martes, 24 de abril de 2012

Un intercambio


Hola Pablo:
 
Leí tu libro con suma atención, a veces releyendo párrafos y páginas enteras, porque me resultó muy didáctica tu aproximación al fenómeno K. Esa guía me permitió traducir el discurso de reasunción de la presidenta y entender algunos sucesos que se produjeron en los ocho años anteriores y los que se esperan a partir de ahora. 
Todo gira en torno a la gestión que asegura la gobernabilidad, en detrimento de las instituciones republicanas, y la resolución de conflictos, más allá de cuestiones formales, reafirman la imagen presidencial tan disminuida a raíz de los acontecimientos del 2001 junto a una poderosa red propagandística que no da tregua y que poco a poco se va a tornar opresiva.
Creo que esto podría ser un resumen de lo que entendí. Por supuesto, surgen muchos interrogantes, algunos de los cuales voy a plantear:
 
¿Kirchner asumió en 2003 con el propósito de gobernar como lo hizo o fue tomando decisiones sobre la marcha?

Respuesta: Un poco y un poco: lo seguro es que no tenía ningún plan paso-a-paso
 
¿Tenía conciencia de lo que llamás la “infrapolítica de los nosotros” y a partir de esta realidad diseñar un modo de administrar?

R: Sí, aunque no como la conceptualizo yo. Prat Gay cuenta que una vez desde la Rosada, K le mostró un piquete y le dijo "mire: yo estoy acá para que esa gente vuelva a su casa" y K sabía muy bien que esa gente no iba a volver ni a punta de pistola (como demostró 19-20) ni vía sindicalización estatizada como había echo el primer peronismo.

¿Fue él quien planificó y llevó a la práctica la gestión como método efectivo de satisfacer necesidades?

R: No, fue el mercado; la política ya lo había comenzado a incorporar, pero K lo multiplicó y expandió y lo convirtió en sistema de consenso y de obtención de gobernabilidad.
lo que intenta mostrar mi libro, como presupuesto general, es que los políticos no hacen lo que se les ocurre y mucho menos lo que planifican (que es la imagen que dan los periodistas sean oficialistas, opositores o independientes), sino que toman las condiciones de su circunstancia y las afrontan con los elementos que en su circunstancia andan sueltos; el modo como los articulan, junto a alguna que otra característica personal, sí puede llegar a ser original de ellos y esa articulación es lo que conforma su perfil de gobierno.

¿Creés que en algún momento se pueda volver a la institucionalidad tradicional o tantos años haciendo caso omiso de ella ya la han dejado obsoleta y fuera de servicio?

R: Imposible que vuelva; por eso hablo de un Estado posnacional, justamente.

¿Pensás que como consecuencia de algunas desviaciones del plan original –cancelación de los subsidios, aumento de tarifas, techo para las paritarias- pueda aparecer nuevamente el fantasma del “nosotros” y en ese caso con menos argumentos –menos caja- la presidenta volverá por los fueros tradicionales?

R: En el verano se vio que el fantasma nunca desapareció, aunque sí se transformó, entre 2003 y hoy: Famatina, por ej., los docentes, etc., etc.
También se viene viendo que el gobierno necesita satisfacer a todos con menos recursos que antes, lo cual es muy difícil sin poder recurrir a la represión abierta; igual, se viene desarrollando (que no planificando) una represión también posnacional: tercerización, provincialización del uso de la fuerza (Formosa, Neuquén, Salta), patotas (Sta Cruz, FFCC, etc.), chicaneo mediático (678, Tiempo Argentino, etc. etc.), ahogo presupuestario (lo denunciaron radios independientes riojanas y seguro no son las únicas), listas negras privadas (como las confeccionadas por las mineras en La Rioja), sicarios privados (como en Sgo del Estero), judicialización de la protesta, difamación mediática, gatillo fácil, etc., a lo que se suma la ley antiterrorista (que ya se aplicó a 25 antimineros catamarqueños), el proyecto X, el uso de gendarmería en los conurbanos, entre otras.

