martes, 17 de noviembre de 2015

Breve historia de un mal menor, por Ariel Pennisi





“A mí lo que me engancha de Daniel es que es desarrollista…”
Juan Manuel Urtubey


“Mauricio Macri siempre fue desarrollista”
Rogelio Frigerio





1.

            El golpe asesino que derrocó al gobierno de Perón contribuyó a astillar el panorama político en unas condiciones económicas que distaban del momento embrionario del peronismo. En pleno contexto de proscripción, con una resistencia peronista inventiva y potente, aunque sin capacidad de afectar a las altas esferas, los reagrupamientos tendientes a buscar una salida institucional, una vez probada la impopularidad de los golpistas, debían convivir con un inevitable déficit de legitimidad. Tan torpes como ambiciosos, los militares, se lanzaron a una suerte de carrera de rengos políticos cuyo desenlace fue la elección por una Constituyente, con la victoria del voto en blanco (21,93 %), por sobre las  dos opciones que mantenían cierta masa crítica histórica: la UCR del Pueblo (21,91%) y la UCR Intransigente (18,85%). Ni Balbín, que expresaba no sin cierta fragilidad sectores dominantes vinculados al agro, ni Frondizi, que prometía una dinámica económica de gran industria ligada a la necesidad de atraer divisas y, por lo tanto, en ese momento, de inversiones extranjeras bien ‘atendidas’, encarnaban claramente un actor con la contundencia de erigirse en primera minoría autónoma a la hora de las negociaciones. En cambio, el peronismo era el espacio de confluencia de las clases populares que, más allá de la notable trama de la resistencia, sentía el peso de la desmoralización por pérdida de su pujanza, el desgaste del último pasaje del gobierno de Perón (que había congelado los convenios colectivos, entre otras medidas) y experimentaba aun cierta sensación de sorpresa por la propia debilidad ante la violencia del golpe.
Tras el fracaso de la Constituyente, cuando la situación se volvió insostenible y las elecciones generales se abrieron paso, el espacio que lideraba Frondizi se encontró con el lógico objetivo electoral de atraer la suficiente cantidad de votos peronistas contenidos en el porcentaje de votos en blanco del 57. Al mismo tiempo, el chispazo obrero-armamentista que ya se había encendido en una zona del peronismo dejaba lugar al chispazo estratégico-electoralista que, surgido de una insinuación de John W. Cooke, encontró en a los espacios de Perón y Frondizi, imaginando el primero un gobierno provisorio de la UCRI, y pergeñando el segundo un pacto provisorio con el peronismo para fines electorales y un retorno posterir. De modo que toda la carga que depositaran las partes en un pacto con vistas a un escenario posterior a las elecciones no podía sino responder a una combinación de voluntarismo y especulación. “Frondizi era consciente de que cualquier pacto, en tanto argumento público, del que fuera Perón unos de sus términos, era imprescindible e inaceptable a la vez. Por lo tanto, daba igual que se hiciera sobre una base o sobre cualquier otra.”[1] En su reverso, podemos sospechar el sabor a poco que el acuerdo representaba para el propio Perón que, por su parte, pudo haberlo considerado tan aceptable como prescindible.   
Ahora bien, más allá de las tramas dirigenciales y de las pujas entre sectores dominantes, la victoria de Frondizi en la elección de febrero de 1958 puso a prueba grados de organización, capacidad de impugnación e imaginación política en el interior de la clase trabajadora y las izquierdas no sectarias. ¿Serían capaces de ejercer suficiente presión sobre el presidente electo quienes sostuvieron desde las bases el esquema peronista, formaran o no parte de la mística resistente dentro y fuera de las fábricas? ¿Cómo habrían de retomar conquistas, replantear fuerzas y forzar la ampliación del sistema democrático –sin mencionar una disputa de clases latente, aunque relegada y resignificada alternativamente por el peronismo? Es decir, el problema de la política argentina de aquel momento no se reducía a la voluntad del gobierno de Frondizi de cumplir lo pactado con Perón, sino que dependía en gran medida de la incidencia real de los deseos populares de democratización política y justicia económica, por un lado, y de la reconfiguración de los sectores dominantes, por otro. En todo caso, al gobierno de Frondizi le cabía en lo inmediato el desafío de generar buenas condiciones de gobernabilidad apenas apagada la inercia del pacto electoral. Y la gobernabilidad será con servadora o no será…
Antes de alcanzar Frondizi su primer año de gobierno la revista Qué –ya sin Scalabrini Ortiz en sus filas– atizaba a los enemigos del frondizismo con un argumento reduccionista y maniqueo. El medio oficialista ubicaba a la izquierda –ubicando a su vez a Cooke y al peronismo combativo en la izquierda– y a la “vieja estructura pastoril” como extremos que, tocándose en una coincidencia inesperada, atentaban contra los intereses de la nación. Horacio González, recorriendo con oficio de historiador las páginas de la revista Qué de aquel entonces (febrero de 1959), se detiene en el epíteto que sus redactores lanzaron contra Cooke y su supuesta ‘banda trotzskysta’: “Por su parte, el desarrollismo emplea los nombres no para recuperarlos –comunismo, trotzskysmo, son anuncios desventurados de una revolución alienada– sino para someterlos al juicio de una ‘nueva madeja superior’ de hechos…”[2] Para entonces, el gobierno venía de reprimir brutalmente a los trabajadores que habían tomado el histórico frigorífico Lisandro de la Torre, al que previamente se había intentado privatizar. Pero, fundamentalmente, sellaba