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martes, 27 de agosto de 2013

El triunfo del 2001 en las elecciones de 2013

Por Víctor Militello


Muchas voces se refieren a 2001 como un fracaso, una revuelta que se desvaneció sin dejar ninguna huella ni continuidad, que no tuvo ninguna clase de eficacia.
En muchos casos es probable que no sea más que resentimiento, pero en muchos otros se trata de un balance que surge de modos de evaluar los hechos políticos según referencias espectaculares: como no se cambió todo, no cambió nada.
Ahora bien, si 2001 fue una puesta en cuestión de la política de representación que, por otra parte, surgió por fuera de partidos y sindicatos, si la problemática que planteaba se concentra en este carácter, entonces su eficacia resulta asombrosa: destruyó el sistema de partidos que sostenían la gobernabilidad democrática. Dijo que se vayan todos y los partidos …se fueron!!
Y esta es la tesis de este breve artículo: en la Argentina no hay más partidos formando parte del entramado político de la gobernabilidad (sólo permanecen fieles a la forma partido algunas formaciones de izquierda, pero no forman parte de los partidos de gestión estatal, aunque cabría preguntarse que rol juegan en la gobernabilidad, si es que juegan alguno).

Gobernabilidad y sistema de partidos
Gobernabilidad es un término denso, polisémico, difícil de precisar y delimitar.
Para nuestros fines nos alcanza con definirlo como la capacidad estatal de encuadrar a las masas bajo su conducción y ordenamiento, constituyendo un lazo.estableciendo cierta normalidad en la situación, organizando los conflictos y su resolución de manera tal que se mantengan a distancia del estallido y la conflagración abierta. Para ello entran en juegos numerosos dispositivos, tácticas y estrategias, que son, precisamente, las prácticas de los dispositivos de gobierno.
Es en parte asimilable al concepto de hegemonía; gobernar es hegemonizar la conflictividad.
Ahora bien, parte de la densidad de este concepto se deriva del hecho de que no se distingue entre hegemonía política y hegemonía cultural, o ideológica, dimensiones que están muy entrelazadas, por cierto, pero no son idénticas. Esto hace perder de vista la singularidad de los procesos políticos. Todavía más, nos animamos a decir que “cultura” desplazó a “política” en muchos discursos actuales.
No siempre una crisis política supone un desfondamiento de los sistemas culturales. Por ejemplo, en las revoluciones del siglo XX vemos que la crisis política no disuelve la “ideología dominante”, cosa que, por otra parte, los revolucionarios conocían perfectamente. Son innumerables las declaraciones al respecto: tras la toma del poder    (que era el sentido predominante de la categoría de “revolución”), la ideología burguesa sobrevivirá incluso por generaciones. Por supuesto, eso no significa que quedara indemne.
De modo que el acontecimiento político nunca es total, no transforma inmediatamente la totalidad del mundo-la cual no existe, dicho sea de paso- ni disuelve los imaginarios preexistentes, los sistemas simbólicos y de lugares, los modos de vida.
Y tampoco lo hizo 2001.
En todo caso, la eficacia de las irrupciones populares debe medirse por su capacidad de determinar la situación en la que se inscriben. Y esta situación en el 2001 era la de la política y su sistema de gobernabilidad y hegemonía política (y no la de la totalidad de la sociedad)
2001 transformó la política, al menos en algunos aspectos, no la (inexistente) totalidad del mundo.

Neoliberalismo y crisis del Estado-Nación.

El neoliberalismo erosionó la lógica interna del Estado-Nación, el cual no desapareció, como es evidente, sino que se debilitó, distorsionó y desactualizó. Se comenzaba a requerir nuevas estrategias.
No abundaremos aquí en sus causas sino que simplemente constataremos su incidencia y trataremos de localizar sus efectos.
En lo fundamental el neoliberalismo golpea en el alineamiento institucional: el sistema de instituciones deja de resonar en un punto central que los ordenaba y cuyo eje era el Estado-nación. En términos generales se trataba de la compatibilidad entre dispositivos disciplinarios de encierro que, resonando entre sí y con el centro estatal, adquirían densidad y fibrosidad. La familia, la escuela, la fábrica, los hospitales, etc, etc, dejaron de tener ese telón de fondo que era el Estado-Nación y, viceversa, éste dejó de sostenerse en ciertas condiciones que le garantizaban estabilidad. Y las instituciones se convirtieron en galpones, como decía el historiador Ignacio Lewkowicz.
Velocidad, liquidez, fluidez, son otras tantas maneras de nombrar esta erosión.
Hasta aquí la crisis de hegemonía del Estado-nación refiere sobre todo a su sistema cultural, ideológico o de eficacia de dispositivos de poder múltiples y variados subsumidos en una misma diagramático.[1]
A estas condiciones, que proveen de una estabilidad de fondo al Estado-Nación, las llamo condiciones de estatalidad: el Estado reposa serenamente sobre un fondo rocoso que ni siquiera los golpes de estado lograban conmover, más bien todo lo contrario El pasado, la densidad histórica, predomina sobre el presente y el futuro, lo acumulado, los estratos, se imponen y refuerzan mutuamente.
Ahora bien, en sociedades democráticas la gobernabilidad política se expresa a través del sistema de elecciones y, por lo tanto, a través un sistema de partidos en competencia, esas grandes formas de la disciplina moderna, de la lógica del encierro, rara vez caracterizada de este modo.
Y sin esta hegemonía política las condiciones de estatatlidad no estarían completas. Y aquí sí los golpes de estado jugaban un papel negativo, al recortarla y subordinarla al poder militar.
Pero tras la Dictadura del 76 los golpes de estado devinieron imposibles. Si esta dictadura creó, por un lado, condiciones favorables a la gobernabilidad al eliminar a los rebeldes, por otro lado introduciría el elemento neoliberal que iría a erosionarla.
Sin embargo, la posdictadura vio el retorno de un sistema bipartidista ( peronistas y radicales) que, incluso si se debilitaba, seguía siendo hegemónico. La destrucción de una forma histórica y determinada de hegemonía cultural aún no llegaba a la política. Y ello porque la sanción del agotamiento de una forma política no es un fenómeno de estructura, sino de intervención subjetiva. Una política-incluso si está en ciernes y es débil e indeterminada- desplaza a otra.