Para terminar, no quiero aburrirte, este enfrentamiento con Moyano ¿te parece teatro o hay algo cierto de trasfondo?
R: No lo sé, pero tenemos que aprender a pensar los teatros como ciertos, pues vivimos la era del espectáculo. lo que me parece es que Cristina está buscando la mayor lealtad posible en sus adláteres y ya no solo en su "mesa chica"
 
A propósito, en una parte del libro escribís que el proyecto K es volver al punto en que fue interrumpida la experiencia Cámpora que dio comienzo a la etapa Dictadura-neoliberalismo.
R: No digo eso; digo algo que es casi lo opuesto: que aunque imaginalmente pregonan  volver al punto en que fue interrumpida la experiencia Cámpora que dio comienzo a la etapa Dictadura-neoliberalismo en realidad son un movimiento que incorpora en sus prácticas todo lo que ocurrió luego de 1976, tanto en lo que hace a técnicas de gobierno (que incluye técnicas mediáticas) como a trato con los de abajo (que incluye co-gestión de lo social con los nosotros extraestatales).

 Con ese retorno al pasado vuelve también el antagonismo Montoneros-CGT, una de las columnas del desastre que vino a posteriori. Los neomontoneros actuales son funcionarios con sueldos de novela y no como sus predecesores que, a mi juicio, equivocados en la metodología, estaban dispuestos a jugarse la vida por su ideología. Entonces, ¿hasta dónde puede llegar esta pugna? Mi temor es que alguien, en algún momento, uno que sea mas papista que el papa, vaya más allá de las palabras y se le escape un tiro. Lo cual sería una tragedia. 
R: Yo no lo veo probable, pero tal vez yo no sepa leer lo cierto de ese teatro :)

Aunque el discurso K parecería calentar el ambiente en esa dirección. En este sentido, Cristina me resulta un poco más decidida que Néstor.
 
Como ves, el mérito de un libro es dejar inconclusas las respuestas y provocar nuevas preguntas. Mérito, por supuesto, todo tuyo.
Un abrazo
 
Pablo F.