con el estreno del plan Conintes una suerte de cogobierno objetivo con las fuerzas militares que, según Horowicz, desmiente la versión que pretendía mostrar a Frondizi como víctima de “planteos” por parte de la cúpula militar. La renovada revista Qué destilaba adjetivaciones como “agitadores” o “subversivos” y metáforas médicas como la “alergia” para referirse a la lucha obrera. Del mismo modo, la retórica desarrollista se autoasignaba como interlocutor un “sindicalismo maduro”, capaz de comprender la conveniencia estratégica de ciertas deposiciones en la lucha acompasadas con un aumento de la productividad que homologaba mayores niveles de explotación a “progreso económico”. De ese modo, como sostiene González, se desplazaban los rasgos políticos del conflicto social al terreno economicista y, quien sabe, entre militares y radicales buscaban fundar un nuevo espacio enunciativo para la “alianza de clases” vacante desde el golpe del 55. Una suerte de “tercera posición” de nueva estirpe. Un dato no menor al respecto es la orientación que la cúpula de las 62 Organizaciones asumió durante el transcurso del gobierno de Frondizi, cambiando su pelaje combativo por el traje y corbata negociador de lo que se consolidará como burocracia sindical.
Horacio González se refiere también a la embestida de la revista Contorno (abril de 1959) contra el gobierno de la UCRI, cuando divisaba en el “ismo” apenas conseguido por su líder un futuro signo peyorativo. Al parecer, para los intelectuales de Contorno merecía un señalamiento irrestricto la distancia que verificaban entre el Frondizi supuestamente “antiimperialista” de los años anteriores y el presidente que, tras haber interpelado a parte de la clase obrera en su campaña electoral, no dudaba en reprimir en nombre de una suerte de madurez productivista –un Frondizi que años más tarde apoyaría el golpe de Onganía y su proyecto económico. En 1954 Frondizi había publicado Política y petróleo y en diciembre del año siguiente se publicó la introducción de ese libro bajo el título La lucha antiimperialista, donde sostiene cosas como: “La lucha antiimperialista es uno de los medios para impulsar el desarrollo económico y político del país. Ese desarrollo crea nuevas condiciones económicas y sociales. A su vez, el cambio de condiciones materiales actúa como elemento dinámico para provocar un cambio en el ejercicio real del poder político, que debe cesar de estar en manos de los que responden a los intereses extranjeros o nacionales ligados a ellos, para pasar a sectores nacionales y populares.”[3]
Dardo Scavino sostiene que el plan Conintes no significó un desvío del programa frondizista, sino el momento de su extremo cumplimiento. Ya en discursos previos al golpe del 55 o incluso ese mismo año, asomaban consignas como “progreso” o “prosperidad” en términos absolutos, ligando de manera consustancial el desarrollo económico al crecimiento de las fuerzas espirituales. Es decir que, del marxismo sólo le quedaba el esquematismo mecanicista de las corrientes más economicistas, del liberalismo recuperaba la utopía de un capitalismo igualitario en libertades, del nacionalismo tomaba la crítica a la dependencia y del peronismo los votos y una confusa imagen espejada. Para el discurso desarrollista el bienestar era una consecuencia lógica del progreso técnico y la productividad industrial, y uno de los modelos que ponía como ejemplo era nada menos que Estados Unidos. Nuevamente, ¿se puede hablar de la traición de Frondizi?
En ese número de la revista Contorno de abril del 59 León Rozitchner produjo una pieza notable para leer su coyuntura que vale como ejercicio para sus contemporáneos y como pista para quienes advertimos un delgado hilo de Ariadna costurero hasta nuestros días. La coyuntura de fines del 57 y comienzos del 58 generó su propio “mal menor”. El mal mayor había sido demostrado puntillosamente con el golpe de la autodenominada “Revolución Libertadora” (luego renombrada con justicia “La fusiladora”): los asesinatos a militares y militantes insurgentes, los recortes económicos y la hostilidad y persecución política a los trabajadores y estudiantes organizados. Los de Contorno, críticos no antiperonistas del peronismo (Oscar Masotta decía: “somos anti antiperonistas”), habían asumido una posición férrea contra la lógica impuesta por el golpe y sus actores principales: fuerzas militares, partidos ultraconservadores, agentes del capital industrial concentrado, terratenientes, democratismo conservador (UCRP), etc. Al mismo tiempo, habían apoyado críticamente la candidatura de Frondizi bajo la idea de que ésta expresaba toda la “ambigüedad objetiva del país”, es decir, no una salida por izquierda, sino una ambivalencia que, al menos, no excluía por principio una sensibilidad de izquierda o una interpelación que se constituyera con algo del dinamismo popular. Así, los de Contorno se dicen intelectuales que caminan con la clase trabajadora, consistiendo su trabajo (esto no lo dicen, pero lo hacen) en enunciar, arriesgar una legibilidad posible y afrontar la dificultosa complejidad de su hora. En principio, se trataba de no considerar el acto electoral como un hecho total, ni de creer que una estrategia o una entidad superior –el pacto con Perón, el horizonte desarrollista, la razón del pueblo– garantizaría condiciones para el despliegue de las potencias populares. En todo caso, si el apoyo a la UCRI significaba, como “primer paso”, tomar la mínima distancia necesaria de la situación dictatorial, el paso siguiente no estaba escrito en ningún manual y el programa de Frondizi no daba certezas al respecto. “Pues no dijimos que ese compromiso iba a ser cumplido. Pensábamos que sólo los obreros podrían exigir su cumplimiento.”[4] ¿No decía algo parecido Frondizi en su libro antiimperialista? Frondizi ponía al “pueblo” en el lugar del beneficiario del desarrollo que, como consecuencia posterior, le traería una mayor participación en el “poder político real”; mientras que Rozitchner y los de Contorno apostaban a que fueran las fuerzas y deseos que se conjugaban en la madeja popular las que legítimamente sostuvieran un proceso político en favor del incremento de su poder. Es decir, que, si algo podía ser llamado poder popular, éste no resultaría ni de la delegación, ni del “beneficio” otorgado por las políticas del desarrollismo. 
