viernes, 2 de diciembre de 2011

2001: un retrovirus

Versión completa de la entrevista publicada en Noticias Urbanas el 24/11/11
-Planteás que el 2001 afectó la política y lo sigue haciendo, ¿en qué la sigue afectando?
-Es una gran incógnita. La pretensión estatal (digo: tanto la del kirchnerismo como la del antikirchnerismo, incluidos los medios de comunicación) es que no la afecta en nada. La pretensión oficial es que fue un infierno que ya pasó. Ahora solo quedaría esperar ver cómo Cristina “profundiza” y nos acerca al cielo, o, a lo sumo, temer ver cómo la calamidad vuelve de la mano de una corrida cambiaria o de la crisis económica internacional. En un caso o en otro (digo: tanto con expectativas optimistas como pesimistas), se nos invita a una posición expectante. Es como si nos dijeran “sigan ustedes consumiendo a rolete y trabajando a destajo, ocúpense de sus propias vidas individuales, que de todo lo que tiene que ver con vivir juntos se ocupará Cristina”. Pues bien: si terminamos de creernos eso –lo cual veo, afortunadamente, muy lejano–, entonces 2001 dejará de afectar la gran política.
2001 fue un momento en que vivir individualmente se hacía imposible si no se lo hacía con otros. Lo que llamamos 2001 no es una fecha y no es solamente una crisis. 2001 es un principio activo y virósico: los más diversos colectivos sociales asumiendo los problemas que plantea el vivir juntos sin esperar que el Estado los resuelva, sea en la forma de empresas recuperadas en (Zanón, 2001, Brukman, 2002) sea en la forma de piquetes (Tartagal, 1999), puebladas (Cutral-co, 1996), escraches (HIJOS, 1993) y rondas (Madres, 1977), asambleas (ciudades capitales, 2002, Gualeguaychú, 2006, etc., etc.), entre muchos otros. Un principio instituyente que, como un fermento, leuda, organiza y produce, y como un retrovirus, muta.
Ahora bien, estamos en una época en la que, al parecer, el Estado resuelve todo, incluso lo que no resuelve. Pero si el Estado actual (tanto en su versión kirchnerista como macrista) se ha organizado para satisfacer casi cualquier demanda (desde alimenticia hasta internética, desde habitacional hasta securitaria), si busca siempre satisfacer a los votantes, eso no lo hace con el objetivo que declara sino para asegurar la gobernabilidad. 2001 mostró que la gobernabilidad podía ser jaqueada por las organizaciones colectivas extra-estatales (lo que yo llamo la infrapolítica o los nosotros) y colapsar. El Estado posnacional es justamente la reorganización de la política estatal en función de lo político extra-estatal. Esto explica el alto grado de “informalidad” del aparataje kirchnerista, pero también el de los gobiernos nacional o capitalino.
-En 2001, según tu relato, se agota el ya corrompido Estado-nación neoliberal y en 2003 comienza el Estado posnacional, ¿qué sucede entre 2001 y 2003?
-Son fechas de referencia, no más. Si bien diciembre de 2001 es claramente un quiebre, la arquitectura de un aparato estatal que pueda gobernar sobre esa pluralidad de colectivos no se consuma el día de la asunción de Kirchner. En 2002, Duhalde había dado importantes pasos en ese sentido, que luego fueron premisa de “el modelo” K: tipo de cambio alto, planes asistenciales, énfasis en la economía extractiva y las retenciones. Pero también Duhalde ofreció un pifie que sería básico para Kirchner: la masacre de Avellaneda, que obligó a Duhalde a adelantar las elecciones y a Néstor a evitar la represión abierta de los conflictos sociales. 2002 fue un año donde todo podía pasar, y “que se vayan todos” era un enunciado cuyo sentido, aun abierto, dependía del antagonismo entre la clase política y los colectivos dosmiluneros o extra-políticos. Hoy, en cambio, el Estado, con ayuda por supuesto de los medios, ha logrado que ese enunciado no signifique nada constructivo y, muchas veces, que nosotros mismos olvidemos todo lo que podíamos hacer convocándonos con él. Hoy necesitamos otro.
-La forma de "Estado posnacional", ¿es la definitiva o cuál puede sucederle?
-Nada es definitivo en la historia, y menos en tiempos de tanta precariedad como estos. Pero que quede claro: la precariedad no es “culpa” de ningún gobierno en particular sino un rasgo del funcionamiento actual del capitalismo; también a este rasgo se adapta el Estado posnacional con su alto grado de informalidad y repentización.
-Planteás una tercera visión, más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, es algo que suele suceder después de varios años de superada la coyuntura, ¿cómo fue pensar el proceso kirchnerista mientras éste se continúa desarrollando?
-No ha sido fácil: cada nuevo suceso obligaba a reescribir varios conceptos del libro. Sin embargo, la dificultad principal no estriba en que se continúe desarrollando el proceso en cuestión sino en que los medios de comunicación y los políticos siguen cacareando sobre el proceso, recubriéndolo de imágenes inútiles para pensarlo (o mejor dicho: útiles para no pensarlo). Esas imágenes ponen el énfasis de toda la cuestión social en las discusiones de los políticos y las medidas de los gobiernos, invisibilizando la potencia colectiva nuestra de hacer sociedad. Del mismo modo, ponen toda la cuestión en las coyunturas y nos evitan ver las tendencias profundas que informan cualquier actividad. Una y otra invisibilización hacen que veamos todo “más acá” de kirchnerismo y antikirchnerismo. Los historiadores podemos distinguir entre épocas –por ejemplo, entre el pasado y el presente, que comenzó en 2001 y no en 2003. Como historiador, quise aportar a ver más allá de lo que el Estado y los medios visibilizan.
-¿En 2011 los gobiernos siguen siendo destituibles como en 2001?
-No parece (y en el mundo de hoy, ser y parecer son muy difíciles de distinguir). Un dato crucial: desde 1999, la suma de votos blancos y ausentes nunca bajaba del 30-32%; en cambio, el 23/10 no llegó al 26%. Si digo que Néstor y Cristina han sido estadistas, constructores de un Estado posnacional, es porque lograron que la mirada y la expectativa social vuelvan a posarse en el Estado (o más bien en los funcionarios) y que a eso se lo llame política. Aun así, me preguntaste qué sigue después: durar y obtener votos no son sinónimos de institucionalidad sólida (como la del Estado-nación, que, mal que mal, rigió más de un siglo).

lunes, 21 de noviembre de 2011

El Estado de las cosas


Desde que murió Néstor Kirchner salieron varios libros sobre la era política signada por su nombre con "ismo"; el de Beatriz Sarlo, el de Horacio González, el de J.P. Feinman y en buena medida el último de Caparrós, por nombrar algunos. Este, primer libro publicado de Hupert, historiador porteño nacido en 1972, probablemente sea el mejor. Exento de oscurantismos expresivos (que elitizan el pensamiento), salvado de la agenda mediática, alejado de rencillas binarias estériles, no busca criticar ni defender; busca comprender. No resuelve "el dilema del kirchnerismo" (ni los obstáculos para su profundización, ni él mismo como obstáculo para los contras), sino que lo enmarca -como ocupante en principio contingente- en una lectura de la mutación en la naturaleza del Estado, con un hito de condicionamientos populares en 2001, y una capacidad "creativa" y de "aprendizaje político" para, en los años siguientes, modificarse, sobrevivir y reproducirse –ahí sí el kirchnerismo perfila como nombre singular.
Hupert es un historiador sin vínculo con la universidad, aunque escribió un libro inédito sobre la toma de Filosofía y Letras de mayo del 99 junto al antropólogo Andrés Pezzola y al también historiador Ignacio Lewkowicz, cuyo pensamiento y obra (Sucesos Argentinos, o el fundamental Pensar sin Estado) sitúan el punto de partida de El Estado posnacional. No solo a nivel conceptual y de narración histórica, sino también de la política práctica del historiador, como oficio que estudia no tanto el pasado, sino –con el pasado como taller- el cambio, y la distinción del presente. Es una dimensión ética, porque implica totalmente a quien estudia en lo que piensa; la colección editorial inaugurada por Hupert se llama Pie de los hechos, que -dice en solapa- "no hace biblioteca, edita lo que se piensa ignorando".
Hupert no tiene vida académica; tampoco mediática. La foto de solapa –sonrisa escuálida y simpática, un ojo mucho menos abierto que el otro, nariz y orejas que dan judaísmo al nerd humanista posando junto a su colección VHS de Cosmos y las Grandes Obras del Pensamiento Universal- invita a pensar en algún tipo de freak, mas o menos encerrado, que coordina un taller, desde 2007, en el que basa el libro, manteniendo el registro conversacional, y elabora una red de nociones para pensar ateamente al Estado que se acabó pero en realidad no, que volvió pero reinventándose, que toma como reconstrucción propia los valores impuestos por la "infrapolítica" de una sociedad movilizada. Ciento veinte paginas de aire fresco para las inquietudes que quedan fuera de la verdad dicótomica de la época, con una apuesta nunca del todo clara pero a la que se le va despejando el terreno: la "política del nosotros".