2001 y el fin de la forma partido

No toda forma de agrupamiento colectivo en política es un partido. Incluso en la historia se reivindicaron otras formas: ligas, uniones, milicias o ejércitos populares y otras. En la actualidad, post 2001, se impone una nueva, de la que hablaremos más adelante..
¿Que caracterizaba a la forma partido en términos muy generales?
En primer lugar, que se organizaba en torno a una “plataforma” (o declaración de principios) y un programa que lo expresaba. Y que les imponía exigir una autonomía relativa respecto del aparato del estado ( sobre todo cuando no se tenía dominio sobre él).
En segundo lugar, configuraba una forma de militante reconocible a distancia: el cuadro, el militante profesional, rodeado de simpatizantes, adherentes y público en general.
En tercer lugar, en que tenía una vida interna intensa conformada por ciertas prácticas más o menos frecuentes: congresos, plenarios, discusiones de coyuntura (situación nacional, situación internacional, análisis de las relaciones de fuerza, etc). En suma, el proceso de producción de la famosa “línea” del partido.
En cuarto lugar, que disponía de una prensa partidaria, incluso bibliotecas y espacios de formación política.
En quinto lugar, aunque parezca demasiado obvio, que tenía autoridades y jerarquías, elegidas en internas “cerradas”, y que conformaba buena parte de la lucha de tendencias a su interior. Y este rasgo viene al caso cuando, al momento de escribir estas líneas, el partido más importante de la Argentina, el PJ, no tiene autoridades definidas, algo impensable en otros momentos de la historia.
En sexto lugar, tenían cierta estabilidad, se sostenían en el largo plazo, muchas veces sin modificaciones esenciales. A esta disposición no le era ajena la disciplina interna, el ser “orgánico” con el partido.
Por último, tenían una ideología definida.
En suma, eran cuerpos sólidos, que tenían órganos y funciones claras y precisas.

En fin, podríamos continuar, pero con estos siete puntos creemos que tenemos lo suficiente para afirmar que en la actualidad las agrupaciones políticas electorales, en su mayoría, ya no son partidos, ni siquiera gelatinosos., como se los ha llamado alguna vez. Incluso podríamos agregar que los agrupamientos actuales no cumplen con ninguna de estas siete características.
Entonces ¿qué es lo que hay? ¿Cómo llamar a estos nuevos agrupamientos?
Elegimos llamarlos agencias para la selección de candidatos para la gestión estatal. Es la novedad reaccionaria post2001. Su rasgo característico es la volatilidad, la transformación incesante de sus miembros y sus orientaciones ideológicas. Su evanescencia permanente, su reacomodamiento perpetuo. Esclavos de la fluidez, sobreviven sin forma.
Por supuesto, carecen de plataformas y programas, no tienen militantes sino funcionarios activistas ( en muchos casos o bien son funcionarios públicos, o de organismos internacionales, o de agrupamientos empresariales o directamente de empresas, o todo eso junto), su “vida interna” se tramita entre el secreto de la mesa chica, las internas “abiertas” y los medios de comunicación, (y las encuestadoras y las consultoras de marketing que reemplazan a los órganos pertinentes del partido) que son, a su vez, lo que vino a sustituir a la prensa partidaria, son inestables e indisciplinados, descreen de las ideologías y del pensamiento “fuerte”, el cual produce, según parece, una indigestión grave en el electorado. Y son, plenamente, aparatos organizadores de estado, del cual no se distinguen. Si el drama de las revoluciones fue la fusión del partido y el Estado, el Estado-Partido (también desarrollado por los fascismos), el de las sociedades actuales es el Estado-Agencia., forma dominante de la Democracia S.A., fusión plena del Capital y el Estado.
Ahora bien, no es sólo la fluidez quien ha sancionado su senectud, sino, y sobre todo, la intervención popular.
¿Es necesario demostrarlo? Creemos que no. Sin embargo, nos gustaría afirmar que el que se vayan todos era una consigna política dirigida al conjunto de la llamada “clase política” (o que incluso constituyó el sintagma “clase política” como tal). No era una demanda económica, ni social, ni de otro tipo, sino directamente política que golpeó en el corazón de la gobernabilidad: la forma partido y su sistema de encierro de la práctica política en encuadramientos previamente.normalizados.

La nueva gobernabilidad.

Al Kirchnerismo le tocó llegar al poder con el sistema de gobernabilidad erosionado y agotado por la acción de la máquina neoliberal, por un lado, y la intervención popular, por el otro. Y renegó tanto de uno como de otro, aunque de manera muy diferente: al neoliberalismo lo puso como enemigo, al 2001 lo olvidó, ninguneó y caracterizó como “infierno” para mejor robarle sus banderas.
Atenazado por múltiples imposibilidades (imposible reprimir abiertamente, imposible privatizar, imposible comportarse como “clase política”, imposible contar con el fondo institucional y con el sistema de partidos, imposible tener relaciones carnales con el Imperio, etc, etc) debió inventar una nueva gobernabilidad, para lo cual no disponía, obviamente, de un plan previo.
De modo que debe improvisar, variar, intervenir continua e incesantemente, armar dispositivos específicos para cada situación de crisis, darse una movilidad sorprendente y desconocida, que para sus seguidores es el índice de su vitalidad, para poder construir día a día y paso a paso la gobernabilidad política perdida..
Ya no contaba, ni podía contar, con esa especie de bajo continuo que he llamado condiciones de estatalidad para un período determinado.
Reconstruirlas era, entonces, su tarea y su obsesión, su objetivo fundamental al cual se subordinaban todos los otros.
La reconstrucción de las condiciones de estatalidad era, el verdadero norte estratégico del gobierno K, al cual numerosas prácticas se le subordinaban como sus formas tácticas.: las estatizaciones, la transversalidad, la reforma de la corte, la política de DD HH, los planes sociales, la captura de ciertos movimientos sociales, la creación de una nueva “militancia”, la constitución de grupos intelectuales como Carta Abierta, la invención de un “otro” abominable que sería la “derecha”, la “corpo” etc, etc.
Y en este sentido la novedad reaccionaria K fue bastante exitosa.
Ahora bien, reconstruir las condiciones de estatalidad sobre la cual montar una nueva gobernabilidad ni es tarea para un solo gobierno ni es un objetivo cumplido.
Lejos de eso, la crisis sigue abierta, la formas estables no llegan, el lazo entre Estado y Sociedad no se clausura o sanciona. No hay, por ahora, un nuevo Contrato Social.
El K es como un caminante sin camino, que debe colocar el suelo bajo sus pies a cada paso. Eso le de un tono épico, de aventura, incluso casi poético: es como un migrante sin rumbo ni destino, una anomalía, una intemperie. Es un gobierno de excepción,  en tiempos de excepción, que gobernó excepcionalmente, lo que le valió el mote de “autoritario” con el cual la oposición no cesa de mortificarlo.
Sin embargo, además del disgusto que nos provoca la poesía de Estado, debemos decir que tan frenética actividad cansa, y que los efectos de este cansancio empiezan a percibirse, que el género de la literatura de aventuras y viajes no es el preferido por los gobiernos, cuya consigna central y eterna será siempre: seguridad, si, seguridad para todos, y en primer lugar para la gobernabilidad. El lazo de obediencia al Estado.







