miércoles, 21 de septiembre de 2011

De la coyuntura a la situación

De la coyuntura a la situación. De la noticia a la experiencia.

¿Cómo hablar del presente sin quedar pegados a la coyuntura y perderse en sus laberintos? La cuestión es pasar de la coyuntura a nuestra situación, ir más allá de la coyuntura para encontrar la situación en la que estamos, ir más allá de la noticia y encontrar la experiencia que estamos haciendo.
No buscamos dar cuenta de las incoherencias o los zigzagueos del gobierno, tampoco de los conflictos entre el gobierno y sus adversarios, sino mostrar esas incoherencias, esos conflictos, esos zigzagueos como índices de la modalidad de funcionamiento de un tipo de Estado que ha debido forjarse luego de la crisis de 2001. Buscamos no quedar pegados al cotilleo cotidiano al que alientan los medios, en el que sin duda colabora el mismo gobierno, y llegar a ver el marco, las bandas entre las que se mueven la política contemporánea, el cotilleo mediático, el conflicto llamado político. Ni siquiera se trata de dar cuenta de un reparto de poder, de un “quién es quién en la Argentina”, para explicar por ejemplo por qué de repente Moyano salió en defensa de Venegas, el de la UATRE, cuando lo procesaron. Es decir, no se trata de dar cuenta de todas las sorpresas que el noticiero cotidiano nos puede brindar sino de las tendencias que la macropolítica ha llegado a consolidar luego del pasaje por el Estado de la Dictadura, del menemismo y de que se vayan todos.
El conjunto de esas tendencias es lo que llamamos 'posnacional', un concepto que nos permite tanto despegarnos de los pronósticos y las sorpresas, como de las indignaciones y las esperanzas que permiten desbrozar el terreno y habitar la situación, para detectar dónde podemos operar, pensar, habitar, hacer, protagonizar. La búsqueda es dejar de ser los analistas políticos en los que nos hemos convertidos al leer los medios y opinar y opinar, dejar de ser consumidores y ser los demócratas radicales y desocupados trabajadores en que nos hemos convertido al recuperar fábricas, al hacer asambleas, al practicar que se vayan todos: al componer nosotros.
El concepto de posnacional es un concepto en construcción. A medida que el estado posnacional se despliega y se construye, quiere caracterizar una época de la política argentina para abrir el paso a un sujeto autónomo, que necesariamente no será el mismo que fue en otra época de la política argentina –por mucho que el gobierno actual agite héroes y fantasmas del pasado. Quiere así abrirle paso a una mirada y a una actividad más situacional, un pensamiento más mordiente de lo real, un pensamiento más pensamiento, es decir, configurante, activo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Mirar hacia arriba o mirarnos

por Sergio Lesbegueris

 

El libro de Pablo Hupert nos muestra de manera lúcida las mutaciones sutiles pero fundamentales que han ocurrido sobre todo a partir de los últimos 10 años, y nos enfrenta con nuestras propias cegueras y dificultades perceptivas para poder “ver” de manera compleja este momento, donde la simplificación binaria se ha instalado entre los “anti” y los “pro”.

La irrupción del “nosotros” dosmilunero, marca un punto de inflexión no solo en las políticas neoliberales, sino también en las formas tradicionales de gestión de lo “estatal”, a partir de ahora insoslayable, imposible de “ningunear”, y los Kirchner han aprendido esa lección.

Dicen los psicoanalistas que hay dos formas de no ver al otro (o al “nosotros”), una es abandonándolo (tal puede ser la metáfora de los noventa) y otra es sobreprotegiéndolo (como metáfora del actual estado pos-nacional, tal como lo define Pablo).

Una nueva manera de desoír el “nosotros” se da en la actualidad mediante la gestión casi obsesiva de esas multiplicidades pos-representacionales, reconfiguradas en un entorno “imaginal”.

La operación es sutil pero eficaz, hemos vuelto a mirar para arriba, y en esa operación hemos descuidado el mirarnos (el mirarnos a “nosotros”).

Lo difícil, lo extremadamente difícil, es no intentar ver este momento con las gafas del viejo modelo representacional (o Estatal-Nacional, al decir de Pablo), asumiendo que hemos sido formados para percibir desde esa lógica, y también por qué no, la añoramos, no tanto por deseada sino por conocida en un tiempo de una gran desorientación y fragilidad existencial.

