“A mí lo que me engancha de Daniel es que es
desarrollista…”
Juan Manuel Urtubey
“Mauricio Macri siempre fue desarrollista”
Rogelio Frigerio
1.
El golpe asesino que derrocó al
gobierno de Perón contribuyó a astillar el panorama político en unas
condiciones económicas que distaban del momento embrionario del peronismo. En
pleno contexto de proscripción, con una resistencia peronista inventiva y potente,
aunque sin capacidad de afectar a las altas esferas, los reagrupamientos
tendientes a buscar una salida institucional, una vez probada la impopularidad
de los golpistas, debían convivir con un inevitable déficit de legitimidad. Tan
torpes como ambiciosos, los militares, se lanzaron a una suerte de carrera de
rengos políticos cuyo desenlace fue la elección por una Constituyente, con la
victoria del voto en blanco (21,93 %), por sobre las dos opciones que mantenían cierta masa
crítica histórica: la UCR del Pueblo (21,91%) y la UCR Intransigente (18,85%).
Ni Balbín, que expresaba no sin cierta fragilidad sectores dominantes
vinculados al agro, ni Frondizi, que prometía una dinámica económica de gran
industria ligada a la necesidad de atraer divisas y, por lo tanto, en ese
momento, de inversiones extranjeras bien ‘atendidas’, encarnaban claramente un
actor con la contundencia de erigirse en primera minoría autónoma a la hora de
las negociaciones. En cambio, el peronismo era el espacio de confluencia de las
clases populares que, más allá de la notable trama de la resistencia, sentía el
peso de la desmoralización por pérdida de su pujanza, el desgaste del último
pasaje del gobierno de Perón (que había congelado los convenios colectivos,
entre otras medidas) y experimentaba aun cierta sensación de sorpresa por la
propia debilidad ante la violencia del golpe.
Tras el fracaso de la Constituyente, cuando la situación se
volvió insostenible y las elecciones generales se abrieron paso, el espacio que
lideraba Frondizi se encontró con el lógico objetivo electoral de atraer la
suficiente cantidad de votos peronistas contenidos en el porcentaje de votos en
blanco del 57. Al mismo tiempo, el chispazo obrero-armamentista que ya se había
encendido en una zona del peronismo dejaba lugar al chispazo
estratégico-electoralista que, surgido de una insinuación de John W. Cooke,
encontró en a los espacios de Perón y Frondizi, imaginando el primero un
gobierno provisorio de la UCRI, y pergeñando el segundo un pacto provisorio con
el peronismo para fines electorales y un retorno posterir. De modo que toda la
carga que depositaran las partes en un pacto con vistas a un escenario
posterior a las elecciones no podía sino responder a una combinación de
voluntarismo y especulación. “Frondizi era consciente de que cualquier pacto,
en tanto argumento público, del que fuera Perón unos de sus términos, era
imprescindible e inaceptable a la vez. Por lo tanto, daba igual que se hiciera
sobre una base o sobre cualquier otra.”[1] En su
reverso, podemos sospechar el sabor a poco que el acuerdo representaba para el
propio Perón que, por su parte, pudo haberlo considerado tan aceptable como
prescindible.
Ahora bien, más allá de las tramas dirigenciales y de las
pujas entre sectores dominantes, la victoria de Frondizi en la elección de
febrero de 1958 puso a prueba grados de organización, capacidad de impugnación
e imaginación política en el interior de la clase trabajadora y las izquierdas
no sectarias. ¿Serían capaces de ejercer suficiente presión sobre el presidente
electo quienes sostuvieron desde las bases el esquema peronista, formaran o no
parte de la mística resistente dentro y fuera de las fábricas? ¿Cómo habrían de
retomar conquistas, replantear fuerzas y forzar la ampliación del sistema democrático
–sin mencionar una disputa de clases latente, aunque relegada y resignificada
alternativamente por el peronismo? Es decir, el problema de la política
argentina de aquel momento no se reducía a la voluntad del gobierno de Frondizi
de cumplir lo pactado con Perón, sino que dependía en gran medida de la
incidencia real de los deseos populares de democratización política y justicia
económica, por un lado, y de la reconfiguración de los sectores dominantes, por
otro. En todo caso, al gobierno de Frondizi le cabía en lo inmediato el desafío
de generar buenas condiciones de gobernabilidad apenas apagada la inercia del
pacto electoral. Y la gobernabilidad será con servadora o no será…
Antes de alcanzar Frondizi su primer año de gobierno la
revista Qué –ya sin Scalabrini Ortiz
en sus filas– atizaba a los enemigos del frondizismo con un argumento
reduccionista y maniqueo. El medio oficialista ubicaba a la izquierda –ubicando
a su vez a Cooke y al peronismo combativo en la izquierda– y a la “vieja
estructura pastoril” como extremos que, tocándose en una coincidencia
inesperada, atentaban contra los intereses de la nación. Horacio González,
recorriendo con oficio de historiador las páginas de la revista Qué de aquel entonces (febrero de 1959),
se detiene en el epíteto que sus redactores lanzaron contra Cooke y su supuesta
‘banda trotzskysta’: “Por su parte, el desarrollismo emplea los nombres no para
recuperarlos –comunismo, trotzskysmo, son anuncios desventurados de una
revolución alienada– sino para someterlos al juicio de una ‘nueva madeja
superior’ de hechos…”[2] Para
entonces, el gobierno venía de reprimir brutalmente a los trabajadores que
habían tomado el histórico frigorífico Lisandro de la Torre, al que previamente
se había intentado privatizar. Pero, fundamentalmente, sellaba con el estreno
del plan Conintes una suerte de cogobierno objetivo con las fuerzas militares
que, según Horowicz, desmiente la versión que pretendía mostrar a Frondizi como
víctima de “planteos” por parte de la cúpula militar. La renovada revista Qué destilaba adjetivaciones como
“agitadores” o “subversivos” y metáforas médicas como la “alergia” para
referirse a la lucha obrera. Del mismo modo, la retórica desarrollista se
autoasignaba como interlocutor un “sindicalismo maduro”, capaz de comprender la
conveniencia estratégica de ciertas deposiciones en la lucha acompasadas con un
aumento de la productividad que homologaba mayores niveles de explotación a
“progreso económico”. De ese modo, como sostiene González, se desplazaban los
rasgos políticos del conflicto social al terreno economicista y, quien sabe,
entre militares y radicales buscaban fundar un nuevo espacio enunciativo para
la “alianza de clases” vacante desde el golpe del 55. Una suerte de “tercera
posición” de nueva estirpe. Un dato no menor al respecto es la orientación que
la cúpula de las 62 Organizaciones asumió durante el transcurso del gobierno de
Frondizi, cambiando su pelaje combativo por el traje y corbata negociador de lo
que se consolidará como burocracia sindical.