[1]  Para todos estos temas recomendamos El estado postnacional, de Pabo Hupert, donde esta problemática se analiza extensa y detalladamente.
 

martes, 24 de abril de 2012

Un intercambio


Hola Pablo:
 
Leí tu libro con suma atención, a veces releyendo párrafos y páginas enteras, porque me resultó muy didáctica tu aproximación al fenómeno K. Esa guía me permitió traducir el discurso de reasunción de la presidenta y entender algunos sucesos que se produjeron en los ocho años anteriores y los que se esperan a partir de ahora. 
Todo gira en torno a la gestión que asegura la gobernabilidad, en detrimento de las instituciones republicanas, y la resolución de conflictos, más allá de cuestiones formales, reafirman la imagen presidencial tan disminuida a raíz de los acontecimientos del 2001 junto a una poderosa red propagandística que no da tregua y que poco a poco se va a tornar opresiva.
Creo que esto podría ser un resumen de lo que entendí. Por supuesto, surgen muchos interrogantes, algunos de los cuales voy a plantear:
 
¿Kirchner asumió en 2003 con el propósito de gobernar como lo hizo o fue tomando decisiones sobre la marcha?

Respuesta: Un poco y un poco: lo seguro es que no tenía ningún plan paso-a-paso
 
¿Tenía conciencia de lo que llamás la “infrapolítica de los nosotros” y a partir de esta realidad diseñar un modo de administrar?

R: Sí, aunque no como la conceptualizo yo. Prat Gay cuenta que una vez desde la Rosada, K le mostró un piquete y le dijo "mire: yo estoy acá para que esa gente vuelva a su casa" y K sabía muy bien que esa gente no iba a volver ni a punta de pistola (como demostró 19-20) ni vía sindicalización estatizada como había echo el primer peronismo.

¿Fue él quien planificó y llevó a la práctica la gestión como método efectivo de satisfacer necesidades?

R: No, fue el mercado; la política ya lo había comenzado a incorporar, pero K lo multiplicó y expandió y lo convirtió en sistema de consenso y de obtención de gobernabilidad.
lo que intenta mostrar mi libro, como presupuesto general, es que los políticos no hacen lo que se les ocurre y mucho menos lo que planifican (que es la imagen que dan los periodistas sean oficialistas, opositores o independientes), sino que toman las condiciones de su circunstancia y las afrontan con los elementos que en su circunstancia andan sueltos; el modo como los articulan, junto a alguna que otra característica personal, sí puede llegar a ser original de ellos y esa articulación es lo que conforma su perfil de gobierno.

¿Creés que en algún momento se pueda volver a la institucionalidad tradicional o tantos años haciendo caso omiso de ella ya la han dejado obsoleta y fuera de servicio?

R: Imposible que vuelva; por eso hablo de un Estado posnacional, justamente.

¿Pensás que como consecuencia de algunas desviaciones del plan original –cancelación de los subsidios, aumento de tarifas, techo para las paritarias- pueda aparecer nuevamente el fantasma del “nosotros” y en ese caso con menos argumentos –menos caja- la presidenta volverá por los fueros tradicionales?

R: En el verano se vio que el fantasma nunca desapareció, aunque sí se transformó, entre 2003 y hoy: Famatina, por ej., los docentes, etc., etc.
También se viene viendo que el gobierno necesita satisfacer a todos con menos recursos que antes, lo cual es muy difícil sin poder recurrir a la represión abierta; igual, se viene desarrollando (que no planificando) una represión también posnacional: tercerización, provincialización del uso de la fuerza (Formosa, Neuquén, Salta), patotas (Sta Cruz, FFCC, etc.), chicaneo mediático (678, Tiempo Argentino, etc. etc.), ahogo presupuestario (lo denunciaron radios independientes riojanas y seguro no son las únicas), listas negras privadas (como las confeccionadas por las mineras en La Rioja), sicarios privados (como en Sgo del Estero), judicialización de la protesta, difamación mediática, gatillo fácil, etc., a lo que se suma la ley antiterrorista (que ya se aplicó a 25 antimineros catamarqueños), el proyecto X, el uso de gendarmería en los conurbanos, entre otras.

Para terminar, no quiero aburrirte, este enfrentamiento con Moyano ¿te parece teatro o hay algo cierto de trasfondo?
R: No lo sé, pero tenemos que aprender a pensar los teatros como ciertos, pues vivimos la era del espectáculo. lo que me parece es que Cristina está buscando la mayor lealtad posible en sus adláteres y ya no solo en su "mesa chica"
 
A propósito, en una parte del libro escribís que el proyecto K es volver al punto en que fue interrumpida la experiencia Cámpora que dio comienzo a la etapa Dictadura-neoliberalismo.
R: No digo eso; digo algo que es casi lo opuesto: que aunque imaginalmente pregonan  volver al punto en que fue interrumpida la experiencia Cámpora que dio comienzo a la etapa Dictadura-neoliberalismo en realidad son un movimiento que incorpora en sus prácticas todo lo que ocurrió luego de 1976, tanto en lo que hace a técnicas de gobierno (que incluye técnicas mediáticas) como a trato con los de abajo (que incluye co-gestión de lo social con los nosotros extraestatales).

 Con ese retorno al pasado vuelve también el antagonismo Montoneros-CGT, una de las columnas del desastre que vino a posteriori. Los neomontoneros actuales son funcionarios con sueldos de novela y no como sus predecesores que, a mi juicio, equivocados en la metodología, estaban dispuestos a jugarse la vida por su ideología. Entonces, ¿hasta dónde puede llegar esta pugna? Mi temor es que alguien, en algún momento, uno que sea mas papista que el papa, vaya más allá de las palabras y se le escape un tiro. Lo cual sería una tragedia. 
R: Yo no lo veo probable, pero tal vez yo no sepa leer lo cierto de ese teatro :)

Aunque el discurso K parecería calentar el ambiente en esa dirección. En este sentido, Cristina me resulta un poco más decidida que Néstor.
 