El repaso que Rozitchner propone sobre la instancia previa a las elecciones no era, en ese caso, una forma del autoflagelo ni un acto aleccionador del tipo “teníamos razón”. Se trataba, más bien, de retomar la importancia de la complejidad del posicionamiento ante una situación que se presentaba como una dicotomía bien sencilla: Frondizi peronizado vs. la Libertadora antiperonista. Rozitchner descarta como variables de análisis la psicología o la mala intencionalidad del gobernante, incluso su potencial traicionero, y relaciona el desengaño que el gobierno de Frondizi produjo apenas comenzado su mandato con la lógica engañosa que albergó desde un comienzo la confianza en esa opción electoral y, en definitiva, en lo electoral mismo. Pasando en limpio la situación, parece que lo único que motivó a los intelectuales de Contorno a volcar su apoyo en favor de la victoria electoral de la UCRI fue el tipo de interpelación en que la opción por Frondizi había logrado embarcarse: la solicitación del apoyo obrero, reforzada por el apoyo del propio Perón exiliado. Pero, inmediatamente, se comprende que ese gesto de apoyo nada tenía que ver con una transacción a cambio del silencio o beneplácito inmediato posterior a las elecciones (de ahí la crítica a la discreción de Scalabrini Ortiz tras dejar la redacción de la revista Qué, para no tener que criticar al gobierno). Por el contrario, el apoyo electoral formaba parte de una construcción más amplia que incluía la preparación de las condiciones enunciativas y el llamado a una posición crítica al frondizismo. Para Rozitchner, la supuesta capacidad, tanto de interpretar como de gobernar que se les suele adjudicar los dirigentes no opera en el vacío, sino montada en una distancia mistificada entre los gobernantes y los gobernados: “Este vacío que abre la suficiencia lo llena, sin embargo, la incomprensión.”[5] Advertía, al mismo tiempo, el antagonismo de la clase trabajadora respecto de lo que representaba el affair entre fuerzas militares y poderes económicos, la insuficiencia transformadora del gobierno peronista, los límites insoslayables del frondizismo –y, finalmente, su posible irrelevancia histórica– y las dificultades y desafíos del sistema democrático, constituido como la opción más perezosa de las fuerzas populares, en tanto se reducía a una suerte de anudamiento entre una cuenta numérica y una definición jurídico-institucional. Votar para dejar de pensar, votar para anestesiarse del dolor real que mordía los cuerpos. Merodeaba en los razonamientos contornistas una pregunta radical por la democracia.
La coyuntura electoral no se reducía a las opciones electorales y, si los de Contorno habían considerado importante posicionarse votando, también consideraban imprescindible posicionarse ante el voto mismo afirmando la necesidad de construir una inteligibilidad política más amplia y colaborar con una imaginación política que desbordara al desengaño, al moralismo y al realismo político. En todo caso, Rozitchner ponía su propio realismo –“Frondizi no era Lenin, ni la intransigencia ni el peronismo eran el partido bolchevique”– a disposición de lo que consideraba “las fuerzas más positivas”. Pero su señalamiento no estaba teñido de excusas ni de atributos forzados donde no correspondían, no era un realismo resignado que volviera determinismo la impotencia momentánea, sino un realismo táctico. Para los intelectuales de Contorno Frondizi no fue una opción electoral esperanzadora (pura mistificación), tampoco una jugada de casino, como quien dice un ‘lance’ (puro azar), ni un movimiento estratégico genial que se confundiera con el curso de la historia (pura necesidad). Se trató de una apuesta realista que tenía como consecuencia ubicarse, antes de las elecciones y entreviendo un enemigo futuro en el propio candidato, al pie de una lucha obrera, de una tarea intelectual, de una puja política: “la condición de nuestro compromiso para el enfrentamiento actual fue que se presentara esta coyuntura… La lucha que pedimos se abre ante nosotros.”[6] El texto de Rozitchner parecía una exhortación a los desengañados y nihilistas que se apagaban al ritmo de una anímica generalizada justo cuando las circunstancias exigían atención, disposición e imaginación. Los enemigos de clase seguían siendo los mismos, con sus medios económicos, su intelligenzia y su poder de fuego militar. Y Frondizi, en algún punto, seguía siendo también el mismo, solo que su victoria electoral contenía la ínfima posibilidad del ejercicio de cierta presión obrera que debía reorganizarse (por ejemplo, superando los peronistas su orfandad y las izquierdas su sectarismo). Sobre la endeble tregua (las elecciones) volverse fuertes para generar condiciones de otra realidad posible. A partir de un respiro coyuntural forjarse una respiración política más intensa y duradera. Pero no fue eso lo que sucedió.