Horacio González se refiere también a la embestida de la
revista Contorno (abril de 1959)
contra el gobierno de la UCRI, cuando divisaba en el “ismo” apenas conseguido
por su líder un futuro signo peyorativo. Al parecer, para los intelectuales de Contorno merecía un señalamiento
irrestricto la distancia que verificaban entre el Frondizi supuestamente
“antiimperialista” de los años anteriores y el presidente que, tras haber
interpelado a parte de la clase obrera en su campaña electoral, no dudaba en
reprimir en nombre de una suerte de madurez productivista –un Frondizi que años
más tarde apoyaría el golpe de Onganía y su proyecto económico. En 1954
Frondizi había publicado Política y
petróleo y en diciembre del año siguiente se publicó la introducción de ese
libro bajo el título La lucha
antiimperialista, donde sostiene cosas como: “La lucha antiimperialista es
uno de los medios para impulsar el desarrollo económico y político del país.
Ese desarrollo crea nuevas condiciones económicas y sociales. A su vez, el cambio
de condiciones materiales actúa como elemento dinámico para provocar un cambio
en el ejercicio real del poder político, que debe cesar de estar en manos de
los que responden a los intereses extranjeros o nacionales ligados a ellos,
para pasar a sectores nacionales y populares.”[3]
Dardo Scavino sostiene que el plan Conintes no significó un
desvío del programa frondizista, sino el momento de su extremo cumplimiento. Ya
en discursos previos al golpe del 55 o incluso ese mismo año, asomaban
consignas como “progreso” o “prosperidad” en términos absolutos, ligando de
manera consustancial el desarrollo económico al crecimiento de las fuerzas
espirituales. Es decir que, del marxismo sólo le quedaba el esquematismo
mecanicista de las corrientes más economicistas, del liberalismo recuperaba la
utopía de un capitalismo igualitario en libertades, del nacionalismo tomaba la
crítica a la dependencia y del peronismo los votos y una confusa imagen
espejada. Para el discurso desarrollista el bienestar era una consecuencia
lógica del progreso técnico y la productividad industrial, y uno de los modelos
que ponía como ejemplo era nada menos que Estados Unidos. Nuevamente, ¿se puede
hablar de la traición de Frondizi?
En ese número de la revista Contorno de abril del 59 León Rozitchner produjo una pieza notable
para leer su coyuntura que vale como ejercicio para sus contemporáneos y como
pista para quienes advertimos un delgado hilo de Ariadna costurero hasta
nuestros días. La coyuntura de fines del 57 y comienzos del 58 generó su propio
“mal menor”. El mal mayor había sido demostrado puntillosamente con el golpe de
la autodenominada “Revolución Libertadora” (luego renombrada con justicia “La
fusiladora”): los asesinatos a militares y militantes insurgentes, los recortes
económicos y la hostilidad y persecución política a los trabajadores y
estudiantes organizados. Los de Contorno,
críticos no antiperonistas del peronismo (Oscar Masotta decía: “somos anti
antiperonistas”), habían asumido una posición férrea contra la lógica impuesta
por el golpe y sus actores principales: fuerzas militares, partidos
ultraconservadores, agentes del capital industrial concentrado, terratenientes,
democratismo conservador (UCRP), etc. Al mismo tiempo, habían apoyado
críticamente la candidatura de Frondizi bajo la idea de que ésta expresaba toda
la “ambigüedad objetiva del país”, es decir, no una salida por izquierda, sino
una ambivalencia que, al menos, no excluía por principio una sensibilidad de
izquierda o una interpelación que se constituyera con algo del dinamismo
popular. Así, los de Contorno se
dicen intelectuales que caminan con la clase trabajadora, consistiendo su
trabajo (esto no lo dicen, pero lo hacen) en enunciar, arriesgar una
legibilidad posible y afrontar la dificultosa complejidad de su hora. En
principio, se trataba de no considerar el acto electoral como un hecho total,
ni de creer que una estrategia o una entidad superior –el pacto con Perón, el
horizonte desarrollista, la razón del pueblo– garantizaría condiciones para el
despliegue de las potencias populares. En todo caso, si el apoyo a la UCRI
significaba, como “primer paso”, tomar la mínima distancia necesaria de la
situación dictatorial, el paso siguiente no estaba escrito en ningún manual y
el programa de Frondizi no daba certezas al respecto. “Pues no dijimos que ese
compromiso iba a ser cumplido. Pensábamos que sólo los obreros podrían exigir
su cumplimiento.”[4] ¿No
decía algo parecido Frondizi en su libro antiimperialista? Frondizi ponía al
“pueblo” en el lugar del beneficiario del desarrollo que, como consecuencia
posterior, le traería una mayor participación en el “poder político real”;
mientras que Rozitchner y los de Contorno
apostaban a que fueran las fuerzas y deseos que se conjugaban en la madeja
popular las que legítimamente sostuvieran un proceso político en favor del
incremento de su poder. Es decir, que, si algo podía ser llamado poder popular,
éste no resultaría ni de la delegación, ni del “beneficio” otorgado por las
políticas del desarrollismo.