Como ves, el mérito de un libro es dejar inconclusas las respuestas y provocar nuevas preguntas. Mérito, por supuesto, todo tuyo.
Un abrazo
 
Pablo F.

viernes, 2 de diciembre de 2011

2001: un retrovirus

Versión completa de la entrevista publicada en Noticias Urbanas el 24/11/11
-Planteás que el 2001 afectó la política y lo sigue haciendo, ¿en qué la sigue afectando?
-Es una gran incógnita. La pretensión estatal (digo: tanto la del kirchnerismo como la del antikirchnerismo, incluidos los medios de comunicación) es que no la afecta en nada. La pretensión oficial es que fue un infierno que ya pasó. Ahora solo quedaría esperar ver cómo Cristina “profundiza” y nos acerca al cielo, o, a lo sumo, temer ver cómo la calamidad vuelve de la mano de una corrida cambiaria o de la crisis económica internacional. En un caso o en otro (digo: tanto con expectativas optimistas como pesimistas), se nos invita a una posición expectante. Es como si nos dijeran “sigan ustedes consumiendo a rolete y trabajando a destajo, ocúpense de sus propias vidas individuales, que de todo lo que tiene que ver con vivir juntos se ocupará Cristina”. Pues bien: si terminamos de creernos eso –lo cual veo, afortunadamente, muy lejano–, entonces 2001 dejará de afectar la gran política.
2001 fue un momento en que vivir individualmente se hacía imposible si no se lo hacía con otros. Lo que llamamos 2001 no es una fecha y no es solamente una crisis. 2001 es un principio activo y virósico: los más diversos colectivos sociales asumiendo los problemas que plantea el vivir juntos sin esperar que el Estado los resuelva, sea en la forma de empresas recuperadas en (Zanón, 2001, Brukman, 2002) sea en la forma de piquetes (Tartagal, 1999), puebladas (Cutral-co, 1996), escraches (HIJOS, 1993) y rondas (Madres, 1977), asambleas (ciudades capitales, 2002, Gualeguaychú, 2006, etc., etc.), entre muchos otros. Un principio instituyente que, como un fermento, leuda, organiza y produce, y como un retrovirus, muta.
Ahora bien, estamos en una época en la que, al parecer, el Estado resuelve todo, incluso lo que no resuelve. Pero si el Estado actual (tanto en su versión kirchnerista como macrista) se ha organizado para satisfacer casi cualquier demanda (desde alimenticia hasta internética, desde habitacional hasta securitaria), si busca siempre satisfacer a los votantes, eso no lo hace con el objetivo que declara sino para asegurar la gobernabilidad. 2001 mostró que la gobernabilidad podía ser jaqueada por las organizaciones colectivas extra-estatales (lo que yo llamo la infrapolítica o los nosotros) y colapsar. El Estado posnacional es justamente la reorganización de la política estatal en función de lo político extra-estatal. Esto explica el alto grado de “informalidad” del aparataje kirchnerista, pero también el de los gobiernos nacional o capitalino.
-En 2001, según tu relato, se agota el ya corrompido Estado-nación neoliberal y en 2003 comienza el Estado posnacional, ¿qué sucede entre 2001 y 2003?
-Son fechas de referencia, no más. Si bien diciembre de 2001 es claramente un quiebre, la arquitectura de un aparato estatal que pueda gobernar sobre esa pluralidad de colectivos no se consuma el día de la asunción de Kirchner. En 2002, Duhalde había dado importantes pasos en ese sentido, que luego fueron premisa de “el modelo” K: tipo de cambio alto, planes asistenciales, énfasis en la economía extractiva y las retenciones. Pero también Duhalde ofreció un pifie que sería básico para Kirchner: la masacre de Avellaneda, que obligó a Duhalde a adelantar las elecciones y a Néstor a evitar la represión abierta de los conflictos sociales. 2002 fue un año donde todo podía pasar, y “que se vayan todos” era un enunciado cuyo sentido, aun abierto, dependía del antagonismo entre la clase política y los colectivos dosmiluneros o extra-políticos. Hoy, en cambio, el Estado, con ayuda por supuesto de los medios, ha logrado que ese enunciado no signifique nada constructivo y, muchas veces, que nosotros mismos olvidemos todo lo que podíamos hacer convocándonos con él. Hoy necesitamos otro.
-La forma de "Estado posnacional", ¿es la definitiva o cuál puede sucederle?
-Nada es definitivo en la historia, y menos en tiempos de tanta precariedad como estos. Pero que quede claro: la precariedad no es “culpa” de ningún gobierno en particular sino un rasgo del funcionamiento actual del capitalismo; también a este rasgo se adapta el Estado posnacional con su alto grado de informalidad y repentización.
-Planteás una tercera visión, más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, es algo que suele suceder después de varios años de superada la coyuntura, ¿cómo fue pensar el proceso kirchnerista mientras éste se continúa desarrollando?
-No ha sido fácil: cada nuevo suceso obligaba a reescribir varios conceptos del libro. Sin embargo, la dificultad principal no estriba en que se continúe desarrollando el proceso en cuestión sino en que los medios de comunicación y los políticos siguen cacareando sobre el proceso, recubriéndolo de imágenes inútiles para pensarlo (o mejor dicho: útiles para no pensarlo). Esas imágenes ponen el énfasis de toda la cuestión social en las discusiones de los políticos y las medidas de los gobiernos, invisibilizando la potencia colectiva nuestra de hacer sociedad. Del mismo modo, ponen toda la cuestión en las coyunturas y nos evitan ver las tendencias profundas que informan cualquier actividad. Una y otra invisibilización hacen que veamos todo “más acá” de kirchnerismo y antikirchnerismo. Los historiadores podemos distinguir entre épocas –por ejemplo, entre el pasado y el presente, que comenzó en 2001 y no en 2003. Como historiador, quise aportar a ver más allá de lo que el Estado y los medios visibilizan.
-¿En 2011 los gobiernos siguen siendo destituibles como en 2001?
-No parece (y en el mundo de hoy, ser y parecer son muy difíciles de distinguir). Un dato crucial: desde 1999, la suma de votos blancos y ausentes nunca bajaba del 30-32%; en cambio, el 23/10 no llegó al 26%. Si digo que Néstor y Cristina han sido estadistas, constructores de un Estado posnacional, es porque lograron que la mirada y la expectativa social vuelvan a posarse en el Estado (o más bien en los funcionarios) y que a eso se lo llame política. Aun así, me preguntaste qué sigue después: durar y obtener votos no son sinónimos de institucionalidad sólida (como la del Estado-nación, que, mal que mal, rigió más de un siglo).