lunes, 30 de enero de 2012

Amigos para pensar la vida

por Sebastián Stavisky

Los amigos hoy más que nunca sirven para pensar la vida

En una de las primeras páginas de un libro amigo del libro de Pablo que, a su vez, me regaló un amigo, dice algo así como que los amigos hoy más que nunca sirven para pensar la vida. Creo la palabra amigo es una de las palabras más hermosas que hay.  Es maravilloso el modo en que la usan los nenes para referirse a un otro, al que muchas veces no llaman por su nombre, tal vez porque incluso ni lo saben, porque lo acaban de conocer y aún no le preguntan cómo te llamás, pero ya lo reconocen como amigo. ¿Querés ser mi amigo?, le preguntan a veces. Otras, ni siquiera hace falta. Algo similar sucede con otros no tan nenes –si es que ser nene sea una cuestión de recorte etario y no simplemente, como la amistad, una forma de vida- que, en el reconocimiento de un modo de ser en común, se dicen entre sí amigo.
Una de las potencias de la palabra amigo es que, a mi entender, no carga con oposición. A diferencia de lo que ciertos usos de la filosofía política aún sostienen, el enemigo no es la antinomia del amigo, no es el anti-amigo. El anti es otra cosa. El anti es el que no quiere ser amigo, el que no se engancha, el que no se copa. Pero no por ello se ubica en las antípodas del amigo. Antes que ello, se vuelve indiferente. En el libro de Pablo hay un apartado muy lindo que habla justamente sobre la dinámica actual de los movimientos sociales como una dinámica de amigo/indiferente. Con el enemigo –si vale el juego de palabras- la cosa es muy diferente. El enemigo no puede ser indiferente. No pasa desapercibido. La intensidad del vínculo que une a dos enemigos sólo es comparable con la que une a dos amigos. Con los amigos todo, con los anti nada, contra los enemigos la muerte. Pero un anti, un indiferente, incluso un desconocido, no puede convertirse así como así en enemigo. Un amigo, como decía, puede ser amigo a primera vista. Un enemigo no. Al enemigo es necesario antes conocerlo. Saber su nombre, conocer sus mañas, sus vínculos, sus costumbres, sus traiciones. Y sólo se puede conocer tanto así a alguien habiendo sido antes su amigo. Habiendo sido su amigo hasta que, en algún momento, aquella amistad se haya roto por medio de una traición. El enemigo es el amigo que traiciona. No el que no se copó, el que se cortó. Con el que se corta la intensidad de los vínculos se diluye. Con el enemigo se mantiene, quizás incluso se fortalece, aunque de un modo muy distinto al que era. No de un modo opuesto, sino tan sólo diferente.
En un ensayo de la antropóloga Mary Douglas, la autora trabaja con el uso que suele hacerse de las metáforas en ciertos discursos y encuentra su fundamento en, lo que propongo llamar, una política de la similitud. Si nos apresuramos un poco, podríamos decir que la conclusión del ensayo es que la similitud es una farsa, no existe. La similitud no es una cualidad intrínseca de los objetos. Dos objetos nunca son esencialmente similares entre sí. El que una ballena sea similar a una vaca más que a un tiburón ballena depende de las categorías con que pensamos a la ballena y a la vaca en cuanto mamíferos, y al tiburón ballena en cuanto pez. Ahora, si utilizáramos otra categoría, bien podríamos sostener que una ballena y una vaca no son para nada similares, o que una ballena es mucho más similar a un tiburón ballena –por el modo en que se nominan, por el ambiente que habitan- que a una vaca. Al igual que la metáfora, la representación contiene a una política de la similitud como fundamento. Cuando decimos que alguien nos representa estamos diciendo que pensamos de modo parecido, que su palabra es similar a la nuestra. Pero la representación va un paso más allá. No mantiene la similitud entre dos objetos, entre los que aún se abre cierta distancia pues el hecho de que sean similares no implica que sean idénticos. La representación es, en este sentido, mucho más violenta que la similitud en cuanto borra la distancia y, con ella, los objetos mismos. Identifica uno con el otro y, a partir de allí, ya no hay más dos objetos sino apenas uno. Ya no hay más dos palabras sino apenas una.