2.

La paradoja del realismo político está dada por la necesidad de la opción política en juego de construir su victoria y su solidez en base a la cercanía de lo que pretende desbancarla y debilitarla. Algo así como parecerse al adversario. Si el realismo, en lugar de formar parte de un movimiento más amplio, se estabiliza como la lógica misma de sostenimiento de un gobierno, tarde o temprano se vuelve el doble de eso que parecía enfrentar. Policía bueno, policía malo. La distribución del escenario se ensombrece cuando, como dice un filósofo francés, la política se reduce a policía. “Esto es lo que constituye el ‘realismo’ político de Frondizi, el camino del menor riesgo, la mayor seguridad del triunfo: la conservación del poder. Cabe una vez más preguntarse: esta política de compromiso, ¿era la única posible? (…) De toda la gama de posibilidades, el llamado realismo político es el que menos recurre al riesgo, el que más decidido está a confundirse con lo que combate, el más dispuesto entonces a ser considerado como una traición por quienes lo llevaron al poder.”[7] Y para colmo de realismos, el Frondizi gobernante, apostaba a una determinación de lo posible economicista. Realismo entre realismos.     
            Si una votación, una vez consumada la asunción de los nuevos mandatarios, deja a los votantes, sus deseos y capacidades reales fuera de juego, se cae tardíamente en la cuenta del agotamiento de una vitalidad política. ¿Quién decide ahora sobre lo posible? ¿El vencedor de una elección? ¿O acaso el vencedor, elegido como “mal menor” encarna un consenso previo en torno a lo posible? Por otra parte, si “lo posible” se objetiviza, si algo como “lo posible” que no es otra cosa que invención y caducidad torciéndose el brazo mutuamente, es visualizado como una roca inamovible, su aceptación sin más nos vuelve inevitablemente reactivos, en tanto “la aceptación del determinismo es la antítesis de la política creadora”[8].     La lectura que hacen desde Contorno tiene el interés de asumir la ambivalencia popular. No acepta ni la linealidad que ve en el peronismo ángel o demonio, ni aquella que se descubre desengañada ante la traición de Frondizi. El “deseo de satisfacción y bienestar” y la “inconfesada voluntad de entrega” forman parte del mismo proceso político que, por un lado, hizo emerger y sostuvo al peronismo forzando la aparición con vida de un nuevo actor político (los “descamisados”) y, por otro, encontró desarmado y desangelado a ese mismo actor ante el golpe (“¿Dónde están las armas?”). ¿Cómo encontró, entonces, a las fuerzas más activas del campo popular el poco prometedor escenario electoral del 58? Traición anunciada no es traición. Si Perón nació al calor del 17 de octubre, Frondizi selló su agotamiento. Pactó con el peronismo y buscó en sus restos electores subsistentes para levantar la épica, extraña por fría, del desarrollismo. Una odiosa comparación revolotea nuestras mentes: ¿habrá en la figura de Scioli algo de pacto inverosímil cuando recita en dos minutos el decálogo del neodesarrollismo kirchnerista? ¿Tenemos nuestro propio 17 de octubre, es decir 2001, agotado? El kirchnerismo no está proscripto ni exiliada su líder como el Perón de aquel entonces, pero se puso en duda su éxito electoral –tras un período magro de gobierno (2012-2015) en términos políticos y económicos– y una derrota importante en 2013. En otro nivel, ¿cómo se conjugan los deseos de una vida generosa y expansiva que marcaron la tensa mezcla de un piso social por abajo y las capturas y zonas grises del período? Es decir, ¿cómo quedan las subjetividades que trazan las vidas populares de hoy? Recuerdos del alivio, consumo subsidiado, financierización capilar (y de la otra), cultura del trabajo en el vacío, violencias reactivas (como los linchamientos)… Una similitud y una diferencia respecto de la coyuntura frondizista: como entonces, no se percibe un ánimo batallador en lo que queda de pueblo; a diferencia de entonces, el nuestro no es un “mundo convulsionado” por la disputa ideológica con horizontes socialistas en vida. En Europa solo las revueltas de inmigrantes pueden producir alguna fisura, más allá de los feminismos en curso en nuestros pagos; mientras que los países continentales solo disputan restos de hegemonía capitalista.
            Nuestro “qué hacer”, nuestro quehacer, no está nada claro. Amigarnos con la poca claridad que el mundo nos ofrece es el trazo fino entre habitar la incomodidad y regodearse en un placer inconformista. A su vez, el inconformismo, tanto en su versión esnob como en su oferta gruñona, nos deja en un balotaje horrible (¡otro balotaje!): nihilismo o indiferencia estéril. En ese sentido, el gesto de Rozitchner es tanto o más importante que las categorías de las que se vale para diagnosticar y calar hondo en el drama de su coyuntura. En otro texto poetiza: "Nos sentimos incómodos dentro de nuestra propia piel..." La incomodidad sentida y construida como lugar desde el cual pensar y decir. Hablar de las fuerzas populares sin acreditar ahí una proveniencia ni atribuirse un rol histórico vanguardista; asumirse intelectual burgués de izquierda para decir que si hay un actor que no tiene derecho a juzgar al peronismo es la mismísima burguesía. Rozitchner habla como un amigo del proletariado –toma distancia de la izquierda “abstracta” que reduce al proletariado a su idea de clase consciente–, una sensibilidad que se nutre de la potencia popular y que, sin concesiones, la nutre con su compromiso y creatividad.
De nuevo la incomodidad. Solo que, a diferencia de nuestras condiciones, a Rozitchner le servían las palabras con que se venía tramando su pensamiento; disponía de una lengua con y dentro de la que pulsear. En cambio, ¿a nosotros nos convienen las palabras que intentamos hacer nuestras? A falta de palabras insistimos en el gesto como si fuera un consejo ofrecido con mímica: no rehuir a lo feo, malo y sucio que se nos presenta, inventarnos un tiempo en la urgencia y, sobre todo, no juzgarnos. Se trata de una velocidad que nos emparente con lo que pasa. Un NO sin propuesta alternativa. ¿Inmovilismo? ¿Gradualismo del espíritu? Tal vez solamente tiempo. Pero no un tiempo “estratégico” significado de antemano, sino un tiempo abierto como herida. ¿Dolorismo? No es necesario autoflagelarse. Tomar registro de lo que ya punza mientras nuestro voluntarismo o nuestra razón argumentativa disfrazan la herida de raspón. La religiosidad del militante dice “levántate y anda”. No solemos aceptar que no tener ganas es una de las formas del deseo que tal vez en la suspensión habilite una nueva comprensión de las ganas mismas. Comprender las ganas no significa despojarlas del bello misterio que suponen, sino volver menos supersticiosa nuestra relación con el entusiasmo… y su misterio. Ganas de comprensión, entonces. Darse tiempo es un alivio, el alivio como práctica de sí. Retomar cierta confianza en los otros y las cosas para habilitar un nosotros.
              

