Gobernar tras 2001 (el kirchnerismo como equilibrismo osado)
Podemos recapitular sumariamente el argumento que hilvana la conversación y destilarlo. El Estado, en 2003, ya no podía seguir siendo Estado como hasta entonces. El régimen político kirchnerista es la continuación del Estado por otros medios.
El régimen kirchnerista hace experiencia de las dificultades de gobernabilidad posteriores a 1983, y en esto basa su eficacia. En general, esas dificultades venían acumulándose: debilidad secular de las instituciones republicanas, transnacionalización de la economía, mutaciones sociales y económicas, sectores sociales no representables en la cima y en la base social (capital transnacional, consumidores, excluidos) que dificultaban la representación, etc. En singular, la dificultad era más reciente y punzante: la emergencia de sujetos infrapolíticos que impugnaban e iban más allá de la representación.
El Estado, en 2003, ya no podía seguir siendo Estado como hasta entonces. El proceso social objetivo que dificultaba la gobernabilidad había comenzado un cuarto de siglo antes y había conducido a la corrupción de la forma nacional del Estado. La síntesis político-subjetiva llamada2001 era más palpable y obstaculizante y había dado –vía impugnación y vía afirmación– el tiro final a la representación –es decir, al principio estructurante del Estado-nación, de la sociedad nacional y de la liga entre ellos. Así, entonces, 2003 se dibujaba, desde el punto de vista estatal, como un atolladero urgente. El régimen kirchnerista, con la representación, el ajuste y la represión interdictos, reaccionó enérgica y creativamente a la encrucijada que se le planteaba.
Esa encrucijada tenía la forma de una trifurcación de exigencias sine qua non: a) asegurar condiciones favorables al capital transnacional; b) asegurar su medio de vida a la clase política; c) asegurar la gobernabilidad de los sectores no representables subalternos (tanto los consumidores como los colectivos infrapolíticos).
Kirchner, como artesanal equilibrista, satisfizo las tres exigencias vigorizando el aparato del Estado, logrando que se sobrepusiera a la furiosa impugnación y autonomía dosmilunera. Pero no devolviéndole su forma nacional, sino adecuándolo a las nuevas condiciones sociales y políticas y a sus exiguos recursos gubernamentales (ya fuera por deficiencia secular o por desguace neoliberal).
El círculo virtuoso de los años kirchneristas consiste en que el Estado asume un desempeño tal que satisface las tres exigencias (respectiva y esquemáticamente: a) rentabilidad productivo-exportadora, b) recaudación fiscal y c) redistribución gestionada ad hoc + performación y satisfacción imaginales de demandas) y las tres satisfacciones fortalecen el Estado (respectiva y esquemáticamente: a) superávit, b) cohecho y c) votos + opinión favorable). Y así, por lo tanto, se reinventa su conexión con la sociedad y su capacidad de gobernarla.
Esta conexión, esta gobernabilidad, sin embargo, no tienen ya la forma de liga orgánica, representacional, entre la sociedad y el Estado nacionales. Dadas la menguada fuerza homogeneizadora del Estado, la creciente fuerza heterogeneizadora del mercado y la productividad subjetiva de los movimientos colectivos, incluida la necesidad –bien propia de la dinámica social contemporánea– de actuar rápidamente, esa conexión y esa gobernabilidad se realizan por la vía de la gestión ad hoc. La gestión ad hoc es un procedimiento estatal contingente, artesanal, ágil y eficaz adecuado a las condiciones sociales contemporáneas y las condiciones estatales argentinas, pero, así como se adecua a ellas, así también las perpetúa, tornándose a sí misma más necesaria, más febril, más costosa, más puntual y más provisional –y, tal vez, más precaria. Por lo pronto, sin embargo, acierta a preservar el equilibrio entre las tres exigencias con que Néstor se encontró en 2003.
Este equilibrio, sin embargo, no es armonioso sino tenso, y –como del fuego cruzado solo se sale a los tiros– esta tensión ha exigido ese estilo confrontativo tan característico del kirchnerismo que apasiona a sus seguidores y enerva a sus detractores. Las tensiones han sido, respectiva y esquemáticamente: a) contradicción entre la satisfacción a la exigencia del capital y la satisfacción a las demandas de los nosotros (los conflictos por el permiso o prohibición de la megaminería constituyen el ejemplo más claro); b) contradicción entre la satisfacción de las necesidades de la clase política y de reproducción del aparato del Estado por un lado y por otro las de ganancia del gran capital (los conflictos con el multimedios Clarín y el “del campo” son el ejemplo más claro); c) contradicción entre la satisfacción gestionaria e imaginal a los no representables y las fracciones no-kirchneristas de la clase política (cualquiera de los conflictos políticos que reportan los medios es un ejemplo claro). Estas tres confrontaciones, no del todo explícitas pero casi siempre sobreactuadas (imaginalizadas), explican el “progresismo” de la restauración kirchnerista del poder del Estado.
He intentado ser esquemático, pero quedó complicadito el esquema… Toda esta complejidad (que es apenas una pizca de la complejidad efectiva del régimen político actual) es publicitada por el régimen de manera binarizada (según la ocasión: Estado contra mercado, pueblo contra corporaciones, sueños setentistas contra tándem dictatorial-neoliberal, etc.). Que esa dicotomización reduzca la complejidad social e impida comprenderla es lo menos grave; si hace estragos, consisten en que desvían la potencia de los nosotros de su situación a un eje que es el del Estado. El eje, para el campo de lo político, no pasa por kirchnerismo-antikirchnerismo, Estado-mercado (o cualquiera de sus variantes), sino por la divisoria entre elección de opciones probables y exploración de posibles infinitos.
La binarización no es muy fiel a la realidad pero eso no importa cuando de gobernabilidad se trata. Su eficacia en lo que a gobernabilidad respecta reside en convocar pasiones políticas estatales (léase desviar la energía de la potencia infrapolítica al poder de la política) y en invisibilizar lo tercero infinito (léase empantanar a los colectivos infrapolíticos y organizar el olvido de su potencia). Sea por esa convocatoria o por esta invisibilización o por ambas, el régimen político actual logra contener las aberturas que 2001 abrió y continúan abriendo su presencia continuada y la fluidez social, así como impedir el desborde. Logra eso, pero no, clausurar las aberturas.