El repaso que Rozitchner propone sobre la instancia previa a
las elecciones no era, en ese caso, una forma del autoflagelo ni un acto
aleccionador del tipo “teníamos razón”. Se trataba, más bien, de retomar la
importancia de la complejidad del posicionamiento ante una situación que se
presentaba como una dicotomía bien sencilla: Frondizi peronizado vs. la
Libertadora antiperonista. Rozitchner descarta como variables de análisis la
psicología o la mala intencionalidad del gobernante, incluso su potencial
traicionero, y relaciona el desengaño que el gobierno de Frondizi produjo
apenas comenzado su mandato con la lógica engañosa que albergó desde un
comienzo la confianza en esa opción electoral y, en definitiva, en lo electoral
mismo. Pasando en limpio la situación, parece que lo único que motivó a los
intelectuales de Contorno a volcar su
apoyo en favor de la victoria electoral de la UCRI fue el tipo de interpelación
en que la opción por Frondizi había logrado embarcarse: la solicitación del
apoyo obrero, reforzada por el apoyo del propio Perón exiliado. Pero,
inmediatamente, se comprende que ese gesto de apoyo nada tenía que ver con una
transacción a cambio del silencio o beneplácito inmediato posterior a las
elecciones (de ahí la crítica a la discreción de Scalabrini Ortiz tras dejar la
redacción de la revista Qué, para no
tener que criticar al gobierno). Por el contrario, el apoyo electoral formaba
parte de una construcción más amplia que incluía la preparación de las
condiciones enunciativas y el llamado a una posición crítica al frondizismo.
Para Rozitchner, la supuesta capacidad, tanto de interpretar como de gobernar
que se les suele adjudicar los dirigentes no opera en el vacío, sino montada en
una distancia mistificada entre los gobernantes y los gobernados: “Este vacío
que abre la suficiencia lo llena, sin embargo, la incomprensión.”[5]
Advertía, al mismo tiempo, el antagonismo de la clase trabajadora respecto de
lo que representaba el affair entre
fuerzas militares y poderes económicos, la insuficiencia transformadora del gobierno
peronista, los límites insoslayables del frondizismo –y, finalmente, su posible
irrelevancia histórica– y las dificultades y desafíos del sistema democrático,
constituido como la opción más perezosa de las fuerzas populares, en tanto se
reducía a una suerte de anudamiento entre una cuenta numérica y una definición
jurídico-institucional. Votar para dejar de pensar, votar para anestesiarse del
dolor real que mordía los cuerpos. Merodeaba en los razonamientos contornistas
una pregunta radical por la democracia.
La coyuntura electoral no se reducía a las opciones
electorales y, si los de Contorno
habían considerado importante posicionarse votando, también consideraban
imprescindible posicionarse ante el voto mismo afirmando la necesidad de
construir una inteligibilidad política más amplia y colaborar con una
imaginación política que desbordara al desengaño, al moralismo y al realismo
político. En todo caso, Rozitchner ponía su propio realismo –“Frondizi no era
Lenin, ni la intransigencia ni el peronismo eran el partido bolchevique”– a
disposición de lo que consideraba “las fuerzas más positivas”. Pero su
señalamiento no estaba teñido de excusas ni de atributos forzados donde no
correspondían, no era un realismo resignado que volviera determinismo la
impotencia momentánea, sino un realismo táctico. Para los intelectuales de Contorno Frondizi no fue una opción
electoral esperanzadora (pura mistificación), tampoco una jugada de casino,
como quien dice un ‘lance’ (puro azar), ni un movimiento estratégico genial que
se confundiera con el curso de la historia (pura necesidad). Se trató de una
apuesta realista que tenía como consecuencia ubicarse, antes de las elecciones
y entreviendo un enemigo futuro en el propio candidato, al pie de una lucha
obrera, de una tarea intelectual, de una puja política: “la condición de
nuestro compromiso para el enfrentamiento actual fue que se presentara esta
coyuntura… La lucha que pedimos se abre ante nosotros.”[6] El texto
de Rozitchner parecía una exhortación a los desengañados y nihilistas que se
apagaban al ritmo de una anímica generalizada justo cuando las circunstancias
exigían atención, disposición e imaginación. Los enemigos de clase seguían
siendo los mismos, con sus medios económicos, su intelligenzia y su poder de fuego militar. Y Frondizi, en algún
punto, seguía siendo también el mismo, solo que su victoria electoral contenía
la ínfima posibilidad del ejercicio de cierta presión obrera que debía
reorganizarse (por ejemplo, superando los peronistas su orfandad y las
izquierdas su sectarismo). Sobre la endeble tregua (las elecciones) volverse
fuertes para generar condiciones de otra realidad posible. A partir de un
respiro coyuntural forjarse una respiración política más intensa y duradera.
Pero no fue eso lo que sucedió.
2.
La paradoja del realismo político está dada por la necesidad
de la opción política en juego de construir su victoria y su solidez en base a
la cercanía de lo que pretende desbancarla y debilitarla. Algo así como
parecerse al adversario. Si el realismo, en lugar de formar parte de un
movimiento más amplio, se estabiliza como la lógica misma de sostenimiento de
un gobierno, tarde o temprano se vuelve el doble de eso que parecía enfrentar.
Policía bueno, policía malo. La distribución del escenario se ensombrece
cuando, como dice un filósofo francés, la política se reduce a policía. “Esto
es lo que constituye el ‘realismo’ político de Frondizi, el camino del menor
riesgo, la mayor seguridad del triunfo: la conservación del poder. Cabe una vez
más preguntarse: esta política de compromiso, ¿era la única posible? (…) De
toda la gama de posibilidades, el llamado realismo político es el que menos
recurre al riesgo, el que más decidido está a confundirse con lo que combate,
el más dispuesto entonces a ser considerado como una traición por quienes lo
llevaron al poder.”[7] Y
para colmo de realismos, el Frondizi gobernante, apostaba a una determinación
de lo posible economicista. Realismo entre realismos.