3.

            La senda del mal menor conecta con todo el imaginario del realismo político y la astucia como ratio última de la estrategia de “liberación nacional”, una suerte de razón instrumental progresista que insiste en la historia argentina desde la segunda mitad del siglo XX. Una vez convencidos de la existencia de ese bloque que encarnaría sustancialmente el proyecto inapelable del buen pueblo toda aspereza, contradicción o incluso cambio de dirección aparece como emanación de ese centro estratégico que regala tácticas, a veces incluso ilegibles por sus propios seguidores. El reformismo popular, denso y complejo en historia e inscripción cultural, mantiene una cara lineal, un evolucionismo que a partir de puntos de anclaje potentes (medidas económicas, posturas políticas, aciertos culturales) recodifica toda fisura o imposibilidad en términos de “lo que falta”. Un teatro algo simplificador conformado, por un lado, por líderes, fieles seguidores, intelectuales que están a la altura –y solo tienen permitida la crítica tibia y sin consecuencias– y acompañantes concienzudos que, sin llegar a fieles, al menos no juegan para el enemigo; por otro lado, están los carcamanes de siempre, imperialistas externos e internos, las clases medias egoístas, las debilidades del pueblo cuando se confunde (porque el enemigo no persuade, engaña), las izquierdas funcionales y los intelectuales egoístas (son de clase media, claro) que se divierten construyendo otros mapas problemáticos incomprensibles por un pueblo deseoso de emociones fuertes. No acreditamos en esa subestimación del pueblo, de nosotros mismos. Es una paradójica forma de disolver el conflicto, simplificarlo y reducirlo a estereotipos, sobreactuar un conflicto “principal” que se funde en un sentimiento ingenuo. Así, conflictividades que se arman en los distintos registros y situaciones, es decir, en territorios, lógicas de funcionamiento o actores, permanecen invisibles o son calificadas como de segundo orden… o directamente entregadas a capturas oportunistas y reaccionarias. ¿Quién le hace el juego a quien en esos casos?
            Cuando la astucia atribuida al líder o al espacio enunciativo que detenta la decisión sobre lo posible, su capacidad de reservarse la última carta ante el enemigo –a tal punto de volverla también invisible o incomprensible para sus propios seguidores– se corresponde con una realidad difícil de sostener, queda como último recurso la fe en la autoridad: “lo hace por nuestro bien”. Rozitchner dice con cierta ironía sobre Frondizi: “él quiere crear condiciones de simulación y realismo tales que hasta el mismo imperialismo se confunda, que hasta los supremos tramposos caigan en la trampa.”[9] El propio Perón en la entrevista cinematográfica que le hacen Solanas y Getino[10] hace alarde de su viveza, superior a la capacidad de engaño de los ingleses. Es la variante criolla de la genialidad: un filósofo sostenía que el genio es invención de los mediocres para eximirse a sí mismos de la posibilidad y la exigencia de inventar, depositando todo ese fuego en una persona sobrenatural. La astucia, cuando es atribuida al conductor, parece una democratización de la genialidad. ¿Es otra forma del alivio, contar con el gran astuto de nuestro lado? Entre astucia delegada, alivios y pequeñas astucias propias nos movemos cuando somos pueblo... 
En junio de 2009, cuando Argentina volvió a recurrir a un crédito por parte del Fondo Monetario Internacional, la revista Barcelona publicó un titular socarrón: “GILES: En el FMI ignoran que el préstamo a la Argentina será para financiar la Revolución Socialista”. Si el héroe dice “lo hago por ustedes, sin ustedes”, la astucia realista, en sus momentos más oscuros, puede llegar a extremos tales como “lo hago contra ustedes por ustedes”. Cuando Agustín Tosco, en el debate televisivo que mantuvo en febrero de 1973 con José Ignacio Rucci, alertaba sobre aspectos preocupantes del espacio que conformaba al Frejuli, como “la presencia de Solano Lima –que había prometido erradicar al marxismo–, o lo que significa Frondizi, su Conintes, su entrega del petróleo”, Rucci le explicaba que los nombres eran relativos ante la importancia del proyecto político y, claro, la figura de Perón, es decir, la astucia última, “conciencia total” del movimiento. Por su parte, el Rozitchner de Contorno insistía en su sarcasmo sobre lo que se había generado alrededor de la figura de Frondizi: “Nuestro engaño no es sino la contraparte de su verdad, y existe un futuro que podrá contenernos a todos, cuando la realidad se confunda con sus intenciones. Y ese será el futuro argentino que todos añoramos: la conjunción de lo nacional y lo popular.”[11]
            El razonamiento de los de Contorno planteaba que si un gobernante se pliega a las fuerzas que supuestamente estaba destinado a combatir puede pasar a sostenerse con mayor o menor dificultad por esas mismas fuerzas. Eso significaba que desde el punto de vista de las fuerzas más activas el gobierno, dejando de necesitarlas dejaba, por eso mismo, de ser necesario: “el ‘realismo’ economista constituye el modo como la burguesía industrial se inclina en busca de la alianza con la burguesía oligárquica y pretende escamotear a su favor el planteo del primero –sentido nacional y popular– que contenía la integración de ambos términos.”[12] Desde un punto de vista marxista y desde un planteo que lee las relaciones sociales según el modelo de la guerra (Rozitchner, antes que Foucault, lector de Clausewitz), el peronismo había significado tanto el reposicionamiento de un actor antes despreciado como actor político (“los humildes”), como el desplazamiento de la lucha de clases, de la guerra de intereses, en favor de una alianza sostenedora de un capitalismo social[13]. Entonces, el contexto del frondizismo empeoraba el asunto y volvía más exigente el desafío para los sectores populares, ya que el matrimonio por conveniencia anterior (la “alianza de clases”) se revelaba inservible para la burguesía industrial y “los hechos”, es decir, el realismo economicista y la moral productivista la acercaban nuevamente a la patronal de las patronales, la vieja oligarquía, y los nuevos capitales extranjeros. Además, Frondizi no solo mantenía la proscripción del peronismo, sino que proscribía la fuerza real de sus votantes y volvía a confinar a los sectores populares a su minoría de edad previa al peronismo. Junto a quienes criticaban al Estado dadivoso prometió un mercado dadivoso. Esgrimió como único horizonte de sus políticas el proyecto de la abundancia económica y dejó como legado el canalla argumento del “derrame” económico con el que la acumulación de los ricos alimentaría a los pobres y a los trabajadores adaptados, es decir, según sus comportamientos y productividad, no por fuerza de sus derechos conquistados.
           