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un resumen posible

Hay tres caricaturas sobre el régimen político que comenzó en 2003 en Argentina. Este libro evita las tres.
La primera caricatura lo presenta como una reparación del sentido de justicia y de los sueños de los jóvenes sobre los que cayó el terrorismo dictatorial y el neoliberal. La segunda caricatura lo denuncia como un autoritarismo mal encubierto que lleva a la sociedad por los caminos de las enemistades que desde siempre habrían impedido la consolidación de la democracia argentina. La tercera dice que el kirchnerismo es una recomposición del sistema burgués para seguir explotando a la clase obrera.
Restauración es el común denominador de las tres caricaturas. Las tres asumen ingenuamente lo que este régimen político quiere hacer creer: que 2001 no hizo mella en el sistema político argentino, que el Estado-nación argentino sigue incólume, como si el pos-neoliberalismo no fuera lo que pudo continuar del neoliberalismo luego de 2001.
Hupert muestra hasta qué punto 2001 y sus múltiples continuaciones han afectado el funcionamiento mismo del gobierno de Argentina.
Bienvenidos al Estado donde ya estábamos y no nos animábamos a pensar. Pasen y vean el Estado posnacional.

jueves, 25 de agosto de 2011

Índice del libro

Prólogo, por Diego Sztulwark y Sebastián Scolnik

Prefacio. ¿Por qué “posnacional”?

Primera intro. Contra la invisibilización de 2001 y la infrapolítica.

Segunda intro. 2001: el gran condicionamiento.


     Los tres procesos neoliberales (y uno más).

     “Que se vayan todos” como destitución.

     “Que se vayan todos” como afirmación: venimos nosotros.

      2002 como encrucijada.

     Los tres procesos posneoliberales (y uno más).

Tercera intro. Cuatro preguntas sobre el presente.

Cuarta intro. Caracterización general.

     Generalidades.

     Tres condicionamientos a la gobernabilidad en la coyuntura 2003.

     Los objetivos inmanentes de un gobierno en 2003.

     Imaginalización.

La infrapolítica y el Estado
     La infrapolítica antes de 2001.

     2001: encrucijada política.

     Micropolítica: La infrapolítica desde 2003.

La institucionalidad precaria
     La estrategia k. Discurso de asunción.

     Heterogeneidad: inviabilidad de la representación.

     Heterogeneidad: compatibilización.

La gestión de la demanda
     La gestión del conflicto: Soldati.

     Gestión del conflicto: Qom.

     Gestión de la armonía social: precios.

     Conceptualización: cláusula ad hoc no es ley.

     Gestión de la armonía social: subsidios.

     Conceptualización: correlaciones que dan su forma al Estado actual.

     Más conceptualización. Gestión posnacional no es tecnocracia.

     Conceptualización: gobernar es gestionar, y esto es política en el régimen kirchnerista.

Desnacionalización
     Desnacionalización por descentración: muchos productores de subjetividad.

     Desnacionalización por desfondamiento.

     Desnacionalización por territorialización.

     Conceptualización.

Síntesis (correlaciones)
El chamuyo K
     La transitividad justiciera o la binarización que excluye al tercero, que es infinito.

     Significación calamitosa de “que se vayan todos”.
Un destilado de la conversación: el kirchnerismo como equilibrismo osado


Aclaraciones y agradecimientos

miércoles, 24 de agosto de 2011

Que se vayan todos significaba que se vaya el todo


¿Y si que se vayan todos quería decir también que se vaya el todo?
Que se vaya el todo es que se vaya el Estado. En este sentido, Ignacio Lewcowicz el 24 de diciembre escribía que, así como en la historia de las revoluciones burguesas se ha distinguido entre revolución desde arriba y revolución desde abajo, el pasaje del Estado-Nación al Estado técnico-administrativo propio de los tiempos mercantiles fue “desde abajo” (primer capítulo de Sucesos Argentinos, publicado en julio de 2002). Sin embargo, no hay que entender que la gente estuviera pidiendo un Estado técnico-administrativo. El pedido no estaba claro; la propuesta positiva no se había desarrollado aún con los cacerolazos del 19 y 20 de diciembre. Eso lo tomará luego la asamblea barrial que practicará una consigna no formulada, que podríamos formular como ‘que se vaya el todo, que venga nosotros’. Mientras tanto, en los cacerolazos del 19 y 20 y aledaños, lo que se podía leer positivamente -en el mail de Mariana Cantarelli y en ese escrito de Lewcowicz- era que se trataba de habitar sin el todo. Había estado de sitio, pero se vivía la calle como si no lo hubiera habido. Los que estaban ahí cuentan que la calle era una fiesta. Andrés Pezzola decía que sentía que esa noche era la noche.
En este sentido, la subjetivación del 19 y 20 no fue una subjetivación ‘acontecimental’, disruptiva, en el sentido de un advenir que irrumpiera en el devenir estructural; no fue una subjetivación revolucionaria. Más bien fue un contingir[1] que configuró algo de algo en dispersión. Que se vayan todos incluía, sin duda, que se fuera el estado de sitio. Esos eran momentos de quiebre del vínculo social, de estallido y fragmentación por doquier. Corralito por un lado, estado de sitio por otro, pretendían realizar la operación que define a cualquier Estado nacional: el emplazamiento. Fuera acorralando los sitios o los fluidos financieros, pretendían ‘poner las cosas en su lugar’. Eso que alguna vez había sido el todo buscaba restaurar la conexión entre las partes, como si otra hubiese sido la época y otras hubiesen sido las condiciones; como si en los 25 años anteriores no hubiera pasado el neoliberalismo.
En este sentido (que se vaya el todo) los cacerolazos del 19 y 20 no son mera inversión, no son mera rebelión (que era lo que entendí yo en algún momento; de hecho los periodistas y también los políticos y hasta los progresistas objetaban al movimiento cacerolero y asambleario que la consigna ‘que se vayan todos’ era sólo negativa, y le faltaba un costado de propuesta, un costado positivo), como si quedara para las asambleas el momento afirmativo del movimiento cacerolero. En la noche del 19 al 20, en la fiesta callejera, hubo afirmación. Que se vayan todos es, entonces, una consigna de autonomía; no fue una consigna que fuera al enfrentamiento, como podría haber sido ‘muerte al todo’, ‘renuncia de De La Rúa’, etc. Fue: “el vínculo está en la calle, el vínculo está en la fiesta, el vínculo está en piquete, el vínculo está donde estamos nosotros, y que no venga el Estado a dárselas de gran articulador general”. No se trata de destruir al Estado sino de ignorarlo y, en todo caso, de que no moleste, de que ‘me deje hacer la mía’ (más precisamente: que nos deje hacer la nuestra).
Este lado afirmativo sólo es visible después de haber visto la afirmación asamblearia. No quiere decir que no haya actuado, ya, el 19 y 20. El ‘que se vayan todos’ no es mera inversión, mera rebelión, mera negación: también es afirmación. Lo difícil es caracterizar esta afirmación. Estamos acostumbrados a pensar las afirmaciones revolucionarias o las acontecimentales, incluso las artísticas y las “anarcodeseantes”. Todas estas caen bajo la noción general de subversión de un orden y creación de uno nuevo o, por lo menos, de puesta de un nuevo principio de ordenamiento. El 19 y 20 no puede ser caracterizado así puesto que no era orden la circunstancia donde surgía ni proponer un principio general de ordenamiento era lo que hacía. No fue una mera inversión rebelde, ni una abarcativa subversión revolucionaria; fue, si me permiten el neologismo una transversión.
Que se vayan todos, decía Lewcowicz en Pensar sin Estado, también podía entenderse como “que se vaya uno”. Se trataba (durante el 19 y el 20) de que se fuera el Uno, que no viniera el Estado a poner orden en ese descalabro social. “Que se vayan todos. Que configuremos nosotros”, y cada nosotros configuraría su Uno (más precisamente: su unito, en diminutivo y sobre todo con minúsculas) desde su centro, sin homogeneidad unificante.
“La calle era una fiesta”, cuentan. La calle era el lugar de revinculación: la fiesta es, antropológicamente hablando, un dispositivo elemental de relacionamiento y de creación de vínculos. Gracias a la calle del 19 y 20, a la calle cacerolera de diciembre de 2001, ahora teníamos vecinos. Estábamos vinculándonos nuevamente. El todo era prescindible, incluso era molesto: bien podía dejarse de hinchar las pelotas.