viernes, 7 de octubre de 2011

El libro en la radio

  • En el blog de Los Ludditas (Domingos de 11 a 13 por FM La Tribu 88.7) escriben: El libro de Pablo "nos cuenta sobre las formas de pensar el 2001 más allá del discurso oficialista que niega todo lo constructivo que tuvo ese proceso y del discurso antikirchnerista que es un pedido de mayor institucionalidad." Entrevista aquí
  • Conversación con Ciudad Clinamen en FM La Tribu (Natalia Gennero, Diego Skliar, Diego Stulwark y Pablo Hupert): Hay un afuera de k y anti-k. Un 28,5% no votó en las Primarias. ¿Hay política más allá de k y anti-k? ¿Volvió el Estado-nación? ¿Volvió el ciudadano? ¿Se fue 2001? Entrevista aquí

miércoles, 21 de septiembre de 2011

De la coyuntura a la situación

De la coyuntura a la situación. De la noticia a la experiencia.

¿Cómo hablar del presente sin quedar pegados a la coyuntura y perderse en sus laberintos? La cuestión es pasar de la coyuntura a nuestra situación, ir más allá de la coyuntura para encontrar la situación en la que estamos, ir más allá de la noticia y encontrar la experiencia que estamos haciendo.
No buscamos dar cuenta de las incoherencias o los zigzagueos del gobierno, tampoco de los conflictos entre el gobierno y sus adversarios, sino mostrar esas incoherencias, esos conflictos, esos zigzagueos como índices de la modalidad de funcionamiento de un tipo de Estado que ha debido forjarse luego de la crisis de 2001. Buscamos no quedar pegados al cotilleo cotidiano al que alientan los medios, en el que sin duda colabora el mismo gobierno, y llegar a ver el marco, las bandas entre las que se mueven la política contemporánea, el cotilleo mediático, el conflicto llamado político. Ni siquiera se trata de dar cuenta de un reparto de poder, de un “quién es quién en la Argentina”, para explicar por ejemplo por qué de repente Moyano salió en defensa de Venegas, el de la UATRE, cuando lo procesaron. Es decir, no se trata de dar cuenta de todas las sorpresas que el noticiero cotidiano nos puede brindar sino de las tendencias que la macropolítica ha llegado a consolidar luego del pasaje por el Estado de la Dictadura, del menemismo y de que se vayan todos.
El conjunto de esas tendencias es lo que llamamos 'posnacional', un concepto que nos permite tanto despegarnos de los pronósticos y las sorpresas, como de las indignaciones y las esperanzas que permiten desbrozar el terreno y habitar la situación, para detectar dónde podemos operar, pensar, habitar, hacer, protagonizar. La búsqueda es dejar de ser los analistas políticos en los que nos hemos convertidos al leer los medios y opinar y opinar, dejar de ser consumidores y ser los demócratas radicales y desocupados trabajadores en que nos hemos convertido al recuperar fábricas, al hacer asambleas, al practicar que se vayan todos: al componer nosotros.
El concepto de posnacional es un concepto en construcción. A medida que el estado posnacional se despliega y se construye, quiere caracterizar una época de la política argentina para abrir el paso a un sujeto autónomo, que necesariamente no será el mismo que fue en otra época de la política argentina –por mucho que el gobierno actual agite héroes y fantasmas del pasado. Quiere así abrirle paso a una mirada y a una actividad más situacional, un pensamiento más mordiente de lo real, un pensamiento más pensamiento, es decir, configurante, activo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Mirar hacia arriba o mirarnos

por Sergio Lesbegueris

 

El libro de Pablo Hupert nos muestra de manera lúcida las mutaciones sutiles pero fundamentales que han ocurrido sobre todo a partir de los últimos 10 años, y nos enfrenta con nuestras propias cegueras y dificultades perceptivas para poder “ver” de manera compleja este momento, donde la simplificación binaria se ha instalado entre los “anti” y los “pro”.

La irrupción del “nosotros” dosmilunero, marca un punto de inflexión no solo en las políticas neoliberales, sino también en las formas tradicionales de gestión de lo “estatal”, a partir de ahora insoslayable, imposible de “ningunear”, y los Kirchner han aprendido esa lección.

Dicen los psicoanalistas que hay dos formas de no ver al otro (o al “nosotros”), una es abandonándolo (tal puede ser la metáfora de los noventa) y otra es sobreprotegiéndolo (como metáfora del actual estado pos-nacional, tal como lo define Pablo).

Una nueva manera de desoír el “nosotros” se da en la actualidad mediante la gestión casi obsesiva de esas multiplicidades pos-representacionales, reconfiguradas en un entorno “imaginal”.

La operación es sutil pero eficaz, hemos vuelto a mirar para arriba, y en esa operación hemos descuidado el mirarnos (el mirarnos a “nosotros”).

Lo difícil, lo extremadamente difícil, es no intentar ver este momento con las gafas del viejo modelo representacional (o Estatal-Nacional, al decir de Pablo), asumiendo que hemos sido formados para percibir desde esa lógica, y también por qué no, la añoramos, no tanto por deseada sino por conocida en un tiempo de una gran desorientación y fragilidad existencial.

La sutileza de la operación de Pablo es la de percibir en esa añoranza un mecanismo de dominación tenue, no por vía repositiva tout court, sino por vía de las imágenes que nos referencian hacia allí, imágenes del pasado, pero con dispositivos novedosos de captura de esas multiplicidades irrepresentables, casi artesanales y por qué no, obsesivas por el control del desborde siempre a la vuelta de la esquina.

Si el fantasma del “nosotros” es parte impostergable de la agenda estatal posnacional, la construcción de “imágenes del presente” se nos impone al nosotros como manera de eludir esos cantos de sirena que intentan diluir esas potencias multi-expresivas indóciles que emergieron hace ya 10 años.