4.

            Otra combinación que conecta épocas, es decir, la nuestra con aquella del frondizismo, es el recurso al catolicismo como pegamento moral del desarrollismo. La anticipación de los de Contorno no llegó tan lejos como la acción confirmatoria del gobierno, que llegó a impulsar la enseñanza religiosa y privada. Se pretendía desde el gobierno una alianza con la Iglesia Católica que le proporcionara herramientas de cohesión social y de ordenamiento moral. Pero, si en esos años la iglesia no atravesaba su mejor momento en el país, hoy la figura del Papa nos obliga a pensar en un alcance mayor por inteligencia en la lectura y potencia mediático-religiosa. Para el frondizismo, la intervención eclesiástica conformaba parte de su horizonte moral, funcionaba, en algún punto, como el reverso culpógeno de un proyecto tecnicista. Pero, ¿podemos seguir pensando de la misma manera esa relación entre iglesia y política en nuestro país? En el contexto de ese desarrollismo tensionado por las aspiraciones de bienestar económico de buena parte de los sectores populares, las “imágenes de felicidad” que, como decía Rozitchner en su texto, poblaban la decadencia vital del imperialismo, no alcanzaban y se complementaban positivamente con la purgante atmósfera cristiana. Pero nuestras condiciones, vaciadas ya de ascenso social tanto como de ascenso a los cielos, ponen a funcionar de otro modo a los actores, que también son otros.
            El Papa, en tanto político peronista de la estratósfera, produce enunciados, guiños y gestos que se superponen si se los piensa conjuntamente, pero mantienen una lógica de segmentación que imita al comportamiento del mercado si se los lee por separado como manteniendo cada cual una lógica propia. Así, por un lado hace gala de un honestismo diplomático que se viraliza como nota de color (el Bergoglio que viajaba en transporte público y visitaba las villas) mejorando la imagen de la iglesia en general; por otro, se dirige a los jóvenes de las clases medias y medias altas con un formato descontracturado y los sorprende con su ya esloganado “hagan lío”; cuando viaja a entrevistarse con líderes latinoamericanos no deja de resultar ambiguo: reconoce los excesos del capitalismo ante los bolivianos y los llama a defender lo suyo, mientras que en Chile recomienda a los sacerdotes no hacer caso de los “políticos zurdos”. Su relación con Argentina es la de un pescador de mediomundo con un mar manso y próximo. Ya no se trata de ovejas descarriadas, sino de pescaditos de diversas características, algunos involucrados con el evangelismo otros indiferentes, a los que la iglesia necesita reconquistar o, al menos, reconocer. Además, este catolicismo de la reconquista y la reconciliación cuenta con el beneplácito de un ateísmo moralista y disgustado con la época. No basta con declararse ateo ante las viejas religiones, cuando de todos modos se cree en la imagen. Un ateísmo de la imagen es desafío de hoy y mañana.    
            Otra de las fórmulas sugerentes de Bergoglio vuelto Francisco fue “Tierra, Techo y Trabajo”, que procuró plantearla estratégicamente separada de su más conocido “hagan lío”. Interpelando desde ahí fornidos movimientos sociales de base. En cambio, en boca de Scioli, la fórmula suena a promesa electoral y se confunde con un simple pedido de fe a los electores. Macri, por su parte, sintoniza más con los pronunciamientos que mantienen al Papa estrictamente dentro de posiciones tradicionales de la iglesia respecto del aborto y las relaciones que desbordan el régimen heteronormado. Sin embargo, más allá de la apropiación que hicieran los espacios políticos y sus relaciones efectivas con el Papa, Bergoglio es más peronista que Macri y Scioli juntos, y su lectura y vínculos tocan lo territorial. Por ejemplo, desde mediados de 2013 se planteó un diálogo entre Francisco y el Movimiento Evita (a través de su líder, Emilio Pérsico) que derivó en un proyecto de construcción de parroquias en algunas de las zonas de influencia de la organización. En uno de los materiales surgidos de ese diálogo, un folleto titulado “Misioneros de Francisco”, se plantea una suerte de querella fundamental entre la cultura moderna, caracterizada por la técnica, la economía no sustentable, el individualismo y el consumismo, y la cultura popular, definida según los siguientes ítems[14]: “Se conforma con costumbres y tradiciones”, “Siente la vida y la muerte”, “Sabe de la lucha por el pan de cada día por medio del trabajo”, “Se siente unida con los demás hombres”, “Permanece en la búsqueda del misterio (su destino, Dios, el ‘más allá’)”. A partir de esas definiciones se teje un material que conjuga diagnósticos del presente, tareas para las nuevas parroquias y momentos de afirmación del espíritu religioso y la fe popular que rozan el manifiesto. Es decir, que en nuestras circunstancias no es necesaria una alianza explícita entre iglesia y gobierno, ya que el llamado “consenso neodesarrollista” –montado en tendencias subjetivas neoliberales– gobierna sin épica y más allá de los mandatarios y, en todo caso, la suerte del catolicismo dependerá de la red de relaciones de la que sea capaz, partiendo de una percepción lo más ajustada posible de la situación de los sectores populares que en otro tiempo se forjaron una espiritualidad cristiana más estable.
            Algo de las condiciones de movilización y angustia de los territorios referidos es planteado en el folleto: “Reconociendo que el espíritu consumista propio de la cultura moderna ha penetro en los barrios y está afectando su vida, se promoverá, en todos los casos en los que resulte posible, que junto a la capilla se arme un espacio para promover la práctica de deportes populares como alternativa contar la droga y el consumo excesivo de alcohol.” Solo que los “misioneros de Francisco” se proponen atender por separado el flagelo denunciado, siguiendo la línea del argumento principal que ubica, de un lado, al pueblo y a los pobres rebosantes de pureza y simplicidad en su fe y, del otro, a la “cultura moderna”, tan corruptora como inevitable. En la tapa del folleto, una de las fotos muestra un grafiti en que la frase “Hagan lío” se completa con una oración que la ordena: “salgan al barrio”; a su vez, toda la frase se enmarca en uno de los ángulos de la cruz que cuelga de la pared. Las cartas están echadas y ya nadie podrá marcarlas desde una astucia última capaz de decidir el destino de la jugada, en todo caso, esas cartas contienen algo de la ambigüedad de un presente complejo y dependerá de la capacidad de apropiación popular –haciendo lío o dócilmente– su posicionamiento ante formas de relación que hoy vuelven oscura la atmósfera.        
              