[1] En el capítulo “La existencia de nosotros” de Pensar sin estado (Paidós, Buenos Aires, 2004), Ignacio Lewkowicz propone “resucitar arbitrariamente un verbo: [nosotros] no adviene, continge.” Y en nota a pie explica que “en latín, el verbo conjugadocontingit equivale a ‘suceder [generalmente algo favorable], tocar en suerte’. Entre nosotros se traduce pintópero bien.” (p. 227).

Breve historia de la infrapolítica III

La infrapolítica 2001-2011

III. La infra deriva en micro

Por supuesto, el montaje, por parte del Estado, de instrumentos para tramitar la esfera de lo sub-representable ya había comenzado antes (yo diría que con las cajas del Plan Alimentario Nacional del gobierno de Alfonsín), y es lo que se conoce como proceso de territorialización del poder (o, periodística y un poco peyorativamente, como clientelismo). El proceso se aceleró con la emergencia piquetera a fines de los ’90 y la aparición de los llamados “planes sociales”. Pero 2001 obligaba a aceitar, ampliar y profundizar el esquema. Gestionar lo social sub-representable se había convertido en condición de gobernabilidad. Si no lo hacía el Estado, lo haría esa hormigueante, dispersa y potente infrapolítica, pero no asegurando la gobernabilidad sino desarrollando valores y modos de vida alternativos y disfuncionales –autónomos. Ya en los meses de Duhalde se había acelerado ese proceso. Así lo caracterizaba el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano en los primeros meses de 2002:
“Ahora tenemos una nueva situación, porque el PJ está reconstruyendo todo un aparato en red, a partir de recuperar un fuerte poder económico. Entonces uno de los desafíos que tenemos es consolidarnos acá, porque sabemos que ahora la lucha va a ser cuerpo a cuerpo. Van a poner todo el aparato en funcionamiento y eso tiene un significado para nosotros: desde lo represivo, los aprietes, hasta la competencia. Ellos lo entienden así, porque nosotros no tenemos una disputa de poder sino que estamos defendiendo nuestro laburo [de construcción]. Ellos, sin embargo, hacen todo para contrarrestar a las organizaciones autónomas.”[1]
Kirchner llegaría tras la “masacre de Avellaneda”, cuando “lo represivo” ya hubiera dejado de ser una opción. Le quedarían los aprietes y la competencia como recursos, pero también otros que supo crear, por ejemplo, estetizar su accionar con imágenes políticas setentistas (un retro-styling, dirían los diseñadores) además de cooptar políticamente, clientelizar las redes sociales y en algunos casos verticalizar las organizaciones infrapolíticas, así como crear interfaces (que no instituciones) de relación gubernativa con ellas. Es que ya no se trataba únicamente de paliar la “situación social de los excluidos” sino de tornar gobernables las organizaciones infrapolíticas. Gobernar al sujeto infrapolítico –que no anhelaba ni representación política ni satisfacción mercantil– requería crear recursos ‘pos-representacionales’ y ‘pos-neoliberales’. Requería, también, simular que esa creación era una restauración de lo perdido (lo perdido al derrapar, Dictadura y Menem mediantes, hacia el neoliberalismo: ideales, compañeros, trabajo, industria, nación, Estado, protagonismo internacional, latinoamericanismo, etc.).
somos nosotros
La infrapolítica no es representable, tanto es subpolítica como subrepresentable. Pero lo que, ya en pleno menemismo, el Estado comenzó a advertir, sobre todo en los movimientos infrapolíticos de tipo territorial, es que la infrapolítica no es penetrable por instituciones representativas, estatales, al menos en esos movimientos era penetrable por el mercado (una de las cosas que ocurriría es que habría que comenzar a montar diferentes modos de dominación, no habría un Estado Nación, un modotout court de penetración estatal, como había sido la representación).
Los planes sociales y el clientelismo eran modos de penetración del mercado y del Estado en los movimientos territoriales, sobre todo a través de los punteros que desarrollaban las redes clientelares. Es decir, a través de los punteros entraba el Estado, y a través del clientelismo entraba el mercado. En otras palabras y más precisamente, no importando quién fuera el representante, no importando la ideología a la que suscribiera tal o cual red clientelar, tal o cual red territorial, a través de los planes sociales y del punteraje, lo mercantil hacía su entrada organizadora –‘gubernamentalizadora’- en el tejido de los excluidos del circuito económico formal (también conocido como mercado).
Como después vería Néstor, la infrapolítica, además de mercantilizable era cooptable y hasta permitiría al Estado tercerizar muchas de sus funciones, implementar un outsourcing para llevar a cabo planes de alfabetización, educativos, de contención social, capacitación laboral, cooperativas de trabajo y demás.
El modo general de relación, me arriesgo a decir, entre el Estado y la infrapolítica de los sub-representables, no es el de la representación como era el modo de relación entre el Estado Nación y los dominados. Cuando las relaciones sociales son a la vez relaciones de producción, correlativamente las relaciones políticas son relaciones de representación (por esto del fetichismo en la mercancía y de que el resultado representa el proceso de producción ausentándolo y tomando como propias del producto las características de las relaciones que lo producen). En cambio, en tiempos de capitalismo financiero o capitalismo mercantil radicalizado, las relaciones políticas, al menos en Argentina, han comenzado a tener la forma general de la transacción y la contraprestación, el famoso toma y daca que a veces es denominado corrupción pero que no es sino una de las tantas formas a través de las cuales el modo mercantil de relación matriza todos los modos de relación social.
Asumiendo esta condición, el kirchnerismo lograría darle al Estado una capacidad bastante performativa de la política en general, fuera macropolítica, fuera infrapolítica. Digamos que logró el kirchnerismo encontrar la manera a través de la cual condicionar desde el Estado el condicionamiento que éste recibía desde el mercado y esto no lo hizo institucionalizando, fortaleciendo –como se pedía en la pos-Dictadura– las instituciones republicanas, sino fortaleciendo la institución presidencial y su capacidad de improvisación y repentización, creando interfaces con diversos principios de funcionamiento, con bajos grados de rigidez, etc.
Andado el tiempo, esto significó que el Estado argentino logró la invaginación de la infrapolítica de tal modo que esta, cooptada o no, kirchnerista o no, se convirtió en micropolítica, es decir, en un extremo del continuo que va del Estado al territorio, del poder ejecutivo al movimiento irrepresentable o de lo mediático a lo sin imagen/sin rating. La declaración del Colectivo Situaciones del 6/12/10, hecha poco después de la masiva despedida de Néstor Kirchner es donde más claramente se testimonia, desde la infrapolítica, la alteración de la relación entre el campo de lo política y la instancia política que el kirchnerato logró producir: el pasaje de una relación cuasi intramitable entre ellos a una relación tan tramitada que  la infrapolítica se aparece como lo micro de la instancia macro.
“Coexisten en el país al menos dos dinámicas que organizan territorialidades diferentes [por un lado, el extractivismo económico y, por otro, el reconocimiento de derechos de inclusión]. Ambas convergen y se imbrican para configurar los rasgos de un patrón de concentración y acumulación de la riqueza que se articula con rasgos democráticos y de ampliación de derechos.