La sutileza de la operación de Pablo es la de percibir en esa añoranza un mecanismo de dominación tenue, no por vía repositiva tout court, sino por vía de las imágenes que nos referencian hacia allí, imágenes del pasado, pero con dispositivos novedosos de captura de esas multiplicidades irrepresentables, casi artesanales y por qué no, obsesivas por el control del desborde siempre a la vuelta de la esquina.

Si el fantasma del “nosotros” es parte impostergable de la agenda estatal posnacional, la construcción de “imágenes del presente” se nos impone al nosotros como manera de eludir esos cantos de sirena que intentan diluir esas potencias multi-expresivas indóciles que emergieron hace ya 10 años.

 

 

viernes, 9 de septiembre de 2011

Un comentario

por  Ricardo Cuasnicú

Los análisis que constituyen lo medular de este libro nos permiten acceder a algunas de las notas más claras del fenómeno kirchnerista, en tanto destaca algunos de sus logros interpretándolos como neutralizaciones de un impulso liberador que vuelve a irrumpir a fines del 2001.
Como señalan sus prologuistas su intención más conspicua es “hacer justicia” a ése impulso, sin embargo, a mi entender también queda al desnudo la impotencia de un poder que reclama lo imposible, más allá de las reminiscencias románticas del 68.
Uno de los grandes aciertos del ensayo ha sido levantar la noción de imaginario o, más precisamente, imaginal, como consustancial a la gestión postestatal del kirchnerismo que posibilita las identificaciones multitudinarias con las que gobierna y gana elecciones.
El autor se posiciona en sus análisis más allá del binarismo que caracteriza al kirchnerismo, en “la desconfianza y el rechazo de los valores” estatales y mercantiles, en una zona neutra que reclama para sí lo positivo sin dejar de operar negativamente sobre la apatía, la despolitización, el individualismo que se le achacan a toda neutralidad.
Su posición enfrenta la “parcialidad subjetiva” que señala en “el gesto noble del militante”, al que no interpreta como voluntad de afirmación de una tradición sino como mera mistificación del pasado, situándose así en una parcialidad objetiva propia del historiador del “nosotros”.
Como señalan los prologuistas la posición subjetiva del autor es del que desconfía de lo consolidado y de lo meramente posible, ya que presuponen un sentido derivado del mito y la tradición, como si lo simbólico admitiera la exclusión de su articulación con lo imaginario.
En mi lectura destaco la importancia del desarrollo que se hace de algunas categorías indispensables como posnacional, imaginal, infrapolítico, no-representable, porque permiten una nueva lectura sobre el acontecer en tiempos de revueltas y normalizaciones como el que vivimos.
Una de las tesis centrales que Hupert sostiene es que el “Nosotros” es la condición de posibilidad de lo político y no el Estado o la política, condición que es la fuerza positiva de lo destituyente o, dicho de otro modo, “la potencia del no-poder (destituyente-creativo) del acontecimiento”, en el supuesto que acordemos que el 2011 “es” un acontecimiento.
El Nosotros como condición de lo político implica que no se ocupa de problemas “naturalmente estatales” sino colectivos y autónomos, en cuanto sitúa lo social, lo micropolítico, en oposición a la figura impar del Estado, cuyo objeto no es el mero gobernar o gestionar sino el distinguir antagonismos en medio de la guerra civil mundial.
Una categoría a destacar es la de no-representable, que presenta la devaluación de la representación como delegación, mediación o referencia.
No-representable es lo autonómico, lo autogestionario, lo colectivo o, lo que es igual, lo que surge de la sociedad como promesa de posibilidades infinitas de configuraciones o, al decir de Cerdeiras, “de nuevas políticas emancipatorias”, que esperan ulteriores aclaraciones.
Los prologuistas han remarcado sus deseos de un análisis historico laico, profano y ateo como el que ejecuta Pablo en este sustancioso y belicoso libro; y han dejado del lado opuesto, del lado estatal-kirchnerista lo afectivo, lo místico, lo militante, lo mítico y tradicional, como emblemas de un pensamiento y una postura decidida de dominación subjetiva.
El pormenorizado y exhaustivo análisis de las políticas kirchneristas tiene por objetivo la recuperación de la potencia del Nosotros para que el discurso gubernamental no pueda anular las políticas de lo no-representable, que encarnaban  las Madres, las Asambleas y los Colectivos Autónomos, sin perjuicio de que las Madres son defensoras a ultranza del kirchnerismo.
Todos los desarrollos del libro intentan fundamentar la acusación de neutralización del despliegue de la potencia del Nosotros mediante un rol benefactor o neo desarrollista. 
Por eso señala acertadamente que el presidente Kirchner fue quien puso en boca de la multitud cuáles eran sus deseos, destacando que multitud es diferente que ciudadanía.  Sin embargo, la potencia del Nosotros pretende decir cuáles son los deseos liberadores que subyacen en lo destituyente.
Para un kirchnerista, como es mi caso, uno de los méritos del  libro reside en algunas de las premisas que postula y desarrolla, aún sin acordar en las consecuencias.
Las puntos que destaca como características de la política de Kirchner son básicamente “la plasticidad, la permeabilidad, la mutación, la fluidez, la improvisación”, el inacabamiento y la receptividad de lo otro, que son los rasgos permanentes del hombre de Estado, del estadista.
Sin embargo son muchas las notas críticas que formula, por ejemplo, continuar con el mismo patrón de acumulación y sometimiento al capital trasnacional, asegurar los medios para que se perpetúen los medios de vida de los políticos, cooptar a los sectores no-representables para asegurar la gobernabilidad, etc.
En fin, un intenso y logrado trabajo, un lúcido y controversial análisis que encenderá la polémica y el debate de ideas.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Perfil del autor