Si una votación, una vez consumada
la asunción de los nuevos mandatarios, deja a los votantes, sus deseos y
capacidades reales fuera de juego, se cae tardíamente en la cuenta del
agotamiento de una vitalidad política. ¿Quién decide ahora sobre lo posible?
¿El vencedor de una elección? ¿O acaso el vencedor, elegido como “mal menor”
encarna un consenso previo en torno a lo posible? Por otra parte, si “lo
posible” se objetiviza, si algo como “lo posible” que no es otra cosa que
invención y caducidad torciéndose el brazo mutuamente, es visualizado como una
roca inamovible, su aceptación sin más nos vuelve inevitablemente reactivos, en
tanto “la aceptación del determinismo es la antítesis de la política creadora”[8]. La lectura que hacen desde Contorno tiene el interés de asumir la
ambivalencia popular. No acepta ni la linealidad que ve en el peronismo ángel o
demonio, ni aquella que se descubre desengañada ante la traición de Frondizi.
El “deseo de satisfacción y bienestar” y la “inconfesada voluntad de entrega”
forman parte del mismo proceso político que, por un lado, hizo emerger y
sostuvo al peronismo forzando la aparición con vida de un nuevo actor político
(los “descamisados”) y, por otro, encontró desarmado y desangelado a ese mismo
actor ante el golpe (“¿Dónde están las armas?”). ¿Cómo encontró, entonces, a
las fuerzas más activas del campo popular el poco prometedor escenario
electoral del 58? Traición anunciada no es traición. Si Perón nació al calor
del 17 de octubre, Frondizi selló su agotamiento. Pactó con el peronismo y
buscó en sus restos electores subsistentes para levantar la épica, extraña por
fría, del desarrollismo. Una odiosa comparación revolotea nuestras mentes:
¿habrá en la figura de Scioli algo de pacto inverosímil cuando recita en dos
minutos el decálogo del neodesarrollismo kirchnerista? ¿Tenemos nuestro propio
17 de octubre, es decir 2001, agotado? El kirchnerismo no está proscripto ni
exiliada su líder como el Perón de aquel entonces, pero se puso en duda su
éxito electoral –tras un período magro de gobierno (2012-2015) en términos
políticos y económicos– y una derrota importante en 2013. En otro nivel, ¿cómo
se conjugan los deseos de una vida generosa y expansiva que marcaron la tensa
mezcla de un piso social por abajo y las capturas y zonas grises del período?
Es decir, ¿cómo quedan las subjetividades que trazan las vidas populares de
hoy? Recuerdos del alivio, consumo subsidiado, financierización capilar (y de
la otra), cultura del trabajo en el vacío, violencias reactivas (como los
linchamientos)… Una similitud y una diferencia respecto de la coyuntura
frondizista: como entonces, no se percibe un ánimo batallador en lo que queda
de pueblo; a diferencia de entonces, el nuestro no es un “mundo convulsionado”
por la disputa ideológica con horizontes socialistas en vida. En Europa solo
las revueltas de inmigrantes pueden producir alguna fisura, más allá de los
feminismos en curso en nuestros pagos; mientras que los países continentales
solo disputan restos de hegemonía capitalista.
Nuestro “qué hacer”, nuestro
quehacer, no está nada claro. Amigarnos con la poca claridad que el mundo nos
ofrece es el trazo fino entre habitar la incomodidad y regodearse en un placer
inconformista. A su vez, el inconformismo, tanto en su versión esnob como en su
oferta gruñona, nos deja en un balotaje horrible (¡otro balotaje!): nihilismo o
indiferencia estéril. En ese sentido, el gesto de Rozitchner es tanto o más
importante que las categorías de las que se vale para diagnosticar y calar
hondo en el drama de su coyuntura. En otro texto poetiza: "Nos sentimos
incómodos dentro de nuestra propia piel..." La incomodidad sentida y
construida como lugar desde el cual pensar y decir. Hablar de las fuerzas
populares sin acreditar ahí una proveniencia ni atribuirse un rol histórico
vanguardista; asumirse intelectual burgués de izquierda para decir que si hay
un actor que no tiene derecho a juzgar al peronismo es la mismísima burguesía.
Rozitchner habla como un amigo del proletariado –toma distancia de la izquierda
“abstracta” que reduce al proletariado a su idea de clase consciente–, una
sensibilidad que se nutre de la potencia popular y que, sin concesiones, la
nutre con su compromiso y creatividad.
De nuevo la
incomodidad. Solo que, a diferencia de nuestras condiciones, a Rozitchner le
servían las palabras con que se venía tramando su pensamiento; disponía de una
lengua con y dentro de la que pulsear. En cambio, ¿a nosotros nos convienen las
palabras que intentamos hacer nuestras? A falta de palabras insistimos en el
gesto como si fuera un consejo ofrecido con mímica: no rehuir a lo feo, malo y
sucio que se nos presenta, inventarnos un tiempo en la urgencia y, sobre todo,
no juzgarnos. Se trata de una velocidad que nos emparente con lo que pasa. Un
NO sin propuesta alternativa. ¿Inmovilismo? ¿Gradualismo del espíritu? Tal vez
solamente tiempo. Pero no un tiempo “estratégico” significado de antemano, sino
un tiempo abierto como herida. ¿Dolorismo? No es necesario autoflagelarse.
Tomar registro de lo que ya punza mientras nuestro voluntarismo o nuestra razón
argumentativa disfrazan la herida de raspón. La religiosidad del militante dice
“levántate y anda”. No solemos aceptar que no tener ganas es una de las formas
del deseo que tal vez en la suspensión habilite una nueva comprensión de las
ganas mismas. Comprender las ganas no significa despojarlas del bello misterio
que suponen, sino volver menos supersticiosa nuestra relación con el
entusiasmo… y su misterio. Ganas de comprensión, entonces. Darse tiempo es un
alivio, el alivio como práctica de sí. Retomar cierta confianza en los otros y
las cosas para habilitar un nosotros.