A la polarización política de los últimos años se le sobreimpone, ahora, un nuevo sistema de simplificación dual: cada una de estas territorialidades es utilizada para negar la realidad que aporta la otra. O bien se atiende a denuncias en torno a la nueva economía neo-extractivista, o bien se da crédito a las dinámicas ligadas a los derechos humanos, la comunicación, etc. Como si el desafío no consistiese, justamente, en articular (y no en enfrentar) lo que cada territorio enuncia como potencial democrático y vital. La riqueza de los procesos actuales se da, al contrario, en la combinación de los diferentes ritmos y tonos de las politizaciones, abandonando las disyunciones.”[2]
El pasaje de la conflictiva relación previa a la gestionada relación actual también lo atestiguó el ministro de Educación Sileoni en declaraciones que hizo los días cercanos al último aniversario del Golpe.
En un acto en la ex ESMA, cedida a las Madres, que la convirtieron en un Espacio Cultural llamado Espacio Cultural Nuestros Hijos) el 22 de marzo, con el que jóvenes de escuelas secundarias de la Capital, gran Buenos Aires y Santa Fe conmemoraron el 35 aniversario del golpe militar de 1976, el min. de Educación Sileoni dijo que las Madres "son constructoras de la democracia moderna en la Argentina".[3] En la página del Ministerio, dice que “Como siempre, para nosotros es un honor abrazarnos con las Madres, que son de las que más han contribuido en la construcción de la democracia moderna en la Argentina. Y la democracia es la que permite que desde el 2003 tengamos este proyecto, que convirtió la muerte en vida, el desasosiego en esperanza. Hebe, las Madres y todo el pueblo vamos a trabajar para no dar ni un paso atrás y profundizar lo hecho”.[4] El 18/3, desde el mismo Ecunhi, y como parte del mismo programa educativo, había hablado con Radio Nacional y sido más categórico: ‘las Madres son el elemento fundamental de la democracia moderna en la Argentina’.
Si recordamos que las Madres son uno de los tres acontecimientos o hitos infrapolíticos de la era pos-’83, se hace manifiesto que el kirchnerato es un régimen forjado en función del reconocimiento inoculado de lo antes excluido. La cadena semántica de Sileoni se despliega así: Madres >> democracia moderna o actual >> gobierno que se alía (las “abraza”; no las incluye o incorpora) con ellas de modo bastante poco institucional >> democracia moderna en Argentina = este régimen = gobierno + Madres + proyecto (“el modelo”). Así, la instancia política ha logrado convertirse en el extremo macro de las prácticas infrapolíticas.
Esto no significa que la relación entre la micro y la macro sea aceitadamente complementaria sino sencillamente que ya no es disjunta. No significa que la relación haya logrado institucionalizarse de modo estable, pues sus términos no acaban de ser homogéneos (esto es, no pueden ser mediados por la representación), sino que la relación ha logrado conectar sus heterogéneos términos de modo ‘astitucional’[5] (con interfaces complejas) y, hasta ahora, durable. Tampoco significa que la micro se referencie siempre en la macro o que deposite toda su confianza en ella, ni que la macro sea la aspiración de la micro. Sí significa que la instancia política y el campo de lo político ya no pueden ignorarse (o, a lo sumo, temerse) mutuamente. Dicho desde el punto de vista de lo político:
“La politicidad emergente resulta casi imperceptible en su materialidad si no se asume la complejidad de esta trama, si no se crean los espacios concretos de articulación de esta variedad de experiencias.”[6]
Significa que la relación ha encontrado vías de mantener en contacto sus términos –y de mantenerlos como extremos de un mismo arco que va de uno a otro como quien fuera de lo general a lo particular y viceversa. Significa que la relación ha encontrado vías de gestionarse, de tramitar el contacto entre sus términos aunque no sea una relación estructurada que en un extremo tiene a la dirección y en el otro a las bases, o en un extremo tiene lo general y en el otro lo particular, o en uno el todo y el otro sus partes. Significa que los contactos entre lo sub-representable y las instituciones de la democracia posdictatorial han cobrado formas que exceden el ajuste excluidor y la represión pacificadora (pues 2001 los ha tornado inviables).
Así las cosas, devenida micro la infrapolítica, tanto como devenida macro la gran política, a ambas se les plantea en esta coyuntura la compleja tarea de relacionarse con la otra sin ignorarla pero también someterse a sus dinámicas. Al régimen le toca asegurar que la infra siga teniendo a la macro como marco general necesario de su existencia (es decir, que siga siendo micropolítica), aun si no logra ‘kirchnerizarla’ absolutamente, mientras que a la micro le toca asegurarse de que la macro no le cercene su autonomía.
PH: El régimen atiende la necesidad de preservar y profundizar la gobernabilidad[7] y “asegurarle sus garbanzos” a todos los argentinos sin distinción de clase,[8] así como custodiar y reforzar la relevancia social del Estado; la infra se encuentra con la necesidad de elaborar en “cada una de sus experiencias un sentido preciso de lo que significa la dinámica de desborde y apertura.”[9]La micropolítica necesita mantenerse a distancia del Estado, pues no puede evitarlo; la macro necesita mantenerla cerca, pues no puede soltarla.
Psicóloga: Parece que el padre-Estado es capaz de abandonar, pero no soporta que sus “hijos”, los gobernados dejen de reclamarle presencia y establezcan su propio hogar.
Es como si dijésemos que ante un Estado abandónico como el de los ’90 era más sencillo desarrollar valores y modos de vida autónomos que con un Estado más paternal. Me gusta la metáfora de Psicóloga. Vale para el proceso 2001-2011. La metáfora del kirchnerato es un papá diciendo “chicos, vuelvan a casa; la voy a hacer lo más cómoda posible con tal de que no me desconozcan; haré todas las modificaciones que pueda, pero por supuesto, no molestemos demasiado a los propietarios”, pues, como dice Cristina, eso no es de “un país serio”.[10]
Historiadora: ¿Vos cómo continuarías la comparación entre 1810 y 2001?
PH: Y… Yo diría que 2001 no tuvo su 1816 pero sí su 1880. Me explico. 1810, además de decir y practicar “que se vaya el virrey”, pudo configurar un espacio sin orden regio. Si se me permite diferenciar entre autonomía e independencia, 1810 fue el comienzo de la autonomía criolla y 1816 (junto a las batallas sanmartinianas) fue su consumación como independencia; los criollos en 1810 habían comenzado a organizarse y gobernarse sin virrey pero no fue sino hasta la Declaración de 1816 y el triunfo de San Martín en el Alto Perú que estuvo asegurado que no volvería un orden regio, imperial, colonial. 2001, en cambio, llegó a decir y practicar ‘que se vayan todos’ pero no alcanzó a evitar que volviera un ‘orden’ estatal. Al Estado argentino lo ayudaron, entre otras cosas, su cercanía geográfica y comunicacional con los rebeldes. Y así le llegó a 2001 como si dijésemos su 1880: un nuevo orden que no es restauración del anterior sino una creativa adaptación a las irreversibles transformaciones que el estallido había producido. Sin embargo, debemos aclararlo, 2001 no ha sido del todo conjurado en 2011, y lejos parece estar de lograrlo. La macro quiere cerrar lo abierto por 2001; la micro, que de una u otra manera conserva su autonomía (y esto incluye a las Madres) quiere explorarlo, continuar abriéndolo. En otras palabras, el nuevo orden (ese que propongo llamar posnacional) no ha aun solidificado o siquiera coagulado (las siempre mutantes cultura, economía, sociedad y política locales y globales parecen dificultarlo).
Esquematizo entonces esta breve historia. ’90s: retiro del Estado + afirmación infrapolítica >> 2001: afirmación infrapolítica + cuasi expulsión del Estado >> 2003-11: regreso del Estado sobre nuevas condiciones + invaginación de la infra como micropolítica. O también: ’90s: declinación de la representación + presentación infrapolítica >> 2001: afirmación infrapolítica + agotamiento de la representación como liga >> 2003-11: ascenso de las ligas gestionaria e imaginal + invaginación de la infra como micropolítica. Y 2011: desafío de cierre + desafío de apertura.
[ver otros adelantos del libro]