Pablo Hupert nació en Buenos Aires en 1972. Es historiador, ensayista, docente. Obtuvo el primer premio y publicación en el Concurso de Ensayo AMIA 2004 “Qué significa ser judío hoy”. Escribió con Ignacio Lewkowicz y Andrés Pezzola un libro que permanece inédito, La Toma. Agotamiento y fundación de la universidad pública. Coordina grupos de estudio y elaboración, escribe y ha publicado diversos artículos en medios gráficos y digitales, así como capítulos de diferentes libros. Mantiene una profusa actividad de escritura que publica en www.pablohupert.com.ar. Aspira a pensar la constitución subjetiva en las evanescentes condiciones contemporáneas. Como historiador, lo hace leyendo las prácticas sociales.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un resumen posible

Hay tres caricaturas sobre el régimen político que comenzó en 2003 en Argentina. Este libro evita las tres.
La primera caricatura lo presenta como una reparación del sentido de justicia y de los sueños de los jóvenes sobre los que cayó el terrorismo dictatorial y el neoliberal. La segunda caricatura lo denuncia como un autoritarismo mal encubierto que lleva a la sociedad por los caminos de las enemistades que desde siempre habrían impedido la consolidación de la democracia argentina. La tercera dice que el kirchnerismo es una recomposición del sistema burgués para seguir explotando a la clase obrera.
Restauración es el común denominador de las tres caricaturas. Las tres asumen ingenuamente lo que este régimen político quiere hacer creer: que 2001 no hizo mella en el sistema político argentino, que el Estado-nación argentino sigue incólume, como si el pos-neoliberalismo no fuera lo que pudo continuar del neoliberalismo luego de 2001.
Hupert muestra hasta qué punto 2001 y sus múltiples continuaciones han afectado el funcionamiento mismo del gobierno de Argentina.
Bienvenidos al Estado donde ya estábamos y no nos animábamos a pensar. Pasen y vean el Estado posnacional.