3.
La senda del mal menor conecta con todo el imaginario del
realismo político y la astucia como ratio última de la estrategia de
“liberación nacional”, una suerte de razón instrumental progresista que insiste
en la historia argentina desde la segunda mitad del siglo XX. Una vez convencidos
de la existencia de ese bloque que encarnaría sustancialmente el proyecto
inapelable del buen pueblo toda aspereza, contradicción o incluso cambio de
dirección aparece como emanación de ese centro estratégico que regala tácticas,
a veces incluso ilegibles por sus propios seguidores. El reformismo popular,
denso y complejo en historia e inscripción cultural, mantiene una cara lineal,
un evolucionismo que a partir de puntos de anclaje potentes (medidas
económicas, posturas políticas, aciertos culturales) recodifica toda fisura o
imposibilidad en términos de “lo que falta”. Un teatro algo simplificador
conformado, por un lado, por líderes, fieles seguidores, intelectuales que
están a la altura –y solo tienen permitida la crítica tibia y sin consecuencias–
y acompañantes concienzudos que, sin llegar a fieles, al menos no juegan para
el enemigo; por otro lado, están los carcamanes de siempre, imperialistas
externos e internos, las clases medias egoístas, las debilidades del pueblo
cuando se confunde (porque el enemigo no persuade, engaña), las izquierdas
funcionales y los intelectuales egoístas (son de clase media, claro) que se
divierten construyendo otros mapas problemáticos incomprensibles por un pueblo
deseoso de emociones fuertes. No acreditamos en esa subestimación del pueblo,
de nosotros mismos. Es una paradójica forma de disolver el conflicto,
simplificarlo y reducirlo a estereotipos, sobreactuar un conflicto “principal”
que se funde en un sentimiento ingenuo. Así, conflictividades que se arman en los
distintos registros y situaciones, es decir, en territorios, lógicas de
funcionamiento o actores, permanecen invisibles o son calificadas como de
segundo orden… o directamente entregadas a capturas oportunistas y
reaccionarias. ¿Quién le hace el juego a quien en esos casos?
Cuando la astucia atribuida al líder o al espacio
enunciativo que detenta la decisión sobre lo posible, su capacidad de
reservarse la última carta ante el enemigo –a tal punto de volverla también
invisible o incomprensible para sus propios seguidores– se corresponde con una
realidad difícil de sostener, queda como último recurso la fe en la autoridad:
“lo hace por nuestro bien”. Rozitchner dice con cierta ironía sobre Frondizi:
“él quiere crear condiciones de simulación y realismo tales que hasta el mismo
imperialismo se confunda, que hasta los supremos tramposos caigan en la
trampa.”[9] El propio
Perón en la entrevista cinematográfica que le hacen Solanas y Getino[10] hace
alarde de su viveza, superior a la capacidad de engaño de los ingleses. Es la
variante criolla de la genialidad: un filósofo sostenía que el genio es
invención de los mediocres para eximirse a sí mismos de la posibilidad y la
exigencia de inventar, depositando todo ese fuego en una persona sobrenatural.
La astucia, cuando es atribuida al conductor, parece una democratización de la
genialidad. ¿Es otra forma del alivio, contar con el gran astuto de nuestro
lado? Entre astucia delegada, alivios y pequeñas astucias propias nos movemos
cuando somos pueblo...
En junio de
2009, cuando Argentina volvió a recurrir a un crédito por parte del Fondo
Monetario Internacional, la revista Barcelona publicó un titular socarrón:
“GILES: En el FMI ignoran que el préstamo a la Argentina será para financiar la
Revolución Socialista”. Si el héroe dice “lo hago por ustedes, sin ustedes”, la
astucia realista, en sus momentos más oscuros, puede llegar a extremos tales
como “lo hago contra ustedes por ustedes”. Cuando Agustín Tosco, en el debate
televisivo que mantuvo en febrero de 1973 con José Ignacio Rucci, alertaba
sobre aspectos preocupantes del espacio que conformaba al Frejuli, como “la
presencia de Solano Lima –que había prometido erradicar al marxismo–, o lo que
significa Frondizi, su Conintes, su entrega del petróleo”, Rucci le explicaba
que los nombres eran relativos ante la importancia del proyecto político y,
claro, la figura de Perón, es decir, la astucia última, “conciencia total” del
movimiento. Por su parte, el Rozitchner de Contorno
insistía en su sarcasmo sobre lo que se había generado alrededor de la figura
de Frondizi: “Nuestro engaño no es sino la contraparte de su verdad, y existe
un futuro que podrá contenernos a todos, cuando la realidad se confunda con sus
intenciones. Y ese será el futuro argentino que todos añoramos: la conjunción
de lo nacional y lo popular.”[11]
El
razonamiento de los de Contorno
planteaba que si un gobernante se pliega a las fuerzas que supuestamente estaba
destinado a combatir puede pasar a sostenerse con mayor o menor dificultad por
esas mismas fuerzas. Eso significaba que desde el punto de vista de las fuerzas
más activas el gobierno, dejando de necesitarlas dejaba, por eso mismo, de ser
necesario: “el ‘realismo’ economista constituye el modo como la burguesía
industrial se inclina en busca de la alianza con la burguesía oligárquica y
pretende escamotear a su favor el planteo del primero –sentido nacional y
popular– que contenía la integración de ambos términos.”[12]
Desde un punto de vista marxista y desde un planteo que lee las relaciones
sociales según el modelo de la guerra (Rozitchner, antes que Foucault, lector
de Clausewitz), el peronismo había significado tanto el reposicionamiento de un
actor antes despreciado como actor político (“los humildes”), como el
desplazamiento de la lucha de clases, de la guerra de intereses, en favor de
una alianza sostenedora de un capitalismo social[13].