[1] La hipótesis 891…, cit., p. 149.

[2] Colectivo Situaciones, “De Aperturas y Nuevas Politizaciones”, 6/10/11; http://www.tintalimon.com.ar/blog/De-aperturas-y-nuevas-politizaciones-por-Colectivo-Situaciones; en línea, visitado el 30/4/11.
[3] http://noticias.terra.com.ar/sileoni-reivindica-a-madres-y-abuelas-en-acto-de-estudiantes-por-dia,013883ea03fde210VgnVCM20000099f154d0RCRD.html; en línea, visitado el 29/3/11.
[4] http://portal.educacion.gov.ar/prensa/gacetillas-y-comunicados/sileoni-%E2%80%9Chebe-las-madres-y-todo-el-pueblo-vamos-a-trabajar-para-no-dar-ni-un-paso-atras%E2%80%9D/; en línea, visitado el 29/3/11, subrayados míos.
[5] “Astitución” es una noción en construcción (ver por ejemplo, “Entre institución y destitución: la astitución”, ponencia presentada a la XXVI Jornada de la AAPPG en octubre de 2010 y publicada en revista digital El psicoanalítico, enero 2011).
[6] “De Aperturas…”.
[7] “En 2001 se pusieron en riesgo 150 años de conducción política. No pueden volver a suceder ese tipo de cosas.” Esteban Talpone, Entrevista a Aníbal Fernández, “Si Pedraza es inocente que le pidan perdón, pero si no lo tendrá que pagar”, Tiempo Argentino, 27/2/11; subrayado mío.
[8] “La única que le garantiza a la Argentina de a pie que sus garbanzos están bien cuidados es Cristina” y eso incluye al gran capital: “¿Por qué los empresarios, que ganaron tanto dinero con este modelo económico, son tan reticentes a apoyarlo? [preguntó el periodista, y el ministro respondió:] –No creo que sean reticentes. A mí nadie me dice que apoyen a otro. Pueden no estar de acuerdo con alguna medida o porque pretenden beneficios a los cuales no llegan. Lo que no pueden es estar en contra, porque la rentabilidad que tuvieron fue  muchísima” (ibíd.).
[9] “De Aperturas…”.
[10] Por ejemplo, en su discurso del 26/12/11.