Participante:
Te voy siguiendo, salvo por una cuestión: ¿qué es eso de “imaginalización” que
cada tanto volvés a decir?[1]
Resultará claro partir del supuesto
representativo básico tal como lo expone uno de los más lúcidos abanderados de
la representación republicana: “El pueblo es quien tiene la última palabra.
Decimos bien pueblo y no gente, porque esta última categoría en tanto consumidora
de imágenes generadas por los animadores mediáticos y encuestas producidas por
especialistas, parece haber reemplazado al pueblo de ciudadanos concebido como
agente soberano de decisión.”[2]
O sea que la representación republicana
supone algo que ha dejado de haber: un pueblo de ciudadanos. La
imaginalización, en cambio, supone que el pueblo ha sido reemplazado por gente consumidora de imágenes. Lo
podemos comprobar cuando constatamos que también los políticos han devenido
“animadores mediáticos” (por ejemplo, manifiestamente, cuando Macri se pone a
bailar o cuando Kirchner invita a su helicóptero a los noteros de CQC; más
sutilmente, cuando opinan lo que las encuestas recomiendan y extraen su
legitimidad de ello).
Tampoco se comprueba, en nuestra historia
reciente, que la gente haya tenido “la última palabra”: nosotros habló
primero. Encima, no les habló a las encuestas. Si la representación
desviaba la lucha de clases de las calles a las urnas y, así, de la acción a la
esperanza, la imaginalización la desvía de las situaciones a las encuestas y,
así, de la construcción a la espera de satisfacción.
Sin pueblo y sin retiro al último lugar, la
representación es inviable. Con gente agitada que antes que nada impugnó y
afirmó, la imaginalización es lo recomendable.
Imaginalización es lo que hay cuando la
representación discursiva o ideológica agota su poder de obtención de consenso
y de producción de subjetividad. La representación tiene unos requisitos de
coherencia interna y adecuación externa que la hacen demasiado lenta y
estacionaria para la sociedad fluida. Si la representación requería discursos
disciplinares o ideologías políticas de construcción sistemática y progresiva,
las imágenes en cambio prescinden de articularse internamente. Cuando los
cambios sociales son muy recientes, cuando incluso siguen dándose, la dinámica
imaginal facilita el reconocimiento[3].
Digámoslo así: si la representación requiere ‘investigación’, a la
imaginalización le sobra con encuestas. Otra diferencia importante es que, si
la representación construye argumentos, la imaginalización performa
opiniones/cerrazones. Otra: mientras la representación se estructura alrededor
de un centro, la imaginalización prolifera sin estructura interna; así,
mientras la representación liga imágenes o palabras a lugares preestablecidos
que tienen entre ellos ligaduras también preestablecidas que predeterminan los
sentidos, asimilando cualquier novedad asimilable e invisibilizando o
reprimiendo las inasimilables, la imaginalización, por ser reticular y no
estructural así como por ser más videoclipera que cinematográfica –por
prescindir, por ejemplo, del principio de no-contradicción, del de identidad, o
de la continuidad, la deducción y la inducción narrativas, pudiendo a la vez
operar con cualquiera de aquellos y estas o con la simple sustitución sin
resto, teniendo como único requisito la visibilidad y la ‘circulabilidad’–, es
capaz de, a una velocidad inaudita, poner imágenes a casi cualquier cosa que
advenga. Mientras la representación produce y reproduce significados, la
imaginalización desparrama señales y passwords.[4]
Todas estas características hacen de la imaginalización una dinámica muy
adecuada para tiempos de crisis social permanente y ordenamientos precarios (o,
como les digo yo, ‘astitucionales’). Pues, allí donde la representación se ve
ya impotente de articular coherentemente, la imaginalización se muestra con
poder de conectar profusamente. La imaginalización, como debe producir imágenes
y palabras visibles y audibles, no desecha sino que aprovecha, y muy bien, las
imágenes de antaño, que de alguna manera (debidamente descafeinadas y
estilizadas) logran gran circulabilidad, por la facilidad con que se conectan y
circulan. Creo que la gran habilidad de Kirchner ha sido, allí donde hay una
sociedad compleja y de contornos difusos, sobreimprimirle una imagen de
sociedad antagónica y de una política bien definida en torno a divisorias
rotundas.
Así es que, mientras la representación se
presentaba como ideología o discurso, la imaginalización no se presenta como
una entidad específica, sino que puede dar la imagen de ser ideología,
discurso, ley, sentido común, o incluso la mismísima realidad (pues la
performa). Mientras la representación producía y reproducía una cosmovisión o
ideología, la imaginalización desparrama lo que llamaría un flujo de obviedad.