Entonces, el contexto del frondizismo empeoraba el asunto y volvía más exigente
el desafío para los sectores populares, ya que el matrimonio por conveniencia
anterior (la “alianza de clases”) se revelaba inservible para la burguesía
industrial y “los hechos”, es decir, el realismo economicista y la moral
productivista la acercaban nuevamente a la patronal de las patronales, la vieja
oligarquía, y los nuevos capitales extranjeros. Además, Frondizi no solo
mantenía la proscripción del peronismo, sino que proscribía la fuerza real de
sus votantes y volvía a confinar a los sectores populares a su minoría de edad
previa al peronismo. Junto a quienes criticaban al Estado dadivoso prometió un
mercado dadivoso. Esgrimió como único horizonte de sus políticas el proyecto de
la abundancia económica y dejó como legado el canalla argumento del “derrame”
económico con el que la acumulación de los ricos alimentaría a los pobres y a
los trabajadores adaptados, es decir, según sus comportamientos y
productividad, no por fuerza de sus derechos conquistados.
4.
Otra
combinación que conecta épocas, es decir, la nuestra con aquella del frondizismo,
es el recurso al catolicismo como pegamento moral del desarrollismo. La
anticipación de los de Contorno no
llegó tan lejos como la acción confirmatoria del gobierno, que llegó a impulsar
la enseñanza religiosa y privada. Se pretendía desde el gobierno una alianza
con la Iglesia Católica que le proporcionara herramientas de cohesión social y
de ordenamiento moral. Pero, si en esos años la iglesia no atravesaba su mejor
momento en el país, hoy la figura del Papa nos obliga a pensar en un alcance
mayor por inteligencia en la lectura y potencia mediático-religiosa. Para el
frondizismo, la intervención eclesiástica conformaba parte de su horizonte
moral, funcionaba, en algún punto, como el reverso culpógeno de un proyecto
tecnicista. Pero, ¿podemos seguir pensando de la misma manera esa relación
entre iglesia y política en nuestro país? En el contexto de ese desarrollismo
tensionado por las aspiraciones de bienestar económico de buena parte de los
sectores populares, las “imágenes de felicidad” que, como decía Rozitchner en
su texto, poblaban la decadencia vital del imperialismo, no alcanzaban y se
complementaban positivamente con la purgante atmósfera cristiana. Pero nuestras
condiciones, vaciadas ya de ascenso social tanto como de ascenso a los cielos,
ponen a funcionar de otro modo a los actores, que también son otros.
El
Papa, en tanto político peronista de la estratósfera, produce enunciados,
guiños y gestos que se superponen si se los piensa conjuntamente, pero
mantienen una lógica de segmentación que imita al comportamiento del mercado si
se los lee por separado como manteniendo cada cual una lógica propia. Así, por
un lado hace gala de un honestismo diplomático que se viraliza como nota de
color (el Bergoglio que viajaba en transporte público y visitaba las villas)
mejorando la imagen de la iglesia en general; por otro, se dirige a los jóvenes
de las clases medias y medias altas con un formato descontracturado y los
sorprende con su ya esloganado “hagan lío”; cuando viaja a entrevistarse con
líderes latinoamericanos no deja de resultar ambiguo: reconoce los excesos del
capitalismo ante los bolivianos y los llama a defender lo suyo, mientras que en
Chile recomienda a los sacerdotes no hacer caso de los “políticos zurdos”. Su
relación con Argentina es la de un pescador de mediomundo con un mar manso y
próximo. Ya no se trata de ovejas descarriadas, sino de pescaditos de diversas
características, algunos involucrados con el evangelismo otros indiferentes, a
los que la iglesia necesita reconquistar o, al menos, reconocer. Además, este
catolicismo de la reconquista y la reconciliación cuenta con el beneplácito de
un ateísmo moralista y disgustado con la época. No basta con declararse ateo
ante las viejas religiones, cuando de todos modos se cree en la imagen. Un
ateísmo de la imagen es desafío de hoy y mañana.
Otra
de las fórmulas sugerentes de Bergoglio vuelto Francisco fue “Tierra, Techo y
Trabajo”, que procuró plantearla estratégicamente separada de su más conocido
“hagan lío”. Interpelando desde ahí fornidos movimientos sociales de base. En
cambio, en boca de Scioli, la fórmula suena a promesa electoral y se confunde
con un simple pedido de fe a los electores. Macri, por su parte, sintoniza más
con los pronunciamientos que mantienen al Papa estrictamente dentro de
posiciones tradicionales de la iglesia respecto del aborto y las relaciones que
desbordan el régimen heteronormado. Sin embargo, más allá de la apropiación que
hicieran los espacios políticos y sus relaciones efectivas con el Papa,
Bergoglio es más peronista que Macri y Scioli juntos, y su lectura y vínculos
tocan lo territorial. Por ejemplo, desde mediados de 2013 se planteó un diálogo
entre Francisco y el Movimiento Evita (a través de su líder, Emilio Pérsico)
que derivó en un proyecto de construcción de parroquias en algunas de las zonas
de influencia de la organización. En uno de los materiales surgidos de ese
diálogo, un folleto titulado “Misioneros de Francisco”, se plantea una suerte
de querella fundamental entre la cultura moderna, caracterizada por la técnica,
la economía no sustentable, el individualismo y el consumismo, y la cultura
popular, definida según los siguientes ítems[14]:
“Se conforma con costumbres y
tradiciones”, “Siente la vida y
la muerte”, “Sabe de la lucha por el
pan de cada día por medio del trabajo”, “Se siente unida con los demás
hombres”, “Permanece en la búsqueda del misterio
(su destino, Dios, el ‘más allá’)”. A partir de esas definiciones se teje un
material que conjuga diagnósticos del presente, tareas para las nuevas
parroquias y momentos de afirmación del espíritu religioso y la fe popular que
rozan el manifiesto. Es decir, que en nuestras circunstancias no es necesaria
una alianza explícita entre iglesia y gobierno, ya que el llamado “consenso
neodesarrollista” –montado en tendencias subjetivas neoliberales– gobierna sin
épica y más allá de los mandatarios y, en todo caso, la suerte del catolicismo
dependerá de la red de relaciones de la que sea capaz, partiendo de una
percepción lo más ajustada posible de la situación de los sectores populares
que en otro tiempo se forjaron una espiritualidad cristiana más estable.