Realizar una crítica a la similitud es, al mismo tiempo, realizar una apología de la diferencia. Creo ésta es una de las cosas más lindas que tiene el libro de Pablo. Que marca una diferencia. Una diferencia que está abierta. En una de las presentaciones del libro, uno de los invitados decía que el libro de Pablo es un boceto. Lejos de molestarse por el comentario, creo debería tomarlo como uno de los mayores halagos que le hayan hecho pues implica que el libro es coherente con aquello que propone, un pensamiento que abre, una diferencia que no cierra. Y qué difícil es pensar la diferencia. Requiere despojarnos de las categorías no sólo con que pensamos sino, incluso, con que percibimos. Despojarnos como un andrajoso para descubrir nuevamente el mundo como un niño. Olvidarnos de lo aprendido. Saborear la inmanencia. Tantear las cosas. Caminar a tientas. Ensayar cada paso. Escribir bocetos. Como diría Paolo Virno, hacer que lo familiar devenga extraño. Siniestro. Es como la amistad, que no tiene un contrato previo que la estipule, que la dicte. Dos amigos no son similares, son comunes. Y la amistad entre ellos está siempre en juego. En cualquier momento puede romperse. Puede alguno convertirse en un anti y dejar que el vínculo se diluya o, incluso, traicionar y convertirse en enemigo para luego, quizás, quién sabe, volver a ser amigo. Porque si las traiciones no se perdonan, es mentira que no se olvidan.
Desde que el movimiento de los indignados se convirtió por aquí en producto mediático, rápidamente asistimos a toda una serie de comparaciones con el 2001. Allí hay algo similar a lo que ocurrió aquí, nos decían las imágenes. En uno de los programas de 678, luego de mostrar un informe sobre el 15M, uno de los panelistas se preguntaba –porque él nunca pregunta, siempre fiel a su muletilla me pregunto- si en algún país de Europa asomaba el nombre de algún líder capaz de traer un poco de orden al caos que el movimiento expresaba, tal como aquí hubo sucedido –supuesto que no estaba en cuestión, los supuestos no se preguntan- con Néstor Kirchner. Lo interesante, a mi entender, de la anécdota, es el modo en que el nombre Kirchner fue convertido en aquella operación discursiva en una categoría con la cual pensar cualquier movimiento, cualquier salida del conflicto, cualquier superación del caos. Representante universal y concreto del supuesto retorno del Estado.
Algo similar ocurrió cuando en la presentación al libro de Pablo a que hacía referencia, aquel mismo que hablaba de bocetos, trazando una suerte de tradición mortuoria para la ocasión, comparaba a los pibes de Crogmanon con los del bombardeo del ´55 a Plaza de Mayo. Y es que, si la muerte es irrepresentable, no sucede lo mismo con los muertos. La ausencia de su palabra abre paso a que cualquiera pueda decir lo que quiera sobre ellos. Cualquiera hable en su nombre. Y qué fácil es. Otro de los conceptos que aquí componen máquina de aplanamiento junto a la similitud y la representación es el de la tradición. Que suena tan parecido a traición. ¿Es posible trazar una tradición de los muertos? O, mejor aún, ¿es posible comparar muertos? ¿Compararlos sin traicionarlos, sin volver a matarlos quitándoles su nombre, dejándoles consigo apenas la categoría de muertos? Y como resistencia contra tal violencia post mortem, en este régimen de imaginalización como le llama Pablo, pareciera que lo único que nos queda son las imágenes. Los únicos nombres de los muertos que hoy se recuerdan son los que portan imagen, los que tienen foto. A Darío y Maxi nadie los olvida. Pero los nombres del 19 y 20, ¿quién los recuerda? Mariano Ferreyra, su nombre, su imagen, están bien presentes. ¿Y los del Indoamericano, que además de no tener foto llevan apellido extranjero? Estoy seguro que, dentro de poco, si no lo hicimos ya, nos olvidaremos también de quién fue Cristian Ferreyra. O lo confundiremos con Mariano y acabaremos pensando que no son dos sino uno. Y no santiagueño sino de Avellaneda. Por ello sería prudente que, si queremos que luego de muertos no se olviden de nuestros nombres, revolvamos el cajón de las fotos y dejemos a mano una en que hayamos salido bien parecidos –en lo posible no cuatro por cuatro, pues ellas nos remiten a muertes otras. O inventemos modos alternativos de activar la memoria. Sin necesidad de recurrir a cualidades fotogénicas –que, por lo demás, seamos sinceros, no todos las tenemos-, pensemos qué hacer para que después de que sepultureros entierren el cuerpo de un amigo, no caigan detrás otros adalides de cementerio a querer enterrar también el nombre de nuestros muertos.