Mientras que la representación performaba una realidad a la que se adecuaba y
un sujeto al que convencía, la imaginalización performa una obviedad a la que
aspira y un deseo al que satisface. Mientras la ideología convencía, la
imaginalización seduce.
Historiadora:
Ahora entiendo por qué le decías chamuyo al discurso kirchnerista…
PH: Sí. Lo que es estratégico de
diferenciar representación e imaginalización, de subrayar el pasaje de
ideología a ‘chamuyo’ o flujo de obviedad, es que la subjetividad que así se
produce no queda instituida estable, sólidamente. Más bien, queda armada
precaria, fluidamente –y me refiero tanto a las formas individuales de la
subjetividad (el consumidor o el trabajador precarizado) como a las formas
partidarias y militantes (los “armados políticos” o las “corrientes”) como
también a las entelequias más abarcativas (“el modelo”, la cultura, la nación,
etc.).[5]
[Veremos la imaginalización operar en
distintas circunstancias: conflicto “del campo”, elecciones, etc.]
Opinador:
Yo, sin embargo, creo que los Kirchner sí han mostrado tener una ideología.
Ellos ven las cosas o blancas o negras y cualquier disenso es neoliberalismo,
derecha, golpismo… qué se yo.
PH: Lo que vienen mostrando son imágenes de
ideología. Digo que son imágenes porque caen en tan evidentes contradicciones
que sin duda ven innecesario evitarlas –y que el periodismo, también contradictorio
(porque es el gran agente de la imaginalización), se deleita denunciando. Por
ejemplo, cuando en las elecciones de 2007 el kirchnerismo, tan antimilitar él,
tuvo como una de sus listas colectoras a la de Aldo Rico en San Miguel. “En la
Argentina de los tiempos K… las alianzas forjadas antes de los comicios presidenciales
sorprenden hasta el límite de lo inimaginable… No importan los prontuarios de
los aliados de turno. Lo único que sirve
es sumar.”[6]
PH: Luego
tendremos oportunidad de ver las dicotomías reduccionistas o binarizaciones del
gobierno actual (por ejemplo, progresismo contra derecha) y relativizarlas. Si
planteo la pregunta por la institucionalidad es para ir más allá del debate
bizantino –en que nos pierden antikirchneristas y kirchneristas– entre
formalidad y pragmatismo y trabajar la pregunta por los procedimientos y
mecanismos a que el Estado contemporáneo puede recurrir para gobernar lo
social. El Jefe de Gabinete lo dijo así:
“En 2001 se
pusieron en riesgo 150 años de conducción política. No pueden volver a
suceder ese tipo de cosas.”[7]
El kirchnerismo dice que preocuparse por lo
institucional formal es “hacerle el juego a la derecha”. Digamos que temer
hacerle el juego a la derecha o al kirchnerismo es hacerle el juego a la
dominación. La estrategia es preguntar por los modos en que la clase política
logra que no vuelvan a suceder “ese tipo de cosas”. Es decir, no nos
preocuparemos por lo formal sino que nos ocupamos de la eficacia de las
prácticas gubernamentales. Es decir, de preguntar por los modos en que el
Estado actual impide o dificulta a los nosotros la exploración de posibles.
Se
presentará en La Casona de Flores, Morón 2453, el jueves 15 de setiembre a las 20.00
[1] Este es un extracto del libro El
Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo. El libro
tiene forma de conversación pues parte de la desgrabación de las clases del
Taller de historia argentina “Pensar nuestras crisis”.
[2] N. Botana, Hegemonía y poder.
[3] Aclaro que ese reconocimiento puede contener imágenes fijas y
móviles o palabras o sonidos o cualquier combinación de estos elementos; si los
llamo imaginales es porque nada requiere articularlos. Amplío en “Qué es una
imagen si no es representación”, www.pablohupert.com.ar.
[4] F. Berardi habla de “cadenas asociativas a-significantes”.
Lazzarato, de “semióticos a-significantes”.
[5] Otra forma de decirlo: “La ‘política de
la vida’ (en que quedan comprendidas la
‘Política’ con mayúsculas tanto como las relaciones interpersonales) tiende
a ser configurada a imagen y semejanza de los medios y de los objetos de
consumo” (Bauman, Vida líquida,
subrayado mío).
[6] Firmado por “A.B.”, “Qué rico sapo”. Veintitrés, 18/10/07, subrayado mío.
[7] Entrevistado por E. Talpone en Tiempo
Argentino, 27/2/11; subrayado mío.
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