surge de la sociedad como promesa de posibilidades infinitas de configuraciones o, al decir de Cerdeiras, “de nuevas políticas emancipatorias”, que esperan ulteriores aclaraciones.
Los prologuistas han remarcado sus deseos de un análisis historico laico, profano y ateo como el que ejecuta Pablo en este sustancioso y belicoso libro; y han dejado del lado opuesto, del lado estatal-kirchnerista lo afectivo, lo místico, lo militante, lo mítico y tradicional, como emblemas de un pensamiento y una postura decidida de dominación subjetiva.
El pormenorizado y exhaustivo análisis de las políticas kirchneristas tiene por objetivo la recuperación de la potencia del Nosotros para que el discurso gubernamental no pueda anular las políticas de lo no-representable, que encarnaban  las Madres, las Asambleas y los Colectivos Autónomos, sin perjuicio de que las Madres son defensoras a ultranza del kirchnerismo.
Todos los desarrollos del libro intentan fundamentar la acusación de neutralización del despliegue de la potencia del Nosotros mediante un rol benefactor o neo desarrollista. 
Por eso señala acertadamente que el presidente Kirchner fue quien puso en boca de la multitud cuáles eran sus deseos, destacando que multitud es diferente que ciudadanía.  Sin embargo, la potencia del Nosotros pretende decir cuáles son los deseos liberadores que subyacen en lo destituyente.
Para un kirchnerista, como es mi caso, uno de los méritos del  libro reside en algunas de las premisas que postula y desarrolla, aún sin acordar en las consecuencias.
Las puntos que destaca como características de la política de Kirchner son básicamente “la plasticidad, la permeabilidad, la mutación, la fluidez, la improvisación”, el inacabamiento y la receptividad de lo otro, que son los rasgos permanentes del hombre de Estado, del estadista.
Sin embargo son muchas las notas críticas que formula, por ejemplo, continuar con el mismo patrón de acumulación y sometimiento al capital trasnacional, asegurar los medios para que se perpetúen los medios de vida de los políticos, cooptar a los sectores no-representables para asegurar la gobernabilidad, etc.
En fin, un intenso y logrado trabajo, un lúcido y controversial análisis que encenderá la polémica y el debate de ideas.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Perfil del autor

Pablo Hupert nació en Buenos Aires en 1972. Es historiador, ensayista, docente. Obtuvo el primer premio y publicación en el Concurso de Ensayo AMIA 2004 “Qué significa ser judío hoy”. Escribió con Ignacio Lewkowicz y Andrés Pezzola un libro que permanece inédito, La Toma. Agotamiento y fundación de la universidad pública. Coordina grupos de estudio y elaboración, escribe y ha publicado diversos artículos en medios gráficos y digitales, así como capítulos de diferentes libros. Mantiene una profusa actividad de escritura que publica en www.pablohupert.com.ar. Aspira a pensar la constitución subjetiva en las evanescentes condiciones contemporáneas. Como historiador, lo hace leyendo las prácticas sociales.