Algo
de las condiciones de movilización y angustia de los territorios referidos es
planteado en el folleto: “Reconociendo que el espíritu consumista propio de la
cultura moderna ha penetro en los barrios y está afectando su vida, se
promoverá, en todos los casos en los que resulte posible, que junto a la
capilla se arme un espacio para promover la práctica de deportes populares como
alternativa contar la droga y el consumo excesivo de alcohol.” Solo que los
“misioneros de Francisco” se proponen atender por separado el flagelo
denunciado, siguiendo la línea del argumento principal que ubica, de un lado,
al pueblo y a los pobres rebosantes de pureza y simplicidad en su fe y, del
otro, a la “cultura moderna”, tan corruptora como inevitable. En la tapa del
folleto, una de las fotos muestra un grafiti en que la frase “Hagan lío” se
completa con una oración que la ordena: “salgan al barrio”; a su vez, toda la frase
se enmarca en uno de los ángulos de la cruz que cuelga de la pared. Las cartas
están echadas y ya nadie podrá marcarlas desde una astucia última capaz de
decidir el destino de la jugada, en todo caso, esas cartas contienen algo de la
ambigüedad de un presente complejo y dependerá de la capacidad de apropiación
popular –haciendo lío o dócilmente– su posicionamiento ante formas de relación
que hoy vuelven oscura la atmósfera.
5.
Unos “nosotros” se tejen y destejen desde 2001. Esta vuelta
(esta segunda vuelta) los “nosotros” se funden en un todo antimacrista en busca
de una eficacia que bloquee al proyecto político que con menos tensiones
internas encarna los intereses y estilos de vida de los ricos. En otro tiempo
la UCD sólo podía imponer ministros y su eterno ministro y candidato a
presidente, Alsogaray, llegó a decir que “la gente no los entendía”. Hoy se
presenta una posibilidad neta de legitimación en las urnas de la visión más
recalcitrante de la que somos capaces como país. Solo que el Pro no es la UCD.
La incomprensión respecto de las teorías conservadoras de ayer se vuelve
sobreentendido de hoy, o incluso decreto de la no necesariedad de comprensión
alguna. Macri, contrariamente a su antecesor ideológico, no solo no se siente
incomprendido –tampoco se siente “ideológico”–, sino que se sorprende
gratamente ante un resultado electoral que supera las expectativas de su
espacio político. Dice que viene para “ayudar”. Y a su proyecto lo ayudan tanto
los ricos en sus distintas vertientes, como las micropolíticas reactivas que
lentamente formaron autodefensas barriales, complicidades en el interior del
discurso anticorrupción, una extendida conversación antipolítica, conductas parapoliciales
y profundos deseos de adaptación y “normalización”: propiedad o muerte.
Pero la dificultad del intento de bloqueo en el que nos
embarcamos como en bote de inundado, pasa por la relación que sepamos conseguir
con nuestro “mal menor”. Las posiciones que, en buena medida, acreditan en la
opción del FPV van de la homologación sin más entre Scioli y el kirchnerismo,
al peronismo de la reconciliación, pasando por ciclotimias hechas de narices
tapadas y de entusiasmos vacíos o cementados dudosamente por la esperanza.
Desde una posición crítica del kirchnerismo, mas no antikirchnerista, se puede
afirmar sin temor que Scioli no es ‘militable’, y que el riesgo del voto fácil,
es decir, el voto sin esfuerzo de pensamiento, autointerrogación y búsqueda de
las propias zonas activas, pasa por quedarnos sin respuestas o siquiera sin
fuerzas ante el parentesco efectivo de ese “mal menor” con el mal mayor en que
podría convertirse tras una potencial victoria. Un afiche sensato, tal vez el
único posible, que llame a votar a Scioli debería decir: “La Victoria del mal
menor”. Llenar las urnas de esperanzas vacía nuestras posibilidades políticas,
nos deja en sala de espera lidiando con revistas viejas. Pero la dificultad
indica que tampoco un activismo voluntarista estaría a la altura de encarar la
situación. Cuando ni el apuro ni la espera nos conforman sentimos que hay algo
que hacer con el tiempo, es decir, que podría incluso no tratarse de “hacer”.
Un tiempo para el pensamiento, una temporalidad de los recodos donde las
amistades y fraternidades fortalecen, una interrogación sobre los procesos que nos
anteceden, contienen e incomodan al mismo tiempo, un sinceramiento sobre lo que
nos duele –antes de sorprendernos con los sinceramientos cínicos que vienen.
Ante el hacer de la gestión y el de la militancia automática, nos queda nuestra
comprensión y nuestras posibilidades reales de actuar. Ni la gestión del
extremo relativismo ni la militancia de la verdad sacrificial, sino la
actividad-actuación de una apuesta.
Ante el balotaje inminente
¿Había en tiempos de frondizismo dos “modelos” en pugna?