viernes, 2 de septiembre de 2011

La imaginalización como recurso de gobernabilidad post-2001


Participante: Te voy siguiendo, salvo por una cuestión: ¿qué es eso de “imaginalización” que cada tanto volvés a decir?[1]
PH: La noción es necesaria para caracterizar el Estado posnacional.
Resultará claro partir del supuesto representativo básico tal como lo expone uno de los más lúcidos abanderados de la representación republicana: “El pueblo es quien tiene la última palabra. Decimos bien pueblo y no gente, porque esta última categoría en tanto consumidora de imágenes generadas por los animadores mediáticos y encuestas producidas por especialistas, parece haber reemplazado al pueblo de ciudadanos concebido como agente soberano de decisión.”[2]
O sea que la representación republicana supone algo que ha dejado de haber: un pueblo de ciudadanos. La imaginalización, en cambio, supone que el pueblo ha sido reemplazado por gente consumidora de imágenes. Lo podemos comprobar cuando constatamos que también los políticos han devenido “animadores mediáticos” (por ejemplo, manifiestamente, cuando Macri se pone a bailar o cuando Kirchner invita a su helicóptero a los noteros de CQC; más sutilmente, cuando opinan lo que las encuestas recomiendan y extraen su legitimidad de ello).
Tampoco se comprueba, en nuestra historia reciente, que la gente haya tenido “la última palabra”: nosotros habló primero. Encima, no les habló a las encuestas. Si la representación desviaba la lucha de clases de las calles a las urnas y, así, de la acción a la esperanza, la imaginalización la desvía de las situaciones a las encuestas y, así, de la construcción a la espera de satisfacción.
Sin pueblo y sin retiro al último lugar, la representación es inviable. Con gente agitada que antes que nada impugnó y afirmó, la imaginalización es lo recomendable.
Imaginalización es lo que hay cuando la representación discursiva o ideológica agota su poder de obtención de consenso y de producción de subjetividad. La representación tiene unos requisitos de coherencia interna y adecuación externa que la hacen demasiado lenta y estacionaria para la sociedad fluida. Si la representación requería discursos disciplinares o ideologías políticas de construcción sistemática y progresiva, las imágenes en cambio prescinden de articularse internamente. Cuando los cambios sociales son muy recientes, cuando incluso siguen dándose, la dinámica imaginal facilita el reconocimiento[3]. Digámoslo así: si la representación requiere ‘investigación’, a la imaginalización le sobra con encuestas. Otra diferencia importante es que, si la representación construye argumentos, la imaginalización performa opiniones/cerrazones. Otra: mientras la representación se estructura alrededor de un centro, la imaginalización prolifera sin estructura interna; así, mientras la representación liga imágenes o palabras a lugares preestablecidos que tienen entre ellos ligaduras también preestablecidas que predeterminan los sentidos, asimilando cualquier novedad asimilable e invisibilizando o reprimiendo las inasimilables, la imaginalización, por ser reticular y no estructural así como por ser más videoclipera que cinematográfica ­–por prescindir, por ejemplo, del principio de no-contradicción, del de identidad, o de la continuidad, la deducción y la inducción narrativas, pudiendo a la vez operar con cualquiera de aquellos y estas o con la simple sustitución sin resto, teniendo como único requisito la visibilidad y la ‘circulabilidad’–, es capaz de, a una velocidad inaudita, poner imágenes a casi cualquier cosa que advenga. Mientras la representación produce y reproduce significados, la imaginalización desparrama señales y passwords.[4] Todas estas características hacen de la imaginalización una dinámica muy adecuada para tiempos de crisis social permanente y ordenamientos precarios (o, como les digo yo, ‘astitucionales’). Pues, allí donde la representación se ve ya impotente de articular coherentemente, la imaginalización se muestra con poder de conectar profusamente. La imaginalización, como debe producir imágenes y palabras visibles y audibles, no desecha sino que aprovecha, y muy bien, las imágenes de antaño, que de alguna manera (debidamente descafeinadas y estilizadas) logran gran circulabilidad, por la facilidad con que se conectan y circulan. Creo que la gran habilidad de Kirchner ha sido, allí donde hay una sociedad compleja y de contornos difusos, sobreimprimirle una imagen de sociedad antagónica y de una política bien definida en torno a divisorias rotundas.