 

 

viernes, 9 de septiembre de 2011

Un comentario

por  Ricardo Cuasnicú

Los análisis que constituyen lo medular de este libro nos permiten acceder a algunas de las notas más claras del fenómeno kirchnerista, en tanto destaca algunos de sus logros interpretándolos como neutralizaciones de un impulso liberador que vuelve a irrumpir a fines del 2001.
Como señalan sus prologuistas su intención más conspicua es “hacer justicia” a ése impulso, sin embargo, a mi entender también queda al desnudo la impotencia de un poder que reclama lo imposible, más allá de las reminiscencias románticas del 68.
Uno de los grandes aciertos del ensayo ha sido levantar la noción de imaginario o, más precisamente, imaginal, como consustancial a la gestión postestatal del kirchnerismo que posibilita las identificaciones multitudinarias con las que gobierna y gana elecciones.
El autor se posiciona en sus análisis más allá del binarismo que caracteriza al kirchnerismo, en “la desconfianza y el rechazo de los valores” estatales y mercantiles, en una zona neutra que reclama para sí lo positivo sin dejar de operar negativamente sobre la apatía, la despolitización, el individualismo que se le achacan a toda neutralidad.
Su posición enfrenta la “parcialidad subjetiva” que señala en “el gesto noble del militante”, al que no interpreta como voluntad de afirmación de una tradición sino como mera mistificación del pasado, situándose así en una parcialidad objetiva propia del historiador del “nosotros”.
Como señalan los prologuistas la posición subjetiva del autor es del que desconfía de lo consolidado y de lo meramente posible, ya que presuponen un sentido derivado del mito y la tradición, como si lo simbólico admitiera la exclusión de su articulación con lo imaginario.
En mi lectura destaco la importancia del desarrollo que se hace de algunas categorías indispensables como posnacional, imaginal, infrapolítico, no-representable, porque permiten una nueva lectura sobre el acontecer en tiempos de revueltas y normalizaciones como el que vivimos.
Una de las tesis centrales que Hupert sostiene es que el “Nosotros” es la condición de posibilidad de lo político y no el Estado o la política, condición que es la fuerza positiva de lo destituyente o, dicho de otro modo, “la potencia del no-poder (destituyente-creativo) del acontecimiento”, en el supuesto que acordemos que el 2011 “es” un acontecimiento.
El Nosotros como condición de lo político implica que no se ocupa de problemas “naturalmente estatales” sino colectivos y autónomos, en cuanto sitúa lo social, lo micropolítico, en oposición a la figura impar del Estado, cuyo objeto no es el mero gobernar o gestionar sino el distinguir antagonismos en medio de la guerra civil mundial.
Una categoría a destacar es la de no-representable, que presenta la devaluación de la representación como delegación, mediación o referencia.
No-representable es lo autonómico, lo autogestionario, lo colectivo o, lo que es igual, lo que surge de la sociedad como promesa de posibilidades infinitas de configuraciones o, al decir de Cerdeiras, “de nuevas políticas emancipatorias”, que esperan ulteriores aclaraciones.
Los prologuistas han remarcado sus deseos de un análisis historico laico, profano y ateo como el que ejecuta Pablo en este sustancioso y belicoso libro; y han dejado del lado opuesto, del lado estatal-kirchnerista lo afectivo, lo místico, lo militante, lo mítico y tradicional, como emblemas de un pensamiento y una postura decidida de dominación subjetiva.
El pormenorizado y exhaustivo análisis de las políticas kirchneristas tiene por objetivo la recuperación de la potencia del Nosotros para que el discurso gubernamental no pueda anular las políticas de lo no-representable, que encarnaban  las Madres, las Asambleas y los Colectivos Autónomos, sin perjuicio de que las Madres son defensoras a ultranza del kirchnerismo.
Todos los desarrollos del libro intentan fundamentar la acusación de neutralización del despliegue de la potencia del Nosotros mediante un rol benefactor o neo desarrollista. 
Por eso señala acertadamente que el presidente Kirchner fue quien puso en boca de la multitud cuáles eran sus deseos, destacando que multitud es diferente que ciudadanía.  Sin embargo, la potencia del Nosotros pretende decir cuáles son los deseos liberadores que subyacen en lo destituyente.
Para un kirchnerista, como es mi caso, uno de los méritos del  libro reside en algunas de las premisas que postula y desarrolla, aún sin acordar en las consecuencias.
Las puntos que destaca como características de la política de Kirchner son básicamente “la plasticidad, la permeabilidad, la mutación, la fluidez, la improvisación”, el inacabamiento y la receptividad de lo otro, que son los rasgos permanentes del hombre de Estado, del estadista.
Sin embargo son muchas las notas críticas que formula, por ejemplo, continuar con el mismo patrón de acumulación y sometimiento al capital trasnacional, asegurar los medios para que se perpetúen los medios de vida de los políticos, cooptar a los sectores no-representables para asegurar la gobernabilidad, etc.
En fin, un intenso y logrado trabajo, un lúcido y controversial análisis que encenderá la polémica y el debate de ideas.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Perfil del autor

Pablo Hupert nació en Buenos Aires en 1972. Es historiador, ensayista, docente. Obtuvo el primer premio y publicación en el Concurso de Ensayo AMIA 2004 “Qué significa ser judío hoy”. Escribió con Ignacio Lewkowicz y Andrés Pezzola un libro que permanece inédito, La Toma. Agotamiento y fundación de la universidad pública. Coordina grupos de estudio y elaboración, escribe y ha publicado diversos artículos en medios gráficos y digitales, así como capítulos de diferentes libros. Mantiene una profusa actividad de escritura que publica en www.pablohupert.com.ar. Aspira a pensar la constitución subjetiva en las evanescentes condiciones contemporáneas. Como historiador, lo hace leyendo las prácticas sociales.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un resumen posible

Hay tres caricaturas sobre el régimen político que comenzó en 2003 en Argentina. Este libro evita las tres.
La primera caricatura lo presenta como una reparación del sentido de justicia y de los sueños de los jóvenes sobre los que cayó el terrorismo dictatorial y el neoliberal. La segunda caricatura lo denuncia como un autoritarismo mal encubierto que lleva a la sociedad por los caminos de las enemistades que desde siempre habrían impedido la consolidación de la democracia argentina. La tercera dice que el kirchnerismo es una recomposición del sistema burgués para seguir explotando a la clase obrera.
Restauración es el común denominador de las tres caricaturas. Las tres asumen ingenuamente lo que este régimen político quiere hacer creer: que 2001 no hizo mella en el sistema político argentino, que el Estado-nación argentino sigue incólume, como si el pos-neoliberalismo no fuera lo que pudo continuar del neoliberalismo luego de 2001.
Hupert muestra hasta qué punto 2001 y sus múltiples continuaciones han afectado el funcionamiento mismo del gobierno de Argentina.
Bienvenidos al Estado donde ya estábamos y no nos animábamos a pensar. Pasen y vean el Estado posnacional.