jueves, 5 de enero de 2012

Las continuaciones de 2001

Versión completa de la entrevista publicada en Cruz del Sur el 21/12/2011


-En el libro señalás que está la creencia de que el 2001 no sirvió para nada, de que “no echó a nadie”. Y advertís que en realidad gestó una transformación del Estado que debía cambiar, porque la relación representativa del Estado con la sociedad se había tornado “inviable”. ¿Qué fue lo que transformó ese 2001 y qué quedó de ese estímulo de transformación?
-2001 transformó, cuanto menos, a la clase política, al Estado argentino y a los mismos nosotros (o movimientos infrapolíticos) que lo protagonizaron. La clase política se encontró con, digámoslo así, la fuerza de los de abajo, ahora capaz de voltear gobiernos y servirle de contrapeso a las exigencias del capital transnacional; ahora podía abandonar la genuflexión, lo cual explica el pasaje de Néstor de menemista a progresista y confrontativo. Debemos imaginar el armado kirchnerista como surfista que para subirse a una gran ola debe dejarse llevar por ella y que finalmente aparece como liderándola pero que además puede –a diferencia de los surfistas reales– limitarla, reencauzarla, contenerla.
El Estado, por su parte, debió desarrollar técnicas de gobierno nuevas que le permitieran ponerse en relación con una sociedad sustancialmente distinta a la nacional: compuesta de consumidores más que de ciudadanos; movilizada en colectivos autónomos (como las asambleas, los piquetes y las empresas recuperadas) y no en partidos o sindicatos. La gobernabilidad de una sociedad así no se asegura “interpretando la voluntad popular” sino “resolviendo los problemas de la gente”, o sea, no representando sino gestionando, no argumentando sino seduciendo, no mandando sino satisfaciendo.
Pero la transformación más importante es la nuestra, la de los nosotros: tiene mil tonalidades, pero en breve aprendimos formas nuevas de compartir los problemas y las tareas, sin bajadas de línea (se difunden las asambleas), y modos no-institucionales de organización (proliferan los colectivos), y también modos nuevos de relación con el Estado: ya no delegándole todo, ya no fiándonos del funcionario sino confiando en nosotros. La carta a los políticos de Giros de Rosario es clarísima: “Esto que venimos a decirle es lo que vamos a hacer. Podemos hacerlo con usted, si tiene la voluntad política, y también podemos hacerlo solos.”
-Señalás que el “que se vayan todos” se alzó como una consigna de autonomía y no de enfrentamiento.
-Sí. Ni de guerra ni de resistencia ni de reclamo. A la vez que impugnaba a la clase política, “que se vayan todos” potenciaba a los nosotros como instituyentes. El enunciado “negativo” conllevaba una práctica constructiva. A la desolación neoliberal se la trabajó con colectivos, con avecindamiento y piquete, y no con Estado. La práctica de que se vayan todos decía “que venga nosotros” (y no “que venga el Estado”). Este plus práctico es el que los relatos mediáticos y estatales nos impiden ver, separándonos de la potencia nuestra. Las condiciones sociales contemporáneas (lazos precarios, consumismo, desolación, etc.) contribuyen a dificultar que el individuo vea el plus colectivo del sujeto 2001, por supuesto, pero desde el punto de vista político, la invisibilización es producto del régimen kirchnerista (que, por lo demás, alienta, con su desarrollismo, el desarrollo de esas condiciones sociales).
-Vos decís que el kirchnerismo es un hijo directo del 2001, una especie de “alfonsinismo con vigor sexual”. ¿Cuál fue la clave kirchnerista para interpretar el momento?
-Fueron muchas, pero la principal tal vez se resuma en: hay que reinventar el pacto de dominación. El manejo de Kirchner fue poner “que vuelva el Estado” donde decíamos “que venga nosotros”, y eso se lo agradece también la derecha. El nuevo arreglo debía asumir tres condiciones: imposibilidad de reprimir (recurso que había llevado a abreviar su mandato a Duhalde), imposibilidad de hacer ajustes (que había precipitado el final de De La Rúa) e imposibilidad de representar (planteada por la irrupción de los nosotros). Todo esto obligaba a satisfacer, aunque fuera parcialmente, las demandas que pudieran amenazar la gobernabilidad (y no las que no). A esa satisfacción hoy se la llama inclusión.
-Decís que el kirchnerismo ancló su atención en la infrapolítica. ¿En qué se reconstituyó esa infrapolítica hoy? Por ejemplo, cierto sector del movimiento piquetero.
 -En micropolítica, que, como decía, no es siempre integración institucional ni pérdida de la autonomía, salvo en ese sector que señalás. Por otro, no todos los colectivos son como Giros, por supuesto, pero la diferencia cualitativa es que hoy la micropolítica debe estar pendiente de lo que hace la macro, que ahora es ineludible y hasta parece de confianza.
¿El Estado posnacional empieza a perder el “pos” en la nueva gestión de Cristina?
-Al contrario, se consolida como megadispositivo de dominación social en tiempos de globalización. Si no vuelve el ciudadano (el que tenía derechos y obligaciones) y permanece el consumidor (que tiene solo derechos), no puede volver el Estado-nación. Vivimos en un híperindividualismo de masas. El Estado actual no es un crisol como el nacional, no funde lo heterogéneo. El Estado une por vía de la imagen lo que dispersa con sus prácticas de gobierno.
Por lo demás, las técnicas de gobierno kirchneristas (punteraje, represión tercerizada, espectáculos populares, redistribución selectiva, transversalidad) se expanden al resto de las fuerzas. En este sentido, el macrismo no se quedó en los ’90: parece un kirchnerismo de derecha, bien del presente. El Estado posnacional se consolida porque las prácticas de gobierno, en algún momento distintivas del kirchnerismo, quedan a disposición de cualquier actor estatal.
¿Con la ocupación de la plaza cercana a Wall Street y los indignados y la crisis financiera internacional estamos ante un 2001 global?
-Disculpá, pero esa es una analogía fácil de las que inhibe el pensamiento colectivo y favorece la dominación. Tal vez la analogía sea muy didáctica para explicar el costado económico de la crisis, pero boicotea la posibilidad de hacer un aprendizaje político de los movimientos de indignados. El gobierno dice “miren qué mal que está Europa que no aprende de nosotros”, como forma de legitimarse. La inoculación estatal del miedo (particularmente del miedo a la pobreza) evita la cooperación social. Justamente esto es lo que exploran los indignados. Sztulwark dice que “no se plantean tanto el problema del gobierno como el de la participación política post-representativa. No advertir que el movimiento de los indignados trabaja sobre problemas que nos son comunes sería una pérdida de oportunidad política.” No están haciendo un 2001 sino un 2011; están capitalizando lo que hicimos en 2001 y 2002 para llevarlo más allá. Ir más allá es lo que queremos aprender los que buscamos la creación y no la conservación.