Así es que, mientras la representación se presentaba como ideología o discurso, la imaginalización no se presenta como una entidad específica, sino que puede dar la imagen de ser ideología, discurso, ley, sentido común, o incluso la mismísima realidad (pues la performa). Mientras la representación producía y reproducía una cosmovisión o ideología, la imaginalización desparrama lo que llamaría un flujo de obviedad. Mientras que la representación performaba una realidad a la que se adecuaba y un sujeto al que convencía, la imaginalización performa una obviedad a la que aspira y un deseo al que satisface. Mientras la ideología convencía, la imaginalización seduce.
Historiadora: Ahora entiendo por qué le decías chamuyo al discurso kirchnerista…
PH: Sí. Lo que es estratégico de diferenciar representación e imaginalización, de subrayar el pasaje de ideología a ‘chamuyo’ o flujo de obviedad, es que la subjetividad que así se produce no queda instituida estable, sólidamente. Más bien, queda armada precaria, fluidamente –y me refiero tanto a las formas individuales de la subjetividad (el consumidor o el trabajador precarizado) como a las formas partidarias y militantes (los “armados políticos” o las “corrientes”) como también a las entelequias más abarcativas (“el modelo”, la cultura, la nación, etc.).[5]
[Veremos la imaginalización operar en distintas circunstancias: conflicto “del campo”, elecciones, etc.]
Opinador: Yo, sin embargo, creo que los Kirchner sí han mostrado tener una ideología. Ellos ven las cosas o blancas o negras y cualquier disenso es neoliberalismo, derecha, golpismo… qué se yo.
PH: Lo que vienen mostrando son imágenes de ideología. Digo que son imágenes porque caen en tan evidentes contradicciones que sin duda ven innecesario evitarlas –y que el periodismo, también contradictorio (porque es el gran agente de la imaginalización), se deleita denunciando. Por ejemplo, cuando en las elecciones de 2007 el kirchnerismo, tan antimilitar él, tuvo como una de sus listas colectoras a la de Aldo Rico en San Miguel. “En la Argentina de los tiempos K… las alianzas forjadas antes de los comicios presidenciales sorprenden hasta el límite de lo inimaginable… No importan los prontuarios de los aliados de turno. Lo único que sirve es sumar.”[6]
[…]
PH: Luego tendremos oportunidad de ver las dicotomías reduccionistas o binarizaciones del gobierno actual (por ejemplo, progresismo contra derecha) y relativizarlas. Si planteo la pregunta por la institucionalidad es para ir más allá del debate bizantino –en que nos pierden antikirchneristas y kirchneristas– entre formalidad y pragmatismo y trabajar la pregunta por los procedimientos y mecanismos a que el Estado contemporáneo puede recurrir para gobernar lo social. El Jefe de Gabinete lo dijo así:
“En 2001 se pusieron en riesgo 150 años de conducción política. No pueden volver a suceder ese tipo de cosas.”[7]
El kirchnerismo dice que preocuparse por lo institucional formal es “hacerle el juego a la derecha”. Digamos que temer hacerle el juego a la derecha o al kirchnerismo es hacerle el juego a la dominación. La estrategia es preguntar por los modos en que la clase política logra que no vuelvan a suceder “ese tipo de cosas”. Es decir, no nos preocuparemos por lo formal sino que nos ocupamos de la eficacia de las prácticas gubernamentales. Es decir, de preguntar por los modos en que el Estado actual impide o dificulta a los nosotros la exploración de posibles.


Se presentará en La Casona de Flores, Morón 2453, el jueves 15 de setiembre a las 20.00


[1] Este es un extracto del libro El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo. El libro tiene forma de conversación pues parte de la desgrabación de las clases del Taller de historia argentina “Pensar nuestras crisis”.
[2] N. Botana, Hegemonía y poder.
[3] Aclaro que ese reconocimiento puede contener imágenes fijas y móviles o palabras o sonidos o cualquier combinación de estos elementos; si los llamo imaginales es porque nada requiere articularlos. Amplío en “Qué es una imagen si no es representación”, www.pablohupert.com.ar.
[4] F. Berardi habla de “cadenas asociativas a-significantes”. Lazzarato, de “semióticos a-significantes”.
[5] Otra forma de decirlo: “La ‘política de la vida’ (en que quedan comprendidas la ‘Política’ con mayúsculas tanto como las relaciones interpersonales) tiende a ser configurada a imagen y semejanza de los medios y de los objetos de consumo” (Bauman, Vida líquida, subrayado mío).
[6] Firmado por “A.B.”, “Qué rico sapo”. Veintitrés, 18/10/07, subrayado mío.
[7] Entrevistado por E. Talpone en Tiempo Argentino, 27/2/11; subrayado mío.