viernes, 2 de septiembre de 2011

La imaginalización como recurso de gobernabilidad post-2001


Participante: Te voy siguiendo, salvo por una cuestión: ¿qué es eso de “imaginalización” que cada tanto volvés a decir?[1]
PH: La noción es necesaria para caracterizar el Estado posnacional.
Resultará claro partir del supuesto representativo básico tal como lo expone uno de los más lúcidos abanderados de la representación republicana: “El pueblo es quien tiene la última palabra. Decimos bien pueblo y no gente, porque esta última categoría en tanto consumidora de imágenes generadas por los animadores mediáticos y encuestas producidas por especialistas, parece haber reemplazado al pueblo de ciudadanos concebido como agente soberano de decisión.”[2]
O sea que la representación republicana supone algo que ha dejado de haber: un pueblo de ciudadanos. La imaginalización, en cambio, supone que el pueblo ha sido reemplazado por gente consumidora de imágenes. Lo podemos comprobar cuando constatamos que también los políticos han devenido “animadores mediáticos” (por ejemplo, manifiestamente, cuando Macri se pone a bailar o cuando Kirchner invita a su helicóptero a los noteros de CQC; más sutilmente, cuando opinan lo que las encuestas recomiendan y extraen su legitimidad de ello).
Tampoco se comprueba, en nuestra historia reciente, que la gente haya tenido “la última palabra”: nosotros habló primero. Encima, no les habló a las encuestas. Si la representación desviaba la lucha de clases de las calles a las urnas y, así, de la acción a la esperanza, la imaginalización la desvía de las situaciones a las encuestas y, así, de la construcción a la espera de satisfacción.
Sin pueblo y sin retiro al último lugar, la representación es inviable. Con gente agitada que antes que nada impugnó y afirmó, la imaginalización es lo recomendable.
Imaginalización es lo que hay cuando la representación discursiva o ideológica agota su poder de obtención de consenso y de producción de subjetividad. La representación tiene unos requisitos de coherencia interna y adecuación externa que la hacen demasiado lenta y estacionaria para la sociedad fluida. Si la representación requería discursos disciplinares o ideologías políticas de construcción sistemática y progresiva, las imágenes en cambio prescinden de articularse internamente. Cuando los cambios sociales son muy recientes, cuando incluso siguen dándose, la dinámica imaginal facilita el reconocimiento[3]. Digámoslo así: si la representación requiere ‘investigación’, a la imaginalización le sobra con encuestas. Otra diferencia importante es que, si la representación construye argumentos, la imaginalización performa opiniones/cerrazones. Otra: mientras la representación se estructura alrededor de un centro, la imaginalización prolifera sin estructura interna; así, mientras la representación liga imágenes o palabras a lugares preestablecidos que tienen entre ellos ligaduras también preestablecidas que predeterminan los sentidos, asimilando cualquier novedad asimilable e invisibilizando o reprimiendo las inasimilables, la imaginalización, por ser reticular y no estructural así como por ser más videoclipera que cinematográfica ­–por prescindir, por ejemplo, del principio de no-contradicción, del de identidad, o de la continuidad, la deducción y la inducción narrativas, pudiendo a la vez operar con cualquiera de aquellos y estas o con la simple sustitución sin resto, teniendo como único requisito la visibilidad y la ‘circulabilidad’–, es capaz de, a una velocidad inaudita, poner imágenes a casi cualquier cosa que advenga. Mientras la representación produce y reproduce significados, la imaginalización desparrama señales y passwords.[4] Todas estas características hacen de la imaginalización una dinámica muy adecuada para tiempos de crisis social permanente y ordenamientos precarios (o, como les digo yo, ‘astitucionales’). Pues, allí donde la representación se ve ya impotente de articular coherentemente, la imaginalización se muestra con poder de conectar profusamente. La imaginalización, como debe producir imágenes y palabras visibles y audibles, no desecha sino que aprovecha, y muy bien, las imágenes de antaño, que de alguna manera (debidamente descafeinadas y estilizadas) logran gran circulabilidad, por la facilidad con que se conectan y circulan. Creo que la gran habilidad de Kirchner ha sido, allí donde hay una sociedad compleja y de contornos difusos, sobreimprimirle una imagen de sociedad antagónica y de una política bien definida en torno a divisorias rotundas.
Así es que, mientras la representación se presentaba como ideología o discurso, la imaginalización no se presenta como una entidad específica, sino que puede dar la imagen de ser ideología, discurso, ley, sentido común, o incluso la mismísima realidad (pues la performa). Mientras la representación producía y reproducía una cosmovisión o ideología, la imaginalización desparrama lo que llamaría un flujo de obviedad. Mientras que la representación performaba una realidad a la que se adecuaba y un sujeto al que convencía, la imaginalización performa una obviedad a la que aspira y un deseo al que satisface. Mientras la ideología convencía, la imaginalización seduce.
Historiadora: Ahora entiendo por qué le decías chamuyo al discurso kirchnerista…
PH: Sí. Lo que es estratégico de diferenciar representación e imaginalización, de subrayar el pasaje de ideología a ‘chamuyo’ o flujo de obviedad, es que la subjetividad que así se produce no queda instituida estable, sólidamente. Más bien, queda armada precaria, fluidamente –y me refiero tanto a las formas individuales de la subjetividad (el consumidor o el trabajador precarizado) como a las formas partidarias y militantes (los “armados políticos” o las “corrientes”) como también a las entelequias más abarcativas (“el modelo”, la cultura, la nación, etc.).[5]
[Veremos la imaginalización operar en distintas circunstancias: conflicto “del campo”, elecciones, etc.]
Opinador: Yo, sin embargo, creo que los Kirchner sí han mostrado tener una ideología. Ellos ven las cosas o blancas o negras y cualquier disenso es neoliberalismo, derecha, golpismo… qué se yo.
PH: Lo que vienen mostrando son imágenes de ideología. Digo que son imágenes porque caen en tan evidentes contradicciones que sin duda ven innecesario evitarlas –y que el periodismo, también contradictorio (porque es el gran agente de la imaginalización), se deleita denunciando. Por ejemplo, cuando en las elecciones de 2007 el kirchnerismo, tan antimilitar él, tuvo como una de sus listas colectoras a la de Aldo Rico en San Miguel. “En la Argentina de los tiempos K… las alianzas forjadas antes de los comicios presidenciales sorprenden hasta el límite de lo inimaginable… No importan los prontuarios de los aliados de turno. Lo único que sirve es sumar.”[6]
[…]
PH: Luego tendremos oportunidad de ver las dicotomías reduccionistas o binarizaciones del gobierno actual (por ejemplo, progresismo contra derecha) y relativizarlas. Si planteo la pregunta por la institucionalidad es para ir más allá del debate bizantino –en que nos pierden antikirchneristas y kirchneristas– entre formalidad y pragmatismo y trabajar la pregunta por los procedimientos y mecanismos a que el Estado contemporáneo puede recurrir para gobernar lo social. El Jefe de Gabinete lo dijo así:
“En 2001 se pusieron en riesgo 150 años de conducción política. No pueden volver a suceder ese tipo de cosas.”[7]
El kirchnerismo dice que preocuparse por lo institucional formal es “hacerle el juego a la derecha”. Digamos que temer hacerle el juego a la derecha o al kirchnerismo es hacerle el juego a la dominación. La estrategia es preguntar por los modos en que la clase política logra que no vuelvan a suceder “ese tipo de cosas”. Es decir, no nos preocuparemos por lo formal sino que nos ocupamos de la eficacia de las prácticas gubernamentales. Es decir, de preguntar por los modos en que el Estado actual impide o dificulta a los nosotros la exploración de posibles.


Se presentará en La Casona de Flores, Morón 2453, el jueves 15 de setiembre a las 20.00


[1] Este es un extracto del libro El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo. El libro tiene forma de conversación pues parte de la desgrabación de las clases del Taller de historia argentina “Pensar nuestras crisis”.
[2] N. Botana, Hegemonía y poder.
[3] Aclaro que ese reconocimiento puede contener imágenes fijas y móviles o palabras o sonidos o cualquier combinación de estos elementos; si los llamo imaginales es porque nada requiere articularlos. Amplío en “Qué es una imagen si no es representación”, www.pablohupert.com.ar.
[4] F. Berardi habla de “cadenas asociativas a-significantes”. Lazzarato, de “semióticos a-significantes”.
[5] Otra forma de decirlo: “La ‘política de la vida’ (en que quedan comprendidas la ‘Política’ con mayúsculas tanto como las relaciones interpersonales) tiende a ser configurada a imagen y semejanza de los medios y de los objetos de consumo” (Bauman, Vida líquida, subrayado mío).
[6] Firmado por “A.B.”, “Qué rico sapo”. Veintitrés, 18/10/07, subrayado mío.
[7] Entrevistado por E. Talpone en Tiempo Argentino, 27/2/11; subrayado mío.

viernes, 26 de agosto de 2011

Presentación en La Casona de Flores

El libro será recibido por quienes asistamos a La Casona de Flores (Moron 2453, entre Cayetano y Artigas, Capital Federal) el Jueves 8 a las 8 p.m. Los esperamos!

Ficha técnica

Título: El estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo.
Autor: Hupert, Pablo
Edita: Pie de los Hechos.
ISBN: 978-987-33-0998-4
Páginas: 128
Peso estimado: 300g

jueves, 25 de agosto de 2011

Índice del libro

Prólogo, por Diego Sztulwark y Sebastián Scolnik

Prefacio. ¿Por qué “posnacional”?