5.

Unos “nosotros” se tejen y destejen desde 2001. Esta vuelta (esta segunda vuelta) los “nosotros” se funden en un todo antimacrista en busca de una eficacia que bloquee al proyecto político que con menos tensiones internas encarna los intereses y estilos de vida de los ricos. En otro tiempo la UCD sólo podía imponer ministros y su eterno ministro y candidato a presidente, Alsogaray, llegó a decir que “la gente no los entendía”. Hoy se presenta una posibilidad neta de legitimación en las urnas de la visión más recalcitrante de la que somos capaces como país. Solo que el Pro no es la UCD. La incomprensión respecto de las teorías conservadoras de ayer se vuelve sobreentendido de hoy, o incluso decreto de la no necesariedad de comprensión alguna. Macri, contrariamente a su antecesor ideológico, no solo no se siente incomprendido –tampoco se siente “ideológico”–, sino que se sorprende gratamente ante un resultado electoral que supera las expectativas de su espacio político. Dice que viene para “ayudar”. Y a su proyecto lo ayudan tanto los ricos en sus distintas vertientes, como las micropolíticas reactivas que lentamente formaron autodefensas barriales, complicidades en el interior del discurso anticorrupción, una extendida conversación antipolítica, conductas parapoliciales y profundos deseos de adaptación y “normalización”: propiedad o muerte.  
Pero la dificultad del intento de bloqueo en el que nos embarcamos como en bote de inundado, pasa por la relación que sepamos conseguir con nuestro “mal menor”. Las posiciones que, en buena medida, acreditan en la opción del FPV van de la homologación sin más entre Scioli y el kirchnerismo, al peronismo de la reconciliación, pasando por ciclotimias hechas de narices tapadas y de entusiasmos vacíos o cementados dudosamente por la esperanza. Desde una posición crítica del kirchnerismo, mas no antikirchnerista, se puede afirmar sin temor que Scioli no es ‘militable’, y que el riesgo del voto fácil, es decir, el voto sin esfuerzo de pensamiento, autointerrogación y búsqueda de las propias zonas activas, pasa por quedarnos sin respuestas o siquiera sin fuerzas ante el parentesco efectivo de ese “mal menor” con el mal mayor en que podría convertirse tras una potencial victoria. Un afiche sensato, tal vez el único posible, que llame a votar a Scioli debería decir: “La Victoria del mal menor”. Llenar las urnas de esperanzas vacía nuestras posibilidades políticas, nos deja en sala de espera lidiando con revistas viejas. Pero la dificultad indica que tampoco un activismo voluntarista estaría a la altura de encarar la situación. Cuando ni el apuro ni la espera nos conforman sentimos que hay algo que hacer con el tiempo, es decir, que podría incluso no tratarse de “hacer”. Un tiempo para el pensamiento, una temporalidad de los recodos donde las amistades y fraternidades fortalecen, una interrogación sobre los procesos que nos anteceden, contienen e incomodan al mismo tiempo, un sinceramiento sobre lo que nos duele –antes de sorprendernos con los sinceramientos cínicos que vienen. Ante el hacer de la gestión y el de la militancia automática, nos queda nuestra comprensión y nuestras posibilidades reales de actuar. Ni la gestión del extremo relativismo ni la militancia de la verdad sacrificial, sino la actividad-actuación de una apuesta.