¿Los había en mayor medida que en el balotaje 2015? A diferencia de nuestras
condiciones, puede sospecharse una composición social distinta, sobre todo por
la mayor homogeneidad de la clase obrera en aquel momento y, en consecuencia,
la importancia del rol del sindicalismo y la capacidad del peronismo para
canalizar esas fuerzas sin la necesaria oposición de buena parte del sector
industrial (un capitalismo nacional). Al mismo tiempo, una variable que, en
todo caso, en nuestros días dejó lugar a otras sofisticaciones, es el perfil
dictatorial de entonces dado, tanto por la capacidad real del ejército de tomar
el Estado de facto, como por la predisposición de una porción importante de los
sectores dominantes a imponer por la fuerza sus intereses. Es decir, que hoy
día resulta más complicado afirmar la existencia de dos modelos encarnados,
para colmo, en dos candidatos residuales del menemismo. Tanto sus propuestas
cambiarias, como las medidas de corto plazo que anuncian o incluso lo que
esconden a medias, presentan diferencias lo suficientemente superficiales como
para dejar en ridículo cualquier mística militante a su alrededor. Esas
medidas, actitudes y economicismos no fueron puestos en discusión, son el
acuerdo tácito de los dos candidatos para organizar desde ese acotado horizonte
sus ventajas diferenciales (del producto “candidato”). ¿Consenso ajustador? En
todo caso, desde el punto de vista de los sectores populares, las pequeñas
diferencias específicas, tanto a nivel ético-estético como de medidas
gubernamentales posibles, de actitudes respecto de actividades territoriales y
enlaces institucionales, o incluso de plazos devaluatorios (gradualismo/shock)
deberán ser señaladas con máxima precisión y argumentos lo suficientemente
sólidos como para sumarse a un estado de alerta poselectoral. ¿Estaría
dispuesto el votante de Scioli a resistir un ajuste “gradual”? ¿Estaremos
dispuestos todos quienes rechazamos de plano no solo el ajuste anunciado, sino
la atmósfera putrefacta que propone Macri, a encontrarnos en una disputa que
requerirá nuevas miradas y disposiciones del cuerpo?
¿Qué será de la enunciación simplificadora de la campaña
actual si la llegada del Pro al ejecutivo nacional no provoca el derrumbe
inmediato de “lo conquistado” y las variables más sonantes se mantienen
impávidas ante el deterioro de los salarios y de la situación de precarizados y
empobrecidos que viene dándose ya desde hace algunos años? El riesgo de
quedarse sin argumentos ni legitimidad es muy alto, y con el pánico moral no
alcanza. Ya no se trataría tanto del “mal menor” que, una vez en el poder, se
acerca indefectible al mal mayor, sino del mal mayor que, una vez atravesado el
umbral de la legitimidad electoral, se acerca al mal menor en busca de un
mínimo de gobernabilidad y administra su cuota extra de “mal” al menor costo
político posible. Cuál será ese costo tampoco lo sabemos.
Hipótesis: aun victorioso en las elecciones el espacio Pro,
el problema del mal menor permanecerá entre las alternativas electorales. El
mal menor no realizado trabajará sus opciones como peronismo en la oposición.
El mapa político no es alentador: un kirchnerismo victimizado por la derrota,
un peronismo pasando facturas y buscando una nueva consistencia (“peronismo
moderno”) y un oficialismo macrista aprendiendo de tiempos políticos al compás
de su plan pro empresarial. En ese sentido, el desafío para la diversidad de
espacios populares (izquierdas, kirchnerismo, otros peronismos de base,
socialdemócratas), intelectuales, sensibilidades libertarias, nuevas redes y
permeabilidades varias, se mantendrá abierto.
Cuadro odioso de ayer y hoy
Ayer Hoy
agotamiento del 17 de octubre
|
agotamiento de 2001
|
golpe militar, Constituyente fallidas, elecciones
|
avance securitista, represión policial, linchamientos,
elecciones
|
mal menor Frondizi (para salir del golpe)
|
mal menor Scioli (para bloquear la legitimidad de la
derecha pura y dura)
|
bloque dominante conformado por
vieja oligarquía, nuevos industriales, inversores extranjeros, fuerzas
militares, iglesia relativamente desprestigiada
|
panorama de captura y dominación
del capital financiero, extranjerización de la riqueza, explotación exhaustiva
de recursos estratégicos (agro, minería, agua), medios de comunicación, Papa peronista
|
proceso de modernización
industrial, afianzamiento de una burocracia sindical, emergencia del clasismo
|
sindicalismo fragmentado, impasse
de los movimientos sociales, reconfiguración posfordista del universo laboral
|
encerrona del campo popular en el punto en que sus
“sueños” coinciden con el sueño burgués; horizonte socialista como
alternativa
|
subjetividad popular tramada por la serie
subsidio-consumo-endeudamiento; activismos reticulares y nuevas solidaridades
a ser inventadas (ante la ausencia de horizonte socialista a la antigua)
|
Ariel Pennisi
[1] Alejandro Horowicz. Los cuatro peronismos. Buenos Aires:
Edhasa, 2005.
[2] Horacio González, “Fotocopias
anilladas” en Horacio González, Eduardo Rinesi, Facundo Martínez, La nación subrepticia. Buenos Aires: ed.
El Astillero, 1997.
[3] Arturo Frondizi. La lucha antiimperialista. Buenos Aires:
ed. Debate, 1955.
[4] León Rozitchner, “Un paso
adelante, dos atrás”, revista Contorno, Buenos Aires, abril de 1959, p. 184. (Contorno, edición facsimilar, Buenos
Aires: Biblioteca Nacional, 2007)
[5] Idem.
[6] Idem, p. 185.
[7] Idem.
[8] Idem.
[9] Idem.
[10] Perón, la revolución justicialista y Actualización política y doctrinaria para la toma del poder
(1971/72).
[11] Idem.
[12] Idem.
[13] Es bien interesante la
genealogía de “lo social” que practica Donzelot, donde el “bienestar” provisto
por el Estado aparece como constitutivo de lo social mismo, en contraste con
los regímenes conservadores a esa altura anticuados, tanto como con la acción
de las fuerzas revolucionarias vista como “disolvente” desde el punto de vista
del liberalismo político. El Estado social aparece, antes que como una
vertiente posible de las repúblicas modernas, como una forma eficaz de
gobierno. (Jacques Donzelot, La invención
de lo social. Ensayo sobre el ocaso de las pasiones políticas. Buenos
Aires: Nueva Visión, 2007).
[14] Las negritas pertenecen al
original.
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