Primera intro. Contra la invisibilización de 2001 y la infrapolítica.

Segunda intro. 2001: el gran condicionamiento.


     Los tres procesos neoliberales (y uno más).

     “Que se vayan todos” como destitución.

     “Que se vayan todos” como afirmación: venimos nosotros.

      2002 como encrucijada.

     Los tres procesos posneoliberales (y uno más).

Tercera intro. Cuatro preguntas sobre el presente.

Cuarta intro. Caracterización general.

     Generalidades.

     Tres condicionamientos a la gobernabilidad en la coyuntura 2003.

     Los objetivos inmanentes de un gobierno en 2003.

     Imaginalización.

La infrapolítica y el Estado
     La infrapolítica antes de 2001.

     2001: encrucijada política.

     Micropolítica: La infrapolítica desde 2003.

La institucionalidad precaria
     La estrategia k. Discurso de asunción.

     Heterogeneidad: inviabilidad de la representación.

     Heterogeneidad: compatibilización.

La gestión de la demanda
     La gestión del conflicto: Soldati.

     Gestión del conflicto: Qom.

     Gestión de la armonía social: precios.

     Conceptualización: cláusula ad hoc no es ley.

     Gestión de la armonía social: subsidios.

     Conceptualización: correlaciones que dan su forma al Estado actual.

     Más conceptualización. Gestión posnacional no es tecnocracia.

     Conceptualización: gobernar es gestionar, y esto es política en el régimen kirchnerista.

Desnacionalización
     Desnacionalización por descentración: muchos productores de subjetividad.

     Desnacionalización por desfondamiento.

     Desnacionalización por territorialización.

     Conceptualización.

Síntesis (correlaciones)
El chamuyo K
     La transitividad justiciera o la binarización que excluye al tercero, que es infinito.

     Significación calamitosa de “que se vayan todos”.
Un destilado de la conversación: el kirchnerismo como equilibrismo osado


Aclaraciones y agradecimientos

miércoles, 24 de agosto de 2011

Que se vayan todos significaba que se vaya el todo


¿Y si que se vayan todos quería decir también que se vaya el todo?
Que se vaya el todo es que se vaya el Estado. En este sentido, Ignacio Lewcowicz el 24 de diciembre escribía que, así como en la historia de las revoluciones burguesas se ha distinguido entre revolución desde arriba y revolución desde abajo, el pasaje del Estado-Nación al Estado técnico-administrativo propio de los tiempos mercantiles fue “desde abajo” (primer capítulo de Sucesos Argentinos, publicado en julio de 2002). Sin embargo, no hay que entender que la gente estuviera pidiendo un Estado técnico-administrativo. El pedido no estaba claro; la propuesta positiva no se había desarrollado aún con los cacerolazos del 19 y 20 de diciembre. Eso lo tomará luego la asamblea barrial que practicará una consigna no formulada, que podríamos formular como ‘que se vaya el todo, que venga nosotros’. Mientras tanto, en los cacerolazos del 19 y 20 y aledaños, lo que se podía leer positivamente -en el mail de Mariana Cantarelli y en ese escrito de Lewcowicz- era que se trataba de habitar sin el todo. Había estado de sitio, pero se vivía la calle como si no lo hubiera habido. Los que estaban ahí cuentan que la calle era una fiesta. Andrés Pezzola decía que sentía que esa noche era la noche.
En este sentido, la subjetivación del 19 y 20 no fue una subjetivación ‘acontecimental’, disruptiva, en el sentido de un advenir que irrumpiera en el devenir estructural; no fue una subjetivación revolucionaria. Más bien fue un contingir[1] que configuró algo de algo en dispersión. Que se vayan todos incluía, sin duda, que se fuera el estado de sitio. Esos eran momentos de quiebre del vínculo social, de estallido y fragmentación por doquier. Corralito por un lado, estado de sitio por otro, pretendían realizar la operación que define a cualquier Estado nacional: el emplazamiento. Fuera acorralando los sitios o los fluidos financieros, pretendían ‘poner las cosas en su lugar’. Eso que alguna vez había sido el todo buscaba restaurar la conexión entre las partes, como si otra hubiese sido la época y otras hubiesen sido las condiciones; como si en los 25 años anteriores no hubiera pasado el neoliberalismo.
En este sentido (que se vaya el todo) los cacerolazos del 19 y 20 no son mera inversión, no son mera rebelión (que era lo que entendí yo en algún momento; de hecho los periodistas y también los políticos y hasta los progresistas objetaban al movimiento cacerolero y asambleario que la consigna ‘que se vayan todos’ era sólo negativa, y le faltaba un costado de propuesta, un costado positivo), como si quedara para las asambleas el momento afirmativo del movimiento cacerolero. En la noche del 19 al 20, en la fiesta callejera, hubo afirmación. Que se vayan todos es, entonces, una consigna de autonomía; no fue una consigna que fuera al enfrentamiento, como podría haber sido ‘muerte al todo’, ‘renuncia de De La Rúa’, etc. Fue: “el vínculo está en la calle, el vínculo está en la fiesta, el vínculo está en piquete, el vínculo está donde estamos nosotros, y que no venga el Estado a dárselas de gran articulador general”. No se trata de destruir al Estado sino de ignorarlo y, en todo caso, de que no moleste, de que ‘me deje hacer la mía’ (más precisamente: que nos deje hacer la nuestra).
Este lado afirmativo sólo es visible después de haber visto la afirmación asamblearia. No quiere decir que no haya actuado, ya, el 19 y 20. El ‘que se vayan todos’ no es mera inversión, mera rebelión, mera negación: también es afirmación. Lo difícil es caracterizar esta afirmación. Estamos acostumbrados a pensar las afirmaciones revolucionarias o las acontecimentales, incluso las artísticas y las “anarcodeseantes”. Todas estas caen bajo la noción general de subversión de un orden y creación de uno nuevo o, por lo menos, de puesta de un nuevo principio de ordenamiento. El 19 y 20 no puede ser caracterizado así puesto que no era orden la circunstancia donde surgía ni proponer un principio general de ordenamiento era lo que hacía. No fue una mera inversión rebelde, ni una abarcativa subversión revolucionaria; fue, si me permiten el neologismo una transversión.
Que se vayan todos, decía Lewcowicz en Pensar sin Estado, también podía entenderse como “que se vaya uno”. Se trataba (durante el 19 y el 20) de que se fuera el Uno, que no viniera el Estado a poner orden en ese descalabro social. “Que se vayan todos. Que configuremos nosotros”, y cada nosotros configuraría su Uno (más precisamente: su unito, en diminutivo y sobre todo con minúsculas) desde su centro, sin homogeneidad unificante.
“La calle era una fiesta”, cuentan. La calle era el lugar de revinculación: la fiesta es, antropológicamente hablando, un dispositivo elemental de relacionamiento y de creación de vínculos. Gracias a la calle del 19 y 20, a la calle cacerolera de diciembre de 2001, ahora teníamos vecinos. Estábamos vinculándonos nuevamente. El todo era prescindible, incluso era molesto: bien podía dejarse de hinchar las pelotas.

[1] En el capítulo “La existencia de nosotros” de Pensar sin estado (Paidós, Buenos Aires, 2004), Ignacio Lewkowicz propone “resucitar arbitrariamente un verbo: [nosotros] no adviene, continge.” Y en nota a pie explica que “en latín, el verbo conjugadocontingit equivale a ‘suceder [generalmente algo favorable], tocar en suerte’. Entre nosotros se traduce pintópero bien.” (p. 227).