                
Ante el balotaje inminente

¿Había en tiempos de frondizismo dos “modelos” en pugna? ¿Los había en mayor medida que en el balotaje 2015? A diferencia de nuestras condiciones, puede sospecharse una composición social distinta, sobre todo por la mayor homogeneidad de la clase obrera en aquel momento y, en consecuencia, la importancia del rol del sindicalismo y la capacidad del peronismo para canalizar esas fuerzas sin la necesaria oposición de buena parte del sector industrial (un capitalismo nacional). Al mismo tiempo, una variable que, en todo caso, en nuestros días dejó lugar a otras sofisticaciones, es el perfil dictatorial de entonces dado, tanto por la capacidad real del ejército de tomar el Estado de facto, como por la predisposición de una porción importante de los sectores dominantes a imponer por la fuerza sus intereses. Es decir, que hoy día resulta más complicado afirmar la existencia de dos modelos encarnados, para colmo, en dos candidatos residuales del menemismo. Tanto sus propuestas cambiarias, como las medidas de corto plazo que anuncian o incluso lo que esconden a medias, presentan diferencias lo suficientemente superficiales como para dejar en ridículo cualquier mística militante a su alrededor. Esas medidas, actitudes y economicismos no fueron puestos en discusión, son el acuerdo tácito de los dos candidatos para organizar desde ese acotado horizonte sus ventajas diferenciales (del producto “candidato”). ¿Consenso ajustador? En todo caso, desde el punto de vista de los sectores populares, las pequeñas diferencias específicas, tanto a nivel ético-estético como de medidas gubernamentales posibles, de actitudes respecto de actividades territoriales y enlaces institucionales, o incluso de plazos devaluatorios (gradualismo/shock) deberán ser señaladas con máxima precisión y argumentos lo suficientemente sólidos como para sumarse a un estado de alerta poselectoral. ¿Estaría dispuesto el votante de Scioli a resistir un ajuste “gradual”? ¿Estaremos dispuestos todos quienes rechazamos de plano no solo el ajuste anunciado, sino la atmósfera putrefacta que propone Macri, a encontrarnos en una disputa que requerirá nuevas miradas y disposiciones del cuerpo?
¿Qué será de la enunciación simplificadora de la campaña actual si la llegada del Pro al ejecutivo nacional no provoca el derrumbe inmediato de “lo conquistado” y las variables más sonantes se mantienen impávidas ante el deterioro de los salarios y de la situación de precarizados y empobrecidos que viene dándose ya desde hace algunos años? El riesgo de quedarse sin argumentos ni legitimidad es muy alto, y con el pánico moral no alcanza. Ya no se trataría tanto del “mal menor” que, una vez en el poder, se acerca indefectible al mal mayor, sino del mal mayor que, una vez atravesado el umbral de la legitimidad electoral, se acerca al mal menor en busca de un mínimo de gobernabilidad y administra su cuota extra de “mal” al menor costo político posible. Cuál será ese costo tampoco lo sabemos.
Hipótesis: aun victorioso en las elecciones el espacio Pro, el problema del mal menor permanecerá entre las alternativas electorales. El mal menor no realizado trabajará sus opciones como peronismo en la oposición. El mapa político no es alentador: un kirchnerismo victimizado por la derrota, un peronismo pasando facturas y buscando una nueva consistencia (“peronismo moderno”) y un oficialismo macrista aprendiendo de tiempos políticos al compás de su plan pro empresarial. En ese sentido, el desafío para la diversidad de espacios populares (izquierdas, kirchnerismo, otros peronismos de base, socialdemócratas), intelectuales, sensibilidades libertarias, nuevas redes y permeabilidades varias, se mantendrá abierto. 


Cuadro odioso de ayer y hoy


Ayer                                                                                        Hoy
agotamiento del 17 de octubre
agotamiento de 2001
golpe militar, Constituyente fallidas, elecciones
avance securitista, represión policial, linchamientos, elecciones
mal menor Frondizi (para salir del golpe)
mal menor Scioli (para bloquear la legitimidad de la derecha pura y dura)
bloque dominante conformado por vieja oligarquía, nuevos industriales, inversores extranjeros, fuerzas militares, iglesia relativamente desprestigiada
panorama de captura y dominación del capital financiero, extranjerización de la riqueza, explotación exhaustiva de recursos estratégicos (agro, minería, agua),  medios de comunicación, Papa peronista
proceso de modernización industrial, afianzamiento de una burocracia sindical, emergencia del clasismo
sindicalismo fragmentado, impasse de los movimientos sociales, reconfiguración posfordista del universo laboral
encerrona del campo popular en el punto en que sus “sueños” coinciden con el sueño burgués; horizonte socialista como alternativa
subjetividad popular tramada por la serie subsidio-consumo-endeudamiento; activismos reticulares y nuevas solidaridades a ser inventadas (ante la ausencia de horizonte socialista a la antigua)


  

Ariel Pennisi


[1] Alejandro Horowicz. Los cuatro peronismos. Buenos Aires: Edhasa, 2005.
[2] Horacio González, “Fotocopias anilladas” en Horacio González, Eduardo Rinesi, Facundo Martínez, La nación subrepticia. Buenos Aires: ed. El Astillero, 1997. 
[3] Arturo Frondizi. La lucha antiimperialista. Buenos Aires: ed. Debate, 1955.
[4] León Rozitchner, “Un paso adelante, dos atrás”, revista Contorno, Buenos Aires, abril de 1959, p. 184. (Contorno, edición facsimilar, Buenos Aires: Biblioteca Nacional, 2007)
[5] Idem.
[6] Idem, p. 185.
[7] Idem.
[8] Idem.
[9] Idem.
[10] Perón, la revolución justicialista y Actualización política y doctrinaria para la toma del poder (1971/72).
[11] Idem.
[12] Idem.
[13] Es bien interesante la genealogía de “lo social” que practica Donzelot, donde el “bienestar” provisto por el Estado aparece como constitutivo de lo social mismo, en contraste con los regímenes conservadores a esa altura anticuados, tanto como con la acción de las fuerzas revolucionarias vista como “disolvente” desde el punto de vista del liberalismo político. El Estado social aparece, antes que como una vertiente posible de las repúblicas modernas, como una forma eficaz de gobierno. (Jacques Donzelot, La invención de lo social. Ensayo sobre el ocaso de las pasiones políticas. Buenos Aires: Nueva Visión, 2007).
[14] Las negritas pertenecen al original.

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