Breve historia de la infrapolítica III

La infrapolítica 2001-2011

III. La infra deriva en micro

Por supuesto, el montaje, por parte del Estado, de instrumentos para tramitar la esfera de lo sub-representable ya había comenzado antes (yo diría que con las cajas del Plan Alimentario Nacional del gobierno de Alfonsín), y es lo que se conoce como proceso de territorialización del poder (o, periodística y un poco peyorativamente, como clientelismo). El proceso se aceleró con la emergencia piquetera a fines de los ’90 y la aparición de los llamados “planes sociales”. Pero 2001 obligaba a aceitar, ampliar y profundizar el esquema. Gestionar lo social sub-representable se había convertido en condición de gobernabilidad. Si no lo hacía el Estado, lo haría esa hormigueante, dispersa y potente infrapolítica, pero no asegurando la gobernabilidad sino desarrollando valores y modos de vida alternativos y disfuncionales –autónomos. Ya en los meses de Duhalde se había acelerado ese proceso. Así lo caracterizaba el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano en los primeros meses de 2002:
“Ahora tenemos una nueva situación, porque el PJ está reconstruyendo todo un aparato en red, a partir de recuperar un fuerte poder económico. Entonces uno de los desafíos que tenemos es consolidarnos acá, porque sabemos que ahora la lucha va a ser cuerpo a cuerpo. Van a poner todo el aparato en funcionamiento y eso tiene un significado para nosotros: desde lo represivo, los aprietes, hasta la competencia. Ellos lo entienden así, porque nosotros no tenemos una disputa de poder sino que estamos defendiendo nuestro laburo [de construcción]. Ellos, sin embargo, hacen todo para contrarrestar a las organizaciones autónomas.”[1]
Kirchner llegaría tras la “masacre de Avellaneda”, cuando “lo represivo” ya hubiera dejado de ser una opción. Le quedarían los aprietes y la competencia como recursos, pero también otros que supo crear, por ejemplo, estetizar su accionar con imágenes políticas setentistas (un retro-styling, dirían los diseñadores) además de cooptar políticamente, clientelizar las redes sociales y en algunos casos verticalizar las organizaciones infrapolíticas, así como crear interfaces (que no instituciones) de relación gubernativa con ellas. Es que ya no se trataba únicamente de paliar la “situación social de los excluidos” sino de tornar gobernables las organizaciones infrapolíticas. Gobernar al sujeto infrapolítico –que no anhelaba ni representación política ni satisfacción mercantil– requería crear recursos ‘pos-representacionales’ y ‘pos-neoliberales’. Requería, también, simular que esa creación era una restauración de lo perdido (lo perdido al derrapar, Dictadura y Menem mediantes, hacia el neoliberalismo: ideales, compañeros, trabajo, industria, nación, Estado, protagonismo internacional, latinoamericanismo, etc.).
somos nosotros
La infrapolítica no es representable, tanto es subpolítica como subrepresentable. Pero lo que, ya en pleno menemismo, el Estado comenzó a advertir, sobre todo en los movimientos infrapolíticos de tipo territorial, es que la infrapolítica no es penetrable por instituciones representativas, estatales, al menos en esos movimientos era penetrable por el mercado (una de las cosas que ocurriría es que habría que comenzar a montar diferentes modos de dominación, no habría un Estado Nación, un modotout court de penetración estatal, como había sido la representación).
Los planes sociales y el clientelismo eran modos de penetración del mercado y del Estado en los movimientos territoriales, sobre todo a través de los punteros que desarrollaban las redes clientelares. Es decir, a través de los punteros entraba el Estado, y a través del clientelismo entraba el mercado. En otras palabras y más precisamente, no importando quién fuera el representante, no importando la ideología a la que suscribiera tal o cual red clientelar, tal o cual red territorial, a través de los planes sociales y del punteraje, lo mercantil hacía su entrada organizadora –‘gubernamentalizadora’- en el tejido de los excluidos del circuito económico formal (también conocido como mercado).
Como después vería Néstor, la infrapolítica, además de mercantilizable era cooptable y hasta permitiría al Estado tercerizar muchas de sus funciones, implementar un outsourcing para llevar a cabo planes de alfabetización, educativos, de contención social, capacitación laboral, cooperativas de trabajo y demás.
El modo general de relación, me arriesgo a decir, entre el Estado y la infrapolítica de los sub-representables, no es el de la representación como era el modo de relación entre el Estado Nación y los dominados. Cuando las relaciones sociales son a la vez relaciones de producción, correlativamente las relaciones políticas son relaciones de representación (por esto del fetichismo en la mercancía y de que el resultado representa el proceso de producción ausentándolo y tomando como propias del producto las características de las relaciones que lo producen). En cambio, en tiempos de capitalismo financiero o capitalismo mercantil radicalizado, las relaciones políticas, al menos en Argentina, han comenzado a tener la forma general de la transacción y la contraprestación, el famoso toma y daca que a veces es denominado corrupción pero que no es sino una de las tantas formas a través de las cuales el modo mercantil de relación matriza todos los modos de relación social.
Asumiendo esta condición, el kirchnerismo lograría darle al Estado una capacidad bastante performativa de la política en general, fuera macropolítica, fuera infrapolítica. Digamos que logró el kirchnerismo encontrar la manera a través de la cual condicionar desde el Estado el condicionamiento que éste recibía desde el mercado y esto no lo hizo institucionalizando, fortaleciendo –como se pedía en la pos-Dictadura– las instituciones republicanas, sino fortaleciendo la institución presidencial y su capacidad de improvisación y repentización, creando interfaces con diversos principios de funcionamiento, con bajos grados de rigidez, etc.
Andado el tiempo, esto significó que el Estado argentino logró la invaginación de la infrapolítica de tal modo que esta, cooptada o no, kirchnerista o no, se convirtió en micropolítica, es decir, en un extremo del continuo que va del Estado al territorio, del poder ejecutivo al movimiento irrepresentable o de lo mediático a lo sin imagen/sin rating. La declaración del Colectivo Situaciones del 6/12/10, hecha poco después de la masiva despedida de Néstor Kirchner es donde más claramente se testimonia, desde la infrapolítica, la alteración de la relación entre el campo de lo política y la instancia política que el kirchnerato logró producir: el pasaje de una relación cuasi intramitable entre ellos a una relación tan tramitada que  la infrapolítica se aparece como lo micro de la instancia macro.
“Coexisten en el país al menos dos dinámicas que organizan territorialidades diferentes [por un lado, el extractivismo económico y, por otro, el reconocimiento de derechos de inclusión]. Ambas convergen y se imbrican para configurar los rasgos de un patrón de concentración y acumulación de la riqueza que se articula con rasgos democráticos y de ampliación de derechos.
A la polarización política de los últimos años se le sobreimpone, ahora, un nuevo sistema de simplificación dual: cada una de estas territorialidades es utilizada para negar la realidad que aporta la otra. O bien se atiende a denuncias en torno a la nueva economía neo-extractivista, o bien se da crédito a las dinámicas ligadas a los derechos humanos, la comunicación, etc. Como si el desafío no consistiese, justamente, en articular (y no en enfrentar) lo que cada territorio enuncia como potencial democrático y vital. La riqueza de los procesos actuales se da, al contrario, en la combinación de los diferentes ritmos y tonos de las politizaciones, abandonando las disyunciones.”[2]
El pasaje de la conflictiva relación previa a la gestionada relación actual también lo atestiguó el ministro de Educación Sileoni en declaraciones que hizo los días cercanos al último aniversario del Golpe.
En un acto en la ex ESMA, cedida a las Madres, que la convirtieron en un Espacio Cultural llamado Espacio Cultural Nuestros Hijos) el 22 de marzo, con el que jóvenes de escuelas secundarias de la Capital, gran Buenos Aires y Santa Fe conmemoraron el 35 aniversario del golpe militar de 1976, el min. de Educación Sileoni dijo que las Madres "son constructoras de la democracia moderna en la Argentina".[3] En la página del Ministerio, dice que “Como siempre, para nosotros es un honor abrazarnos con las Madres, que son de las que más han contribuido en la construcción de la democracia moderna en la Argentina. Y la democracia es la que permite que desde el 2003 tengamos este proyecto, que convirtió la muerte en vida, el desasosiego en esperanza. Hebe, las Madres y todo el pueblo vamos a trabajar para no dar ni un paso atrás y profundizar lo hecho”.[4] El 18/3, desde el mismo Ecunhi, y como parte del mismo programa educativo, había hablado con Radio Nacional y sido más categórico: ‘las Madres son el elemento fundamental de la democracia moderna en la Argentina’.
Si recordamos que las Madres son uno de los tres acontecimientos o hitos infrapolíticos de la era pos-’83, se hace manifiesto que el kirchnerato es un régimen forjado en función del reconocimiento inoculado de lo antes excluido. La cadena semántica de Sileoni se despliega así: Madres >> democracia moderna o actual >> gobierno que se alía (las “abraza”; no las incluye o incorpora) con ellas de modo bastante poco institucional >> democracia moderna en Argentina = este régimen = gobierno + Madres + proyecto (“el modelo”). Así, la instancia política ha logrado convertirse en el extremo macro de las prácticas infrapolíticas.
Esto no significa que la relación entre la micro y la macro sea aceitadamente complementaria sino sencillamente que ya no es disjunta. No significa que la relación haya logrado institucionalizarse de modo estable, pues sus términos no acaban de ser homogéneos (esto es, no pueden ser mediados por la representación), sino que la relación ha logrado conectar sus heterogéneos términos de modo ‘astitucional’[5] (con interfaces complejas) y, hasta ahora, durable. Tampoco significa que la micro se referencie siempre en la macro o que deposite toda su confianza en ella, ni que la macro sea la aspiración de la micro. Sí significa que la instancia política y el campo de lo político ya no pueden ignorarse (o, a lo sumo, temerse) mutuamente. Dicho desde el punto de vista de lo político:
“La politicidad emergente resulta casi imperceptible en su materialidad si no se asume la complejidad de esta trama, si no se crean los espacios concretos de articulación de esta variedad de experiencias.”[6]
Significa que la relación ha encontrado vías de mantener en contacto sus términos –y de mantenerlos como extremos de un mismo arco que va de uno a otro como quien fuera de lo general a lo particular y viceversa. Significa que la relación ha encontrado vías de gestionarse, de tramitar el contacto entre sus términos aunque no sea una relación estructurada que en un extremo tiene a la dirección y en el otro a las bases, o en un extremo tiene lo general y en el otro lo particular, o en uno el todo y el otro sus partes. Significa que los contactos entre lo sub-representable y las instituciones de la democracia posdictatorial han cobrado formas que exceden el ajuste excluidor y la represión pacificadora (pues 2001 los ha tornado inviables).
Así las cosas, devenida micro la infrapolítica, tanto como devenida macro la gran política, a ambas se les plantea en esta coyuntura la compleja tarea de relacionarse con la otra sin ignorarla pero también someterse a sus dinámicas. Al régimen le toca asegurar que la infra siga teniendo a la macro como marco general necesario de su existencia (es decir, que siga siendo micropolítica), aun si no logra ‘kirchnerizarla’ absolutamente, mientras que a la micro le toca asegurarse de que la macro no le cercene su autonomía.
PH: El régimen atiende la necesidad de preservar y profundizar la gobernabilidad[7] y “asegurarle sus garbanzos” a todos los argentinos sin distinción de clase,[8] así como custodiar y reforzar la relevancia social del Estado; la infra se encuentra con la necesidad de elaborar en “cada una de sus experiencias un sentido preciso de lo que significa la dinámica de desborde y apertura.”[9]La micropolítica necesita mantenerse a distancia del Estado, pues no puede evitarlo; la macro necesita mantenerla cerca, pues no puede soltarla.
Psicóloga: Parece que el padre-Estado es capaz de abandonar, pero no soporta que sus “hijos”, los gobernados dejen de reclamarle presencia y establezcan su propio hogar.
Es como si dijésemos que ante un Estado abandónico como el de los ’90 era más sencillo desarrollar valores y modos de vida autónomos que con un Estado más paternal. Me gusta la metáfora de Psicóloga. Vale para el proceso 2001-2011. La metáfora del kirchnerato es un papá diciendo “chicos, vuelvan a casa; la voy a hacer lo más cómoda posible con tal de que no me desconozcan; haré todas las modificaciones que pueda, pero por supuesto, no molestemos demasiado a los propietarios”, pues, como dice Cristina, eso no es de “un país serio”.[10]
Historiadora: ¿Vos cómo continuarías la comparación entre 1810 y 2001?
PH: Y… Yo diría que 2001 no tuvo su 1816 pero sí su 1880. Me explico. 1810, además de decir y practicar “que se vaya el virrey”, pudo configurar un espacio sin orden regio. Si se me permite diferenciar entre autonomía e independencia, 1810 fue el comienzo de la autonomía criolla y 1816 (junto a las batallas sanmartinianas) fue su consumación como independencia; los criollos en 1810 habían comenzado a organizarse y gobernarse sin virrey pero no fue sino hasta la Declaración de 1816 y el triunfo de San Martín en el Alto Perú que estuvo asegurado que no volvería un orden regio, imperial, colonial. 2001, en cambio, llegó a decir y practicar ‘que se vayan todos’ pero no alcanzó a evitar que volviera un ‘orden’ estatal. Al Estado argentino lo ayudaron, entre otras cosas, su cercanía geográfica y comunicacional con los rebeldes. Y así le llegó a 2001 como si dijésemos su 1880: un nuevo orden que no es restauración del anterior sino una creativa adaptación a las irreversibles transformaciones que el estallido había producido. Sin embargo, debemos aclararlo, 2001 no ha sido del todo conjurado en 2011, y lejos parece estar de lograrlo. La macro quiere cerrar lo abierto por 2001; la micro, que de una u otra manera conserva su autonomía (y esto incluye a las Madres) quiere explorarlo, continuar abriéndolo. En otras palabras, el nuevo orden (ese que propongo llamar posnacional) no ha aun solidificado o siquiera coagulado (las siempre mutantes cultura, economía, sociedad y política locales y globales parecen dificultarlo).
Esquematizo entonces esta breve historia. ’90s: retiro del Estado + afirmación infrapolítica >> 2001: afirmación infrapolítica + cuasi expulsión del Estado >> 2003-11: regreso del Estado sobre nuevas condiciones + invaginación de la infra como micropolítica. O también: ’90s: declinación de la representación + presentación infrapolítica >> 2001: afirmación infrapolítica + agotamiento de la representación como liga >> 2003-11: ascenso de las ligas gestionaria e imaginal + invaginación de la infra como micropolítica. Y 2011: desafío de cierre + desafío de apertura.
[ver otros adelantos del libro]

[1] La hipótesis 891…, cit., p. 149.

[2] Colectivo Situaciones, “De Aperturas y Nuevas Politizaciones”, 6/10/11; http://www.tintalimon.com.ar/blog/De-aperturas-y-nuevas-politizaciones-por-Colectivo-Situaciones; en línea, visitado el 30/4/11.
[3] http://noticias.terra.com.ar/sileoni-reivindica-a-madres-y-abuelas-en-acto-de-estudiantes-por-dia,013883ea03fde210VgnVCM20000099f154d0RCRD.html; en línea, visitado el 29/3/11.
[4] http://portal.educacion.gov.ar/prensa/gacetillas-y-comunicados/sileoni-%E2%80%9Chebe-las-madres-y-todo-el-pueblo-vamos-a-trabajar-para-no-dar-ni-un-paso-atras%E2%80%9D/; en línea, visitado el 29/3/11, subrayados míos.
[5] “Astitución” es una noción en construcción (ver por ejemplo, “Entre institución y destitución: la astitución”, ponencia presentada a la XXVI Jornada de la AAPPG en octubre de 2010 y publicada en revista digital El psicoanalítico, enero 2011).
[6] “De Aperturas…”.
[7] “En 2001 se pusieron en riesgo 150 años de conducción política. No pueden volver a suceder ese tipo de cosas.” Esteban Talpone, Entrevista a Aníbal Fernández, “Si Pedraza es inocente que le pidan perdón, pero si no lo tendrá que pagar”, Tiempo Argentino, 27/2/11; subrayado mío.
[8] “La única que le garantiza a la Argentina de a pie que sus garbanzos están bien cuidados es Cristina” y eso incluye al gran capital: “¿Por qué los empresarios, que ganaron tanto dinero con este modelo económico, son tan reticentes a apoyarlo? [preguntó el periodista, y el ministro respondió:] –No creo que sean reticentes. A mí nadie me dice que apoyen a otro. Pueden no estar de acuerdo con alguna medida o porque pretenden beneficios a los cuales no llegan. Lo que no pueden es estar en contra, porque la rentabilidad que tuvieron fue  muchísima” (ibíd.).
[9] “De Aperturas…”.
[10] Por ejemplo, en su discurso del 26/12/11.

Breve historia de la infrapolítica II


II. 2001 como encrucijada

Sigamos ensayando nuestra caracterización de la infrapolítica. Los movimientos infrapolíticos no tienen al Estado en su horizonte ni en el aspecto de los problemas o la agenda que se fijan ni en los métodos que desarrollan, ni como interlocutor excluyente –aunque a veces y contradictoriamente sí en el caso de las Madres, que exigían justicia y podían desautorizar al poder judicial o al ejecutivo, o luego en los de los movimientos de desocupados que pedían planes sociales (aunque también podían pedir bolsones de comida, medicamentos o herramientas a empresas privadas), pero claramente no en 501 y casi nada entre los H.I.J.O.S., que por lo demás funcionaban reunidos en asambleas. Si lo tenían como interlocutor, no reclamaban ya que el Estado los representara sino que accediera a ciertas demandas. La representación no estaba en su horizonte, como tampoco lo estaba la toma del poder del Estado. La subjetividad que producían no se satisfacía con representación, y eso resultaba desquiciante. De tal manera, estos movimientos infrapolíticos no resultaban dominables ni integrables con los recursos tradicionales de la representación como los partidos y los sindicatos. Es en este sentido que son infrapolíticos: si el proletariado marxista iba “más allá” de las instituciones políticas burguesas, los movimientos infrapolíticos se movían, como si dijésemos, demasiado ‘más acá’ de las menguadas instituciones neoliberales como para que la política pudiera representarlos e integrarlos.
La infrapolítica, por estar debajo de los límites de visibilidad y representabilidad de las cosas que el Estado detecta, representa, tramita, domeña, puede pasar inadvertida, un poco como la vida microscópica suele pasar inadvertida para los humanos hasta que nos afecta de alguna manera, hasta que nos enferma o nos tropezamos con ella por algún motivo y recién entonces nos llama la atención. La infrapolítica, a la vez que no buscaba representación, sí buscaba, y muchas veces encontró, modos de llamar la atención pública. Un primer modo fue esa “locura” de caminar en círculos sin destino en la Plaza. Otro modo fueron los cortes de ruta y la represión que recibieron, aunque la represión de los piquetes no fue tanto lo que hizo que se pudiera percibir lo infrapolítico sino que los medios atendieran esa represión y/o que la actividad infrapolítica fuera lo suficientemente contundente como lo fue por ejemplo en Cutral-có en 1996. Por su parte, un movimiento como 501 se hizo visible no porque el Estado hubiera logrado representarlo, sino porque los medios lo comentaron relativamente bastante condenándolo. Los escraches fueron otro modo aun.
Pero la visibilidad de estos movimientos no significaba representabilidad. El carácter ‘infra-social’ de sus circunstancias, y sobre todo el carácter infrapolítico de sus situaciones, de sus móviles, métodos, objetivos y logros, e incluso el de sus modos de argumentación y pensamiento de su práctica eran ‘sub-políticos’: estaban por debajo del umbral de la visual y la comprensión republicaneras de los medios, que cuando podían los ignoraban,[1] como debajo estaban del umbral de representabilidad de las instituciones (un desocupado es irrepresentable para un sindicato).
Pero entonces llegó 2001, un punto en que lo infrapolítico tomó una dimensión tan cuantitativamente grande y cualitativamente autónomo que imposibilitó el despliegue de la instancia política. En las jornadas de diciembre de 2001, el monstruo infrapolítico incluso redujo a ineficaz la represión armada –que venía siendo casi el único recurso que la política estatal podía utilizar frente a lo infrapolítico–; el Estado mató a unas 35 personas, y declaró un estado de sitio, pero sus gobiernos cayeron igual.
En circunstancias así, lo infrapolítico no deviene representable, pero deviene ‘in-ignorable’ para los medios e incluso en garantía de rating para éstos. Tal vez estos, aunque no entendieran lo que estaban transmitiendo, es decir, aunque no lo representaran adecuadamente, ayudaban a propagar su dimensión, su eficacia, su adopción.
Allí donde el Estado venía retirándose de la representación, allí donde el mercado radicalizado venía convirtiendo en irrepresentables a los antiguos trabajadores, allí se desarrollaba una vida muy activa, una vida infrapolítica, infrarrepresentable, que decía algo así como ‘si ellos no quieren representarme, yo me presento’. Pero en 2001 no solo dijo ‘me presento allí donde no quieren representarme’, sino que los voy a echar de todo eso que quieren representar, y lo gritó diciendo: “¡Qué se vayan todos!” y lo hizo con asambleas, piquetes y empresas recuperadas. Y lo practicó como diciendo: venimos nosotros.
Y entonces le tocó gobernar a Kirchner. El kirchnerismo vino a asumir la difícil tarea de hacer viable un Estado donde los movimientos sociales no pedían representación. El Estado debía llevar gobierno y gobernabilidad a la esfera infrapolítica, o, como le dijo Kirchner a Jorge Ceballos (dirigente de Barrios de Pie): “debemos llevar institucionalidad a los barrios”.[2] Kirchner sabía, y mostró saberlo muy bien, que llevar institucionalidad no podía ser llevar república, no podía consistir en lograr que la representación representara al espectro infrapolítico. Como la represión había resultado inútil con ese espectro infrapolítico, como insistir con la representación y la represión había dejado de asegurar la gobernabilidad, Kirchner desarrolló métodos posrepresentacionales –o posnacionales– de que el Estado, la instancia política, llegara a esa esfera.
Llegaría allí vía gestión, vía “redistribución” y vía imaginalización. Y, aunque no lograría hacer de la infrapolítica un actor tan identificado con el kirchnerismo como sí logró hacerlo de la clase obrera de los ’40 el peronismo, logró invaginarla hasta el punto de convertirla en micropolítica, esto es, algo así como el polo territorial (o no tanto, pero siempre informal) de un arco que tiene en el otro polo la instancia institucional o formal de la macropolítica. Ahora el campo de la infrapolítica ha sido conectado –aunque no incorporado- a un continuo que tiene en su otro extremo la macropolítica, de modo tal que aquella ha devenido algo así como la ‘pata micro’ del ‘accionar macro’ del gobierno “nacional”. Por las vías de la gestión, la “redistribución” y la imaginalización de la circunstancia social globalizada, el kirchnerato ha logrado que los agenciamientos infrapolíticos funcionen como algo así como el complemento pedestre y gobernable de las altas esferas gubernamentales. Pero esto ya es tema de la próxima reunión.

[1] Los medios solían dejar de ignorar a los piqueteros cuando podían mostrarlos como víctimas (de la miseria o la represión) o como criminales (es decir, como victimarios).

[2] Relatado por Ceballos en 2004 al salir de una entrevista con Néstor